Silencio, oscuridad e impotencia recorren cada rincón, las luces apagadas en aquel pequeño departamento impedían enfocar la mirada.
Oscuridad, eso necesitaba. Soledad, era lo que le agobiaba.
No importaba la oscuridad, no importaba el silencio, ella siempre los escuchaba. Su familia, sus padres y esposo. Ellos ya no estaban y eso le atormentaba, ellos ya no estaban pero el sonido de sus voces la acechaba a cada instante, a cada momento, no podía escapar.
Esta era su tercera noche en vela, la tercera noche llena de remordimientos y autocompasión por ser una incompetente. La mente de Samantha era un completo caos, allí las palabras "maldita, maldita, maldita" danzaban cruelmente sin parar.
Tres noches habían pasado desde que había sido dada de alta luego del que fue su tercer intento fallido de suicidio, casi acababa de salir del hospital y maldecía al cielo por no haber tenido éxito. Maldecía al cielo porque nuevamente, luego de intentarlo incansablemente había fracasado en su búsqueda de una "pacífica muerte".
Cortar sus venas no funcionó la primera vez, tomar muchas pastillas de medicamentos diferentes tampoco fue suficiente y esta vez, al saltar de un precipicio tampoco falleció. Estaba segura de que iba a tener éxito, era de madrugada, no había nadie cerca y rara vez alguien visitaba el acantilado que eligió. aquel día no fue así. Un barco pesquero fue arrastrado por la marea, ese barco pesquero fue a parar justo en el lugar y momento exacto para que sus tripulantes observaron una mujer cayendo, una imagen casi celestial de un hermoso ángel de cabellos dorados cuyo cuerpo era iluminado únicamente por la luz de la luna llena que brillaba en su punto máximo.
Un mal presagio se extendió en el navío pero debían salvar a la hermosa mujer de aspecto triste, no debieron buscar mucho, el mar se encargó de llevarla hasta ellos, inconsciente y muy lastimada pero viva. Su corazón latía y su respiración era inconstante pero resistiría. Luego de una semana durmiendo sedada por fin había sido dada de alta, los marineros la llevaron al hospital ya allí la habían abandonado, podían sentir un aura oscura, presagio de que la muerte estaba cerca y jugaba con su víctima.
Samantha era una joven bella, alta, delgada, rubia y de facciones refinadas. Absolutamente hermosa. Muchos decían que lo tenía todo y así era. Hasta hace unos meses, un trabajo de ensueño, una bella casa, una familia amorosa y un hombre que la amaba y hacía feliz pero todo se derrumbó en un instante. Su familia era su vida y había muerto. todos ellos junto con su amado, días después la echaron de aquél trabajo de ensueño y ahora ya no tenía nada más que recuerdos, nada más que remordimientos.
La vida se hacía cada vez más pesada. ¡la vida! eso tan precioso que muchos enfermos tanto querían, a lo que muchos se aferraban para ella era nada. Un estorbo. Ella ya no la quería ni la necesitaba.
Sin empleo, sin familia, sin amigos y pronto sin casa ¡esa pobre chica maldecía cada segundo que respiraba!. El casero había pedido que desocupara el departamento por falta de pago. Siempre pasaba algo, siempre la vida se complicaba. Ella ya no la quería ¡no la quería! rogaba al infierno que se la quitaran.
Luego de muchas horas sentada en penumbras mirando al suelo y repitiendo mil plegarias infernales que invocaban la muerte, suplicándole que por favor se la llevara Samantha levantó la mirada completamente perdida. Su cuerpo se movía pero su mente no estaba.
En el viento se presentía, en los truenos sin lluvia se auguraba que algo pasaría, que esta noche algo muy malo ocurriría.
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Editado: 01.02.2023