Ehecalt
Mientras avanzaba, no me temblaban las piernas. No podía darme ese lujo, ni siquiera cuando mi instinto gritaba que debía volver atrás porque no estaba preparado para enfrentar nada de lo que había aquí afuera. Me obligaba a resistir.
Joe corría delante de mí. Su figura, encorvada bajo el peso de la mochila improvisada, era todo lo que alcanzaba a seguir en esa penumbra rara que precede al amanecer. Alcanzamos lo que quedaba del suburbio, casas vencidas, esqueletos de una vida que ya no existía. Aún recuerdo la sensación de caminar por estas calles en otro tiempo... aunque los recuerdos eran tan brumosos como un sueño mal contado.
Seguíamos el camino junto al drenaje, un sendero viejo y roto que parecía tragarse nuestros pasos. Cada rama seca bajo nuestras botas sonaba con un eco alarmante en medio de aquel lugar donde el silencio era tan denso que casi podía sentirlo en los pulmones.
Y aun así, no podía dejar de pensar en que el mundo nos estaba dejando pasar con prácticamente cero complicaciones.
Hasta donde yo sabía, Joe no había salido de la Base en años, por lo que era comprensible que fuera igual de ruidoso que yo al momento de caminar, pero era extraño que parecía desviarse mucho del camino recto.
Por mi parte, no había estado afuera desde la última vez que hicimos el viaje hasta aquí. Y tampoco había nada persiguiéndonos aquella ocasión. Ni siquiera en todo mi tiempo en el Centro de Artesanías nos enfrentamos a nada tan preocupante como lo que Arabell y su manada nos contaron. Es decir, había mutaciones y radiación por montones, pero estoy casi seguro de que nunca había visto un monstruo tan vívidamente hasta que pasó aquella noche con Gabriel.
Tal vez solo no lo recuerdas…
Recuerdo incluso que el pequeño Ian no tuvo complicaciones para ir y venir cuando se escapaba.
¿Se habrá topado sin saber con aquellos humanos extraños que Joe mencionó?
Es poco probable, pero tal vez cada que Ian salía, casualmente los tenían controlados. No lo sé. Nunca me preocupé lo suficiente por eso.
Ahora, claro, me preocupaba todo. Pero justo cuando mis miedos comenzaban a salir a la luz, la casa que buscaba apareció en mi campo de visión.
Estaba medio devorada por el óxido y la maleza, pero aún era reconocible. La experiencia fue como ver una fotografía vieja: extrañeza en el primer vistazo, pero con detalles que te clavaban nostalgia en el pecho. Así que, con la confianza de saberme en un lugar conocido, rebasé a Joe en la marcha y me escabullí entre los escombros de lo que antes fue mi casa, subiendo con cuidado a la entrada trasera.
Abrí la pequeña puerta con facilidad, me adentré al jardín y sentí un pinchazo de dolor en el pecho por ver el lugar de mi infancia vuelto ruinas. Sin embargo, la tranquilidad volvió a mi al ver, en el fondo del lugar, el pequeño invernadero de mi tía.
—Se ve bien— dije al aire, con alivio.
Los cristales estaban opacos y sucios, pero no parecían tener ningún daño superficial, igual que los paneles solares en el techo. Era un espacio pequeño, de apenas dos metros por tres. Era un lugar íntimo, sí, casi secreto. Pero también un punto de origen. Ahí se había hecho historia.
Sentí cómo algo dentro de mí, algo que no sabía que todavía estaba vivo, se aflojaba. Un nudo menos en el pecho.
El invernadero había sido el refugio de mi tía, su santuario. Incluso ahora, desfigurado y sucio, conservaba un aura de lugar prohibido y precioso. Entonces me sentí ligeramente incómodo de violarlo con mi presencia que no había sido muy concurrente desde que dejé de ser un niño pequeño, cuando ella dejó de ser la encargada de cuidarme, demasiado tarde como para que yo no amara su trabajo.
Me concentré en que ella no tenía manera de saberlo, así que, con Joe nos deslizamos hacia el invernadero. El calor residual de los paneles solares era apenas un susurro, pero bastaba para iluminar el lugar cuando encendimos la luz.
Sin embargo, lo mejor fue la sensación embriagante del aire limpio. Aire malditamente limpio. No había notado cuánto me ardían los conductos nasales y la garganta hasta que dejaron de hacerlo.
Joe también estaba sorprendido.
—¿Cómo es…?
—No lo sé— admití.
Le dí una mirada de apreciación rápida al lugar. La mayoría de las cosas estaban bien, algunas algo desordenadas de aquella manera en que mi tía solía dejar. Su caos controlado y eficiente.
Algunas plantas seguían vivas, otras se habían marchitado inevitablemente. La mayoría estaban organizadas en bandejas flotantes o macetas suspendidas, muchas etiquetadas con letras borrosas que apenas podía leer. Algunas eran nombres científicos que sólo alguien entrenado reconocería.
Y yo lo hice, pero no dije nada.
No era conveniente.
No necesitaba que me marcaran de nuevo como alguien no fiable.
De pronto, ví una especie de helecho translúcido, con venas iridiscentes, colgado sobre un banco de trabajo. Sus hojas vibraban colores al ritmo de nuestra precensia.
—¿Esto… es natural? —preguntó Joe a mi espalda.
—¿Qué cosa? —dije, sin girarme.
—Esa planta. Está... viva. Para nada parece normal.
#1101 en Ciencia ficción
#7449 en Otros
#1377 en Acción
#romance #fantasía #recuerdos, #distopía, #post-apocalíptico
Editado: 02.05.2025