A Esa Hora

Lo que fue de todo

Realmente nadie sabe cuándo empezó, pero todos lo marcan como el Miércoles 23 de Mayo del 2025. Algo que, si me preguntan, no tiene sentido. Porque entonces ni los políticos habrían tenido tiempo de fortificar sus mansiones y ni la sorprendentemente competente milicia habría preparado un plan para la gente.

Un día, simplemente anunciaron que por una semana, las clases se cancelaban  y las fábricas cerrarían. Era por el planeta, dijeron. Era una semana, así que obedecimos. Pero fueron dos, y luego tres y cuando se cumplió el mes, también cerraron los mercados. Se llevó un control de población rápido y eficaz para darnos medicina, radios, pilas, comida y agua cada mes a las familias. Nos calmaban con palabras y promesas vagas, cosa que a día de hoy se sigue agradeciendo, pero la gente no era tonta, y se apresuró a comprar provisiones extras antes de que cerraran también las plazas y a construir cualquier tipo de refugio. Los rumores circulaban y encendían el miedo como pólvora, “los zombies aparecen”. “Son extraterrestres” “Van a hacer una purga química para combatir la sobrepoblación, por eso cerraron las fábricas, primero había que limpiar el aire”. Sabían que algo iba mal, y que solo iba a empeorar, pero nadie sabía qué ni cómo. Tal vez solo el cuándo: pronto.

El primer mes fue tan extraño que no podría dar una buena descripción de él, pero sí del segundo, que fue completamente ruidoso y caótico por el miedo colectivo; y el tercero fue poco menos que silencioso, ahora todos estaban esperando lo que sea que las personas con poder harían, porque siempre hacen algo. Y como se predijo,  el primer movimiento llegó al mes siguiente. Todos los hombres de 23 a 45 debían presentarse en la base militar más cercana. Y todos los chicos de 13 a 15 irían a colegios militares. No pidieron opiniones ni permiso, simplemente ordenaron y la gente tuvo que obedecer. No les importó que por razones de conciencia o de religión no pudieran enlistarse en el ejército, los obligaron. Pero aún había gente que se negó tanto que terminaron por callarlos a balazos. ¿No querías servir a tú país? Tu país no te va a defender a tí. Así de fácil.

Y así fue en todos lados. 

Las matanzas fueron a nivel mundial, murieron muchos religiosos, pero sobrevivió la mayor parte, y pronto, los soldados representaban casi la mitad de la población mundial. Eso fue mientras duró el año. 

Al entrar el siguiente año y con él, muchísimos heridos por una guerra en la que todavía no sabíamos el nombre de nuestro enemigo, se dio el segundo gran movimiento. Respetando el mismo rango de edad, las mujeres y chicas fueron obligadas a entrar a academias médicas  (otro detalle de que esto llevaba más tiempo del que sabíamos es que tenían las nuevas instalaciones y planes de estudio listos).  Nos dividieron en lo que necesitaba el mundo: soldados y médicos. Y el mundo funcionó así durante unos meses. La mayoría tenía su lugar establecido, pero aún quedaba la minoría. Que éramos básicamente los niños y los jóvenes de entre 17 a 22 años. Los niños vivieron con sus madres el primer año, al segundo, cuando la situación requirió que se fueran, pasaron a las nuevas y recién construidas, Guarderías (su nombre oficial era “Primeras Academías”, pero todos nos lo pasabamos por el culo); donde se supone que residirán los bebés y niños hasta los 13 años cuando los pasarían al colegio militar.  El segundo es el grupo al que yo pertenezco. Tenía 17 cuando todo empezó y estaba en tercer cuatrimestre de universidad. La mayoría de mis compañeros tenían la misma edad, y tal vez por eso es que a nosotros no nos obligaron a enlistarnos. Ahora entiendo que éramos algo así como el futuro del mundo. O lo hubiéramos sido de no ser por ese maldito final del segundo año. 

Entonces todo se hizo público.

Alguien o algo había logrado penetrar en la Base Mundial de Fenómenos. Una isla súper segura de la que según no escapaba ni un puto pelo, pero ya veis que no. Vale, el punto es que, cuando se abrió, salieron pequeñas tropas de monstruos modificados genéticamente para ser jodidamente indestructibles y jodidamente adaptables a cualquier puto cambio de lo que sea. Nada las afectaba. Ni las balas, ni las bombas, ni la naturaleza. Al principio (según el reportaje que transmitieron infraganti a todas las teles y que sería recordado cómo “el primer mensaje rebelde”), los países se unieron y formaron una organización para combatir o por lo menos suprimir la amenaza. De más está decir que no pudieron, porque si no, no habría historia. Luego empezaron a culparse unos a otros y nos jodieron más a los ciudadanos comunes, porque mientras jugaban a la papa caliente echándose la culpa, parecían haber olvidados que, como buenos políticos locos que son, sus «papas calientes» no eran exactamente «papas», si no malditas bombas que se avientan unos contra otros desde sus cómodas sillas y que caían sobre los civiles. Al principio estuvo bien porque cayeron los países más “poderosos”. Una parte por las bombas, otra por los monstruos. Pero después ya no estuvo bien porque, a medida que la listilla de países se hacía más corta, más se acercaban a nuestro turno.

Y pues ajá, un buen día de presentaciones de proyectos en mi facultad, bombardearon el país.

Nuestro país siempre había sido muy tranquilo, pero precisamente por eso algunos otros países creyeron que teníamos la culpa. Realmente no los culpo, en ese entonces, despertar una guerra química o lo que sea era algo muy grave y nadie se atrevería a hacerlo a no ser que, o tuviera lo cojones más grandes del mundo o tuviera muchísimo que ganar y poco que perder, como nuestro caso.

La bomba fue tal que destruyó un estado entero. Pero no fue la única que enviaron. Fueron 5. Una en cada punto cardinal y la otra, en la capital. Esa fue la que más me jodió, porque vivía en el estado colindante a la capital y dada la puta casualidad de que mi universidad estaba entre ambos estados. En fin, fue horrible. Perdimos tantos proyectos como personas ese día. No nos alcanzaron escombros, pero la onda sí que nos hizo mella. Nos tumbó al piso juntos con nuestras mesas y computadoras. Algunos salimos heridos, pero a mi facultad le fue de perlas si la comparamos con los de Economía, Derecho, Arquitectura y Química. Se derrumbaron sobre miles de futuros Licenciados e Ingenieros. Recuerdo que ese día agradecí a mis padres por no dejarme estudiar ninguna de las dos carreras que quería. Porque ahora sería un cuerpo sin nombre ni título.  Ahora que la mayoría de hombres, mujeres y adolescentes estaban distribuidos en las Academias y Bases del país, los jóvenes adultos prácticamente gobernaremos las ciudades. Vivíamos juntos y teníamos una especie de trabajos con los que nos aseguramos de no perder la funcionalidad como sociedad. Los mayores que ya no tenían edad para el ejército, nos ayudaban mucho. Eran nuestros líderes y nuestros maestros. Pero más que líderes de sociedad, se volvieron nuestros líderes cuando la situación ameritó que nos escondieramos para sobrevivir y con nosotros, la especie humana.




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