El monstruo se adentró en la casa emitiendo un chillido desgarrador, sus patas golpeando la tierra con velocidad. No había dudas en su movimiento, no había confusión ni miedo en su carrera. No era un animal perdido. Venía directo a matarnos.
Una puta cría.
Nos habían mandado como asesino a una cría de monstruos. Vaya… broma. ¿La tendrían domesticada? Había muchas señales que me hacían pensar que sí, pero mi parte racional me decía que era ridículo.
Sin embargo… ese collar de cuero en el cuello, cubriendo su punto débil. Maldición.
Solo quedaba un punto al que darle. Dos, de hecho. Los más difíciles.
—Bat, a los ojos —le ordené, susurrando y levantando la pistola con precisión entrenada.
Disparamos al mismo tiempo.
Dos detonaciones iluminaron la oscuridad con destellos cortos, pero no le dieron. Las crías son incluso más escurridizas que los adultos. Si de por sí ya era difícil con los adultos darle a los ojos, ahora con una cría eso se multiplicaba por diez. Los orificios ambarinos eran estrechos y rasgados. Se necesitaba más que una vista de halcón para atinarle a la primera. Probablemente Liz sea la única que lo logre con facilidad.
Un gesto de mano y detonamos de nuevo.
Esta vez, las balas lograron darle en la cabeza, y aunque rebotaron como de costumbre, lograron desequilibrar su cuerpo pequeño Y cuando ocurrió el tercer ataque, esta vez sí atinamos.
Las balas impactaron con precisión en los ojos de la criatura. El sonido húmedo de carne perforada fue opacado por el eco de los disparos, y en un instante, la bestia se frenó en seco, su cuerpo convulsionando con violencia antes de desplomarse en la tierra.
El silencio fue instantáneo.
El sonido de su respiración agónica desapareció en cuestión de segundos, ahogado en su propia sangre. Y entonces… nada.
Nos quedamos inmóviles. Con los dedos aún en los gatillos. Con los sentidos afilados, esperando. Pero no hubo gritos. No hubo otro chillido de respuesta en la lejanía. Nadie vino por él.
Mis músculos siguen tensos.
—¿Se supone que ya? —murmuró Bat, con la voz tan baja que casi no la escuché.
No respondí. Mis ojos se clavaron en la criatura muerta, en su cuerpo pequeño y retorcido. En el grueso colgante de cuero que aún cubría su cuello. Todo en esto estaba mal. Todo en esto era extraño.
Definitivamente no fue un ataque de los monstruos. Nunca atacan así. Siempre se nos acercan en manada. Ellos se cuidan.
Los únicos que serían tan despreciables para usar a otro ser vivo como carnada eran los humanos. Pero si en verdad fueron ellos… ¿qué carajo estaban probando?
Mis pensamientos se encadenaban demasiado rápido, chocando unos con otros, pero sin darme respuestas concisas. Igual que cuando no sabes qué puto caracter está mal en un código.
—Lancen las bombas de olor —logré decir—. La hora acaba de comenzar. Nos quedan cincuenta minutos de terror.
Juanpi y Mico se movieron sin cuestionar, sacando los cilindros improvisados de sus mochilas. Los activaron y los lanzaron alrededor del cadáver, dejando que el gas putrefacto se esparciera por el aire en cuestión de segundos.
El hedor era denso, abrumador, como carne podrida mezclada con químicos ácidos. Me cubrí la boca con el antebrazo, pero el asco se filtró por mi garganta de todas formas. Sentí cómo mis ojos ardían un poco, pero no me aparté. Era mejor esto que el riesgo de que el olor de la sangre alertara a los demás.
Estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no noté el efecto de las bombas en los demás hasta que Joe se sostuvo de mi hombro, doblado por la mitad como si fuera a vomitar. Después de eso, noté a los demás.
Carajo, se me olvidó que no todos están acostumbrados a esto… Como mi mente estaba ocupada en cosas más importantes, ignoré a quienes no fueran Joe y a Joe, le palmeé la espalda.
—Ey, ey. Tápate la nariz y respira por la boca— por un momento, pareció que se iba a recomponer, pero solo pudo levantar la cabeza un minuto antes de que volviera a tener arcadas. Me reí sin poder evitarlo—. ¿Todavía deseas estar afuera?
Quiso responderme, pero no pudo porque le volvieron las arcadas. Se volvió a sostener de mí como si no tuviera fuerzas y me reí todavía más. Olvidándome por completo de que ahora esas cosas podían oírme.
—¡Eh, chicos! Dadme unos de sus paños llenos de alcohol. Joe está a nada de mancharme las botas.
Mico me lo lanzó enseguida y yo le cubrí la cara a Joe con él. Probablemente le ardería al contacto, pero sería mejor que seguir oliendo la peste putrefacta. Pensé, distraídamente, que ojalá nuestros compatriotas estuvieran teniendo la misma reacción que Joe.
Me preguntaba si nos estaban observando. Habían estado aquí antes que nosotros, si no carecían de cerebro buscaron puntos fuertes, débiles y de observación. ¿A qué están esperando?
—Sergio… ¿Habían sufrido ataques antes de este? No de humanos— aclaré.
—No. La casa está demasiado arriba, la cubren los árboles, si no hacían ruido en las horas cero, seguramente nunca sospecharon que había gente acá y no subieron— Sergio se llevó una mano a la barbilla—. Ellos solamente sufrían pérdidas cuando iban al punto trueque.
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Editado: 22.06.2025