A Donde Vayas

Primer Día de Exploración - Parte I

Siento el suelo arenoso. Algo me da comezón en la nariz y el viento moviendo mi ropa es cálido. La luz impactando directo en mi rostro me dificulta abrir los ojos por completo. ¿Dónde estoy?

El sentimiento en mis manos es raro; la arena que topo no es normal: es como si en lugar de arena, fuese agua. No se pega en mi piel y se desliza entre mis dedos suavemente como una catarata.

Me incorporo en mi mismo lugar, tratando de inferir qué clase de drogas pude haber consumido para alucinar de esta manera, pero luego recuerdo que ni siquiera comí algo la noche en la que todo estaba bien en casa.

Afortunadamente, mi libreta seguía en mi bolsillo y mi celular y audífonos estaban junto a mí también. 

¿Qué se supone que está pasando? 

Unos dos metros a mi lado derecho se levanta la chica con la que compartí habitación. Se estiró y bostezó como si nada de lo que pasara a su alrededor fuese algo extraño y se puso de pie tan natural que fue escalofriante.

Regresó su mirada a mí; lucía apática, luego dirigió las manos al cielo y respiró profundamente.

⎯¡¡¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?!!!

Hasta yo me asuste; tanto que terminé por despertarme completamente, como si hubiera sido una especie de despertador.

⎯¡¡¡¿QUÉ ES ESTE LUGAR? BERNIE, ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?!!!

⎯¡Me alegro de que despertaran! ¡Los estuve buscando por todas partes! 

Detrás de nosotros se acercaba el viejo, vistiendo una clásica ropa de explorador, y luciendo su media calva a los cielos. 

Pensé que se vería más ridículo, pero siendo que es relativamente delgado para su edad, su atuendo le hacía parecer un profesional.

⎯¡¡Bernie!! ⎯ella rápidamente corrió a abrazar al viejo⎯. ¡¡Me había asustado mucho que casi lloro!!

⎯Todo está bien, señorita Lisseth. Este es nuestro primer destino del viaje.

⎯Así que es este... ⎯dije para mí mismo en voz baja.

⎯¿Y a dónde debemos ir ahora? ¡Esto es un desierto enorme!

⎯¡Vengan conmigo para que tengan la aventura de su vida!

Nuestro viejo guía se adelantó de lo más sereno y luego de andar unos diez pasos, desapareció de nuestra vista, como si hubiera atravesado una barrera que nos impedía verlo.

⎯¡¡Woah, eso es asombroso!! ⎯salió disparada justo detrás de las huellas del viejo, saltando y riendo como una niña pequeña. 

No los seguí porque quisiera saber qué había del otro lado, pero pensé que ver nuevas cosas pueden resultar interesantes para dibujar. Como ya tengo planeado el dibujo de la ciudad a la que llegamos, tal vez uno más no haría mal.

Atravesar por esa especie de tela se sintió muy peculiar pero satisfactorio al mismo tiempo; fue como si miles de hilos pegajosos se adhirieran a mi piel suavemente, pero no eran tan fuertes como para quedarse ahí e impedirme el paso. 

Una vez llegué al otro lado descubrí que acompañarlos fue una idea sabia.

Había un sendero larguísimo hecho de arena blanca solidificada con unas plantas a los costados que no logré reconocer: parecían palmeras pero sus troncos reflejaban la luz de una forma extraña, haciendo parecer que fuesen espejos, sin mencionar sus hojas que eran tan delgadas que parecían estambres de lana sueltos.

Al final del exagerado y glamuroso sendero, se alzaba una ciudad de arena, pero había algo que a simple vista era imposible de distinguir. Ya una vez avanzamos lo suficiente, me di cuenta de lo que volvía a esa ciudad única: cada casa, cada edificio, cada templo, cada muro, cualquier arte arquitectónico que se podía encontrar estaba hecho de una arena que se movía como si fuera un tornado.

Se lograban apreciar a las pequeñas partículas de arena moverse indefensas por una fuerza superior hacia una misma dirección, pero que en lugar de hacer un vórtice, las moldeaba de tal forma que se construyeron toda clase de cosas con esa característica tan peculiar. 

Como si no fuese suficiente, la gama de colores que podemos ver en la arena de una playa se expandía a grados inimaginables, casi como si siempre hubieran tenido ese color.

Variaban de un rojo intenso a un púrpura grape de una forma tan natural que incluso es espeluznante.

⎯Este es nuestro primer destino. Cómo quisiera que mi hijo vea esto...

⎯¡¿Tienes un hijo, Bernie?!

⎯¡Sip! Se llama Josh, y tiene más o menos su edad. 

Bajo la sombra de lo que parecía ser un arco romano completamente "modernizado"(no sé si ese término sea el adecuado) pude encontrar dos siluetas nuevas. Una era alta y en cierto modo de contextura ancha, y la otra era más pequeña y por el viento jugando con su cabello supe que era una mujer.

El chico es alto, de espalda más o menos ancha y forma torzal triangular. Lleva un peinado estilo “Mop-top” dándole forma a su cabello cobrizo que se dejaba conducir por la sutil caricia del viento arenoso.

Su pareja, por otra parte, dejaba su negro y lizo cabello en ondas surferas. Es bastante pequeña; no debe llegar al metro sesenta y cinco. No daré más descripciones para no sonar pervertido, pero no es un tipo de chica que no encontrarías caminando en cualquier calle.

Por fin nos encontramos cara a cara. Una sensación extraña me recorrió por el estómago cuando vi al sujeto apoyado en el arco; como si ya lo hubiera visto antes.

⎯¿Por qué nos hizo esperar tanto, señor Bernard? Estuvimos aquí un buen rato.

⎯Ya, tranquila. Después de todo, dijo que traería a los otros dos, ¿recuerdas?

⎯Sip, lamento haberlos hecho esperarme, pero como prometí, traje a los dos que se nos unirán en nuestra cruzada. ¿Qué tal si todos nos presentamos para aligerar el camino? Comenzaré yo; mi nombre es Bernard Acasas, tengo cincuenta y dos años y seré su guía. ¡Espero que todos nos llevemos bien y que puedan encontrar la felicidad que están buscando!

⎯¡Hola. Me llamo Lisseth y tengo diecisiete años! No tengo idea de cómo llegué aquí, ¡pero es un gusto conocerlos! ⎯Y lo dice sin remordimientos...Reconozco que su voz es agradable, pero la forma en la que la usa me frustra demasiado.




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