A Esa Hora

Capitulo 18

fak, qué buen cap escribí.

Con la cabeza ocupada en asuntos de seguridad y teorías sobre la situación allá afuera, ni siquiera sentí el pasar de los días. Simplemente, antes de darme cuenta, la ceremonia de unión se estaba llevando a cabo en el atrio.

Yo había sido retenida por Pao desde el final de la primera hora cero para prepararnos. No había mucho que hacer al respecto, a decir verdad, solamente me bañé (casi amarré a Pao a un mueble para que me dejase hacerlo sola), y me puse un conjunto gris sencillo de dos piezas que a saber de dónde coño había salido, con una camisa color crema (muy probablemente era blanca y la tiñeron con alguna planta). El único aporte de mi amiga (además de la compañía y apoyo moral) fue el uso de sus habilidades al trenzar el cabello; me hizo un sencillo peinado de media cabeza con trenzas y dejó libre el resto del cabello.

Tuve una sensación extraña al verme en el espejo. Hace tantísimo que no usaba el cabello así. Ya ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que me lo soltaba para algo que no fuera bañarme o dormir; no sabía que estaba tan largo. Consideré pedirle a Pao que me lo cortara un poco, pero luego lo pensé mejor y no valía la pena.

—Gracias, Pao.

Ella me sonrió y prosiguió con su trabajo. Hace mucho que nadie usaba maquillaje, entonces lo único que pudo hacer por mí fue rizar las pestañas con una cuchara de metal y ponerme color con alguna extraña mezcla que había preparado ella misma.

—Betabel y maizena, Arabell —me informó cuando le cuestioné el origen—. Una maravilla.

Al final, solo habíamos conseguido una versión más pulcra y rojiza de mí, pero Pao se veía muy contenta, entonces sonreí para ella.

—Eres muy bonita cuando no te vistes para ser intimidante, Bell —fruncí el ceño solo para desvalidar su punto. Yo siempre era intimidante. Ella puso una mueca de resignación—. Vale. La pillo.

—¿Cómo te sientes, Bell?

—No lo sé —respondí sinceramente—. No sé cómo o dónde clasificar este día.

—¿Nunca soñaste con casarte?

—No me estoy casando, Pao, eso ya no existe —le recordé. Ella apretó los labios—. Me estoy uniendo a alguien.

—Entiendo —dijo ella. Fue lo último que dijo hasta que llegamos al pasillo del atrio.

El lugar estaba adornado con telas, decoraciones que Thiago había puesto a hacer a las crías durante este mes y series de luces suaves (que Jake había hecho por su propia voluntad) que envolvían la atmósfera en un halo de solemnidad. La situación me parecía irreal, pero no en un buen sentido, sino en uno ridículo.

A mi alrededor, las personas sonreían, se tomaban de las manos, bailaban, se abrazaban. Y yo, en medio de todo eso, sentía que estaba en medio de un prototipo montado con piezas improvisadas y cables sueltos. Como si intentara calibrar un sistema emocional con herramientas diseñadas para la guerra, fingiendo estabilidad cuando en el fondo todo podía colapsar con el más mínimo fallo.

Es decir, sabía que este tipo de cosas eran necesarias. Les daban esperanza, sí, pero más que eso, les ofrecían un espejismo de normalidad, una fantasía reconfortante en medio del desastre. Entonces, si al volver de la Base, me recibían con risas en vez de gritos, con emoción en vez de pánico y ansiedad... estaba dispuesta a darles cualquier espectáculo.

Incluso si eso implicaba aceptar una unión que no sentía.

Ya había intentado el camino de la soledad. Había probado el egoísmo, el desinterés. Había intentado vivir sin propósito, sin nadie, y fue tan desolador que apenas lo recuerdo sin náuseas.

Joe no lo sabe, pero aquella vez no tenía intenciones de regresar. Me alejé durante dos meses. El primero lo pasé sola, comiendo raíces y bebiendo agua de lluvia hasta que, a mitad del segundo, simplemente dejé de intentarlo. Me rendí.

Me habría muerto de hambre, ahí, en medio de la nada… si no hubiera aparecido Jordan. Él era un escalador acostumbrado a la soledad, pero aún así me dijo que no soportaba la idea de seguir sin nadie. Incluso los más duros se desmoronan sin contacto.

Jordan no me pidió explicaciones. No preguntó por qué estaba sola, ni cuánto tiempo llevaba así. Solo me ofreció una manta, una hoguera, su compañía y lecciones morales que lo hacían parecer más viejo de lo que era.

—¿Sabes qué es lo peor de estar solo mucho tiempo? —dijo de la nada.

—¿Qué?

—Que te acostumbras. Y cuando te acostumbras, te cuesta más volver.

Le lancé una mirada de reojo. Estaba empapado, como yo, pero la voz no le temblaba.

—Yo me recluí cuando murió mi novia, la radiación le afectó demasiado… aunque, al final fui yo quién terminó con su vida por piedad —continuó—. Caminé durante días. Me escondí en cuevas, trepé árboles como un animal. Todo para no ver a nadie. Me convencí de que así dolía menos.

No dije nada, pensando que Jordan solo necesitaba soltar, sin que uno intentara arreglarlo.

—Pero no dolía menos. Solo dolía distinto. Como un dolor sordo, pero constante que no te mata de golpe, pero te va consumiendo igual. —me miró entonces, por fin—. Y cuando te encontré a ti… pensé que estaba alucinando.




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