A Esa Hora

Capitulo 14

En algún momento de la noche, habían dibujado círculos concéntricos en el tejado de la casa. Dos círculos nada más. O eso parecía a simple vista.

Me acerqué a Mel, que caminaba sobre el trazo, y lo seguí también. Una circunferencia que no se cerraba, sino que comenzaba una nueva de ese mismo trazo; y luego una última, más pequeña, más gruesa. Un centro.

No eran dianas. Era una espiral.

Fruncí el ceño. Había algo en ese símbolo… algo inquietante. Es decir, seguía siendo un blanco de ataque, una marca de condena, pero había otra cosa. Me quedé mirándolo, como si verlo el tiempo suficiente fuera a darme una respuesta, como si siquiera tuviera tiempo suficiente. Mi respiración se aceleró sin que pudiera evitarlo, y sentí un nudo en el estómago, incómodo, cada vez más pesado.

¿Por qué se me hacía tan familiar?

Cerré los ojos un momento, buscando con brusquedad en mi memoria… Recuerdo incompleto tras recuerdo incompleto. Imágenes vagas y desdibujadas…. Y entonces lo vi. Un destello.

Una sala oscura, mapas extendidos sobre la mesa, voces que discutían con urgencia. La espiral roja trazada con precisión en varios puntos de la mesa.

—Es sencillo —dijo una voz grave. La voz de mi padre—. Visible desde el aire, imposible de confundir. Los pilotos sabrán justo dónde…

Abrí los ojos de golpe. El vértigo me golpeó como una ola.

No. No podía ser.

Ese símbolo… era el que los comandantes de nuestro ejército habían elegido para marcar zonas de ataque preestablecidas. Pero no cualquiera… no. Era el símbolo que mi padre en persona había propuesto cuando toda esta mierda comenzó y todavía estaba en casa.

Ese símbolo era suyo. De él. De la familia.

Mío.

El aire se me atascó en la garganta. El pulso me retumbaba en los oídos.

Y con ese recuerdo, llegó otro.

El estruendo. El fuego. El olor ácido de los químicos estallando, el humo de la materia ardiendo y la carne quemada. Los gritos. El techo de la universidad derrumbándose sobre él mientras yo corría.

Una espiral roja desdibujada en el cielo.

No podía ser coincidencia.

El horror me invadió cuando comprendí qué era lo que me tenía tan inquieta esta mañana.

—Mel… Tenemos que salir de aquí. Ahora.

Las manos me temblaban mientras descendía, pero tuve la fuerza suficiente para bajar y no resbalar hasta que Joe me sostuvo, dos metros antes de llegar al suelo.

—¿Y bien? ¿Qué encontraste?

Pero no encontré palabras para responderle. Por un lado, quería hablar con él en privado y contarle el trasfondo detrás del descubrimiento. Joe había conocido a mi familia, seguro que él entendería mi preocupación; por otra parte, sabía que tenía que sacarlos de aquí.

Me sentí atrapada.

El peligro de esta noche se me antojaba todavía peor que el que experimenté junto a Gabe cuando un monstruo descendió a la base. Probablemente era por la aparente involucración de la milicia en este asunto.

Quería pensar en eso, desglosarlo, entenderlo… pero no tenía tiempo. Mi padre había establecido ese símbolo como última etapa de un ataque. Si algo lo tenía, era cuestión de horas para que volara en pedazos.

—Dibujaron un blanco en el techo— respondió Melanie por mí.

—¿Un blanco?— preguntó Sergio, incrédulo—. ¿Por qué?

—¿En qué momento?

—¿Bell? ¿Qué piensas?— Rió me devolvió a la realidad, por lo menos un momento.

Quizá estaba equivocada. Quizá era una señal de auxilio. Quizá era una broma. Quizá alguien me estaba avisando de su presencia. Tal vez un militar amigo de mi padre que siguiera vivo. Incluso podría ser mi padre. Aunque a él lo habían dado por muerto hace años, igual que al resto de mi familia; sin embargo, nunca ví los cuerpos.

O quizá era un ataque de verdad.

De alguna manera, se habrían enterado de que había gente aquí. Era un punto bastante alto, desde donde sería apreciable una conmoción. ¿Habrán visto el ataque que sufrieron? ¿Enviarán ayuda o explosivos? ¿Querían salvar a la gente o exterminar cualquier amenaza?

—Van a atacarnos por aire— sentencié, decidiendo que la paranoia a veces salva vidas.

Sergio se pasó una mano por el rostro.

—Joder…

Todos los demás maldijo por lo bajo.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

—No lo sé —admití—. Pero si hicieron la marca anoche, podría ser cuestión de horas. O minutos.

Todos intercambiaron miradas tensas.

—¿Y el plan? —preguntó Joe.

—Salir de aquí antes de que todo vuele en pedazos.

—¿A dónde?

—Lejos.

—Eso no es un plan —gruñó Sergio.

—Pued lo único que tenemos—replicó Bat, dando un paso al frente—. El sol aún no alcanza este lado de la colina, tenemos tiempo para correr.




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