La voz rebotó en las paredes, generando un eco prolongado que no debería ser posible en un lugar con techo semiabierto.
Los tallos de hace una hora seguían presentes en mi mente, y, considerando la posibilidad de que la radiación fuera la culpable, se lo atribuí también. Quizá los niveles eran tan altos que afectaban incluso las ondas sonoras en un espacio tan cerrado.
Fruncí el ceño e intenté ubicar el origen. Mis dos chicos hicieron algo de ruido al hacer lo mismo, lo que me dificultó un poco más la tarea. Finalmente, dirigí el arma hacia el lado izquierdo del edificio, justo donde, además de la voz, se escuchó el crujido agudo de vidrio al ser pisado. Había una entrada, tal vez una escalera.
Apunté a la altura de una cabeza promedio y esperé.
—Sergio, aquí —le indiqué.
Él volvió a llamar. Esta vez no solo respondieron, sino que se mostraron.
—¿Es él?
—¿Fer? —Sergio ya estaba corriendo en su dirección.
No bajé el arma hasta verlos abrazarse.
—Vayan por Joe… Es seguro.
Mico salió corriendo. Juanpi se quedó conmigo.
Me acerqué a ellos. Por lo que pude escuchar, hablaban de la noche pasada, apenas había podido sobrevivir por misericordia de sus atacantes. Solamente diez personas. Cinco adultos, cinco niños. Diez de veintisiete…
—¿Bell?— preguntó en cuanto me vió. Asentí—. Es un placer conocerte por fín, nos han hablado muchísimo de tí.
El Líder es un hombre alto y de piel morena, con cabello negro a la altura de las orejas. Llamaba bastante la atención, a decir verdad.
—Sí, esta es la Líder Bell, ella nos trajo hasta acá.
Fernando cerró distancia entre nosotros, y me extendió la mano magullada y teñida de granate.
—Tienes sangre en las manos— le señalé, pero se la estreché de todos modos—. El placer es mío.
—Oh, sí— su cara se tornó ligeramente roja—. Ayer me enfrenté a alguien y me rajó la palma completa. Ha hecho costra rápido por alguna razón, pero sigue viendose mal.
—Seguramente se siente peor— le dije. Él sonrió y asintió, más relajado—. Tengo un médico conmigo, le pediré que te revise.
—¡Ya estoy aquí!
—Por supuesto que sí— rodé los ojos. Sam era un desesperado—. Este es el Líder Fernando, revisale esa mano, que se ve terrible.
Estaba por dejarlos para ir a analizar los alrededores, pero apenas alcancé a dar diez pasos cuando escuché algo que me hizo detenerme. Sam le comentaba cosas aleatorias a Fer para distraerlo del dolor que causaba la limpieza de la herida, como siempre hacía. Habló de su experiencia y de cómo era más mayor de lo que su cara aparentaba, que era médico con una especialidad y ahí Fernando lo cortó.
—¿Eres cirujano?
—Sí, aunque sólo trabajé como asistente de una doctora antes de que…
—¿Algo en obstetricia?
Sam frunció el ceño, pero respondió.
—No exactamente, pero sé cómo detener hemorragias y manejar partos de emergencia. He atendido a mujeres con complicaciones antes. ¿Por qué?
—Mi mujer ha tenido dolores severos desde ayer en la noche— le dijo, comenzando a sonar desesperado—, esa gente la golpeó al notar que usaba la radio. Apenas consiguió dormir, pero suda mucho y llora y yo… yo- no sé qué hacer. ¿Podrías ayudarla?
Caminé a ellos de nuevo.
—¿En qué mes está?
—Ocho quizá, no sabemos la semana exacta, nos dimos cuenta la semana que no sangró.
Sam dudó, entonces le puse la mano al hombro. Me miró con ojos tormentosos.
—Quizá es el parto— dijo en voz baja, como si fuera un pensamiento que se le escapó—. Tal vez se han cumplido las semanas y no lo saben…Bell.
—Mande— traté de mantener el tono casual. No quería aumentar su ansiedad.
—Nunca he hecho esto solo— me dijo—. Keith siempre me asiste.
—Pero tú haces la mayor parte del trabajo— le recordé con paciencia.
—No es lo mismo, no soy…
De nuevo la inseguridad. Sam siempre había creído que no tenía derecho a ejercer una carrera que no concluyó por culpa de la bomba, a pesar de que le quedaba nada para titularse.
—Eres cirujano. Uno muy experimentado. No necesitas ese maldito papel aquí.
La tormenta en sus ojos pareció calmarse. Solo un poco. Lo suficiente para que su mente pudiera navegar y llevarlo a donde estaban sus conocimientos.
—Llévame con ella— le dijo, con la seguridad de vuelta en su tono.
—¿Significa que sí puedes?
—Significa que voy a intentarlo— confesó, con sinceridad, pero tenso de pies a cabeza. Y eso era mejor que nada, así que Fer sonrió y lo llevó con él hacia las escaleras.
Sonreí:
—¡Te alcanzo después de poner orden aquí!
—¡Por favor, Bell! ¡Ah, me dijeron que hay dos enfermeras entre la gente de Sergio, diles que revisen a los niños!
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Editado: 22.06.2025