Estaba de camino a la enfermería cuando los oí.
—...me dijo que te llevara con ella. Vamos.
—¿Por qué?— le preguntó Joe, a quien reconocí enseguida, con un tono neutro que se tornó drásticamente a preocupación—. Espera, ¿te sientes bien?
—Esa cosa casi me pilla, pero no es nada realmente—respondía el otro hombre, una voz conocida pero no lo suficientemente familiar para darle un nombre.
—Pero si estás sangrando del brazo, vamos a buscar un médico.
Al oír eso, asomé un poco la cabeza de detrás de la pared, quería ver si era necesario salir de mi escondite y atender al hombre. A simple vista, solo era un rasguño de unos veinte centímetros en el antebrazo. No era preocupante, solo estaba irritado y con una línea punteada de sangre. Después del pequeño análisis, decidí quedarme donde estaba.
Joe torció la boca un momento, luego tomó el brazo del hombre (el que no estaba herido, es decir) y lo apresuró a avanzar en mi dirección. Me volví a esconder enseguida.
—Buscamos un doctor, luego vamos con Bell.
—¡Voy solo! ¡Voy solo! Vé con Bell, te necesita. ¡Es urgente Joe!
Joe lo soltó y no insistió más.
—Okay, confío en tí. Vé directo a la enfermería, Arabell y yo te buscaremos ahí.
Se puso en movimiento enseguida, contuve la respiración y me pegué más a la pared para evitar que me viera, pero apenas fue una fracción de segundo el que se cruzaron nuestros caminos. Joe corría como desquiciado en dirección a lo que creo es el Deshuesadero. Todavía me costaba ubicarme aquí. ¿Acaso Arabell había tenido un problema con alguna de sus máquinas para entrenar?
Lo pensé, tal vez estaba entrenando con el herido y algo salió mal. Me pregunté si tendría que ir y asegurarme de que ella no estuviera herida también, pero no lo hice por dos razones: Uno, no tengo equipo a la mano y dos, aquí mismo hay un herido.
Con mi recientemente adquirido espíritu curandero, salí de la seguridad de mi pared húmeda y me dejé ver ante el miembro de la manada herido. Estaba balbuceando algunas cosas cuando me acerqué así que no se percató de mí hasta que estuve a un metro de él. Entonces se tensó y juro que le ví todas las intenciones de darme un golpe, así que cubrí mi cara con las manos y la incliné en la dirección contraria; él se detuvo en cuanto vio mi gesto protector.
—Oh, eres tú.
Me giré hacia él, con el cuerpo tenso y la mandíbula apretada. No sabría decir cuál era mi expresión al encontrarme con su mirada, pero la de él era suave y curiosa. Ojos pequeños, cabello casi blanco. Había algo familiar en esas características, como un eco de alguien que Arabell me presentó alguna vez de la universidad, pero aún no daba con su nombre.
—¿Qué haces aquí?
—Me levanté temprano —respondí sin mirarlo directamente, enfocado en la pared poco iluminada frente a mí. No me gustaba sentir que debía explicarme, pero así parecía que era, con él y con todos. Yo era el nuevo. Yo debía justificar cada respiro—. Aún no me acostumbro a dormir por la tarde.
Me sonrió.
—Pronto lo harás. Cuando menos sientas, estarás pegando la cabeza a la almohada el segundo después de la hora.
La hora.
Había aprendido que así era como se referían al ciclo de cambio de los monstruos, ese fenómeno regular en el que sus cuerpos se transformaban y adquirían nuevas capacidades. Una pesadilla predictiva que marcaba el inicio de esta rutina peculiar y ajena.
—Estás herido— señalé, porque era para lo que había venido—. Puedo curarte, soy médico.
—¿Escuchaste, verdad?—no parecía molesto, pero de todos modos me encogí en mí mismo porque fue vergonzoso que lo dijera. Asentí—. No quiero ir a la enfermería Ehe. No me gusta. Si eres tan amable y me asistes, ¿podría ser en el Deshuesadero? Hay un equipo médico ahí y está cerca de Arabell y Joe. Quisiera estar al tanto de lo que pase, aún si no me permiten ayudarles.
Tenía la sensación de que me estaba revelando información importante, de alguna manera, pero no adiviné cuál. Accedí a su petición y fuimos al Deshuesadero, que resultó estar diez metros adelante.
El hombre caminó con ligereza y sin hacer ningún ruido hacia el lugar donde guardaban las armas de entreno pero no cogió una, más bien las movió hasta sacar un maletín mediano color gris. Parecía una caja de herramientas a simple vista, pero supuse que sería donde guardan los primeros auxilios.
Lo obligué a tomar asiento en una orilla del cuadrilátero y revisé su herida superficialmente. Hace un momento, cuando le dí la primera vista no se veía así. El edema había avanzado rápidamente, aumentado su rojez y también el grosor del brazo, comprometiendo el tejido circundante, poniéndolo traslúcido en algunas partes.
Estaba hinchado, lo que era una mala señal por dónde lo vieras, pero el sangrado no había incrementando y eso era extraño. ¿Podría ser una reacción alérgica? Tal vez al óxido de hierro ¿O más bien una infección? El metal aquí no estaba en las mejores condiciones, eso ya era terrible y si además le sumamos la radiación y la falta de vacunas de los últimos siete años…
O sería… no.
Analicé la herida de nuevo. El borde del tejido estaba perfectamente seccionado, sin señales de desgarro o de abrasión superficial. No fue hecho con un metal de aquí. Fue con algo más afilado, más fino y en definitiva, más preciso. Cómo un exacto o incluso un papel.
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Editado: 02.01.2025