— Es él, ¿verdad?
—¿Quién?— ni siquiera había entendido lo que implicaba la pregunta de Joe, pero su cuerpo se puso a la defensiva inmediatamente.
—Ehecalt.
—¿Él qué?
—El que me dijiste que te gusta.
La cara de Arabell era un poema. Pálida. Boca entreabierta de la sorpresa. Ojos nerviosos…
Ella había mencionado eso una sola vez, pero existía la desgracia de que Joe tenía una memoria demasiado buena.
Al final logró componerse y negó con la cabeza.
—Yo tengo novio— recordó, más para sí misma que para Joe.
—Sí, todos lo sabemos—giró sus bonitos ojos azules—. Castaño y de ojos imposiblemente claros… Muy guapo, lo admito, pero no te pregunté eso.
La expresión de Arabell se deshizo, y Joe supo que por fin lograría que confesara. Esperó unos segundos…
Pero entonces se escuchó algo. Unos pasos que sonaban con el peso y velocidad exactos. Y su cara volvió a tensarse. Ella apenas tuvo tiempo de elegir las palabras correctas para ese momento.
—A mi gustan los chicos con aire de superioridad, ¿vale? De esos que tienen cara de que a medio acto te van a regañar por cualquier tontería.
Y cómo no había otra opción, Joe tuvo que hacerle segunda.
—Claaro. Futuros policías y militares.
—O sus hijos— Arabell le guiñó uno de sus profundos ojos grises, que a pesar de lo que a ella le gustaba creer, resultaban tan atractivos que arrancaban pequeños suspiros de quienes la vieran hacer un gesto tan mortal como aquel.
Incluso Joe podría haber gustado de ella solo por sus ojos de no ser porque era una chica y su mejor amiga además.
Y como Arabell ya lo había oído venir desde hace cinco metros, no se sorprendió cuando un brazo le rodeó los hombros y la atrajó hacía su cuerpo. Ella se dejó sostener.
—Hola, André— saludó ella, sin necesidad de voltear.
—Joder—exclamó su novio, exasperado—. Nunca puedo tomarte por sorpresa Bell.
—Mi entrenamiento es mejor que el tuyo— ella se encogió de hombros.
André se rió, haciendo que su pecho del doble de ancho que su cintura temblara. Luego la abrazó desde atrás.
—Que ya me ha quedado claro que los hijos de militares somos la hostia, pero venga que las hijas no están nada, nada mal.
Joe jamás dejaría de pensar que André era demasiado alto para ella, como cuarenta centímetros o así. Y Arabell se veía incómoda, pero seguro que solo él podía darse cuenta.
—Arabell nos presentó un nuevo amigo.
—¿Ah sí? ¿Quién?
—Un vecino suyo. Lo trajo en su auto hoy, de hecho, lo ha traído toda la semana. En el asiento de en-fren-te…
Sabía que estaba jugando con fuego, porque los ojos de Arabell ardían con emergencia. Sabía que ella se la cobraría después, pero no importaba, quería ver qué tan capaz era de resistir antes de explotar con la verdad.
Cuando ella quiso defenderse, la mano grande de André le cubrió la boca y Joe ahogó una risa.
—¿En serio?— el tono agudo de André sólo alimentó la urgencia en los ojos de Arabell—. ¿Y qué más ha hecho mi amorcito esta semana sin que yo esté al tanto?
—Uyyyyyy…— alargué el sonido innecesariamente—. ¿De verdad quieres saber? ¿Sí? Deja te hago una lista. Para empezar, eso. Lo trajo en el carro y lo subió en nuestro lugar, André, en nuestro asiento de enfrente. Es un pésimo copiloto si me permites la osadía. ¡Ah, también está eso! ¡Lo deja dormir mientras va de copiloto! ¿Cuándo nos ha dejado hacerlo a nosotros? Además, todas las mañanas se para en una tienda de conveniencia para comprarle un café igual al de ella aunque esté dormido. Así que, cuando el vecinito se despierta, tiene un café caliente esperándolo.
Arabell sentía como la mano de André se ponía tensa y húmeda. Era una característica que encontraba asquerosa cuando el contexto no era sexual, en cuyo caso era excitante, pero estando en plena universidad solo podía ser porque había peligro o estaba enojado.
Maldito Joe.
Lo bueno era, que para el momento que pudiera defenderse, diría que todo eso es mentira y Joe la apoyaría si no quiere que le dé una paliza. André terminaría creyéndole porque Joe sí tenía la fama de ser un maldito chismoso.
Escuchó como decía mil y una verdades por un par de minutos más hasta que André le dió tregua para explicarse y lo hizo enseguida. Con los nervios a full, porque, como la familia de ambos se enterara… ay. Prefería no pensar en las consecuencias de serle infiel al hijo de la Comandanta Suprema de los Ejércitos del País.
Entre muchas cosas, Gabe, Joe y ella se quedarían sin protección. Probablemente a Gabe lo devolverán con sus padres y a ellos los mandarían a la guerra. O solo a Joe, si es que no la mataban primero.
—¡No, eso no es así! Ya te había hablado de él, a todos les había hablado de él. ¿Ehecalt, lo recuerdas? ¿Mi vecino? ¿El sobrino de la mujer de la que mi primo lleva años enamorado? ¡Estoy segura que Ever y yo les hablamos de ellos!
—¿El hijo de la Doctora Lozano?
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Editado: 22.06.2025