A Esa Hora

Capitulo 21.1

Eiiii, una mejor versión de esto.

Arabell

El cuerpo entero me temblaba cuando Ehecalt se acercó a mí con una calma que parecía inhumana. No había prisa en sus movimientos, ninguna, y eso era preocupante. Él tendía a hacer cualquier movimiento extraño con los dedos para mantenerse atento al entorno.

¿Qué tan malo tenía que ser dicho entorno para que no quisiera ponerle atención?

Suspiré discretamente.

—¿Algo qué decir?

Algo moralista, me refería.

No podíamos estar seguros, porque no nos quedamos a contar cuerpos, pero hubo por lo menos quince muertos. Por estadísticas, Ehecalt le dio a por lo menos tres de ellos.

Tampoco podía estar segura de esto, pero algo me decía que él nunca antes había matado a nadie.

¿Cómo se sentiría?

Su semblante estaba tranquilo, pero sus ojos contaban una historia diferente. Claros y brillantes, pero no ingenuos, ya no… Es la persona más lista que conozco. Sabía muchas cosas y, como la mayoría, había visto mucho. Así que quizá nunca fue ingenuo, pero estoy segura de que existen ciertos detalles de la vida que escapan de sus manos.

Hay fórmulas y leyes químicas llenando su cabeza pero, ¿qué hay de visceralidades como la tristeza, el arrepentimiento y el amor?

No. Una mente de ciencia demoraría en entenderlas. Igual que una mente táctica como la mía.

¿Y qué hay de lidiar con la sangre de alguien más en tus manos?

Quince personas….

Habíamos vaciado por lo menos un cargador cada uno. Veinticuatro balas. Veinticuatro detonaciones. Doce veces de jalar el gatillo por cada uno.

Tanta destrucción y no la había podido sentir en el momento.

Porque todo pasa demasiado rápido. Las cosas salen de control en un parpadeo, las balas atraviesan cuerpos en un instante, los cuerpos caen en pocos segundos y se enfrían en menos de una hora… Los recuerdos se esconden en un pozo y mueren ahogados antes de que seas consciente de ellos.

La muerte era una amiga que llevaba tiempo conociendo pero a la que seguía sin acostumbrarse. Y hoy se la había presentado a él.

—Deberías beber algo —dijo, ofreciéndome una botella de plástico negro.

Así que no quieres hablar de eso.

Bien. Puedo aceptarlo.

Puedo esperar.

La acepté con un ligero asentimiento. La verdad era que vendría bien un poco de agua. Hubo un ligero roce entre nuestras manos que no significó nada, pero que me dejó pensando.

Ehecalt tenía esas manos de alguien que construía, que creaba. Manos de un químico, sí, pero también de un hombre que parecía cargar con la responsabilidad del mundo en cada dedo. Alguien fuerte y capaz de sobrevivir con sangre en ellas.

Agradecía su ayuda en el ataque. Claro que sí, pues me había cubierto la espalda y salvado mi vida, pero detestaba pensar que se había manchado las manos por ello.

—No estoy sedienta—dije, solo para no soltar el “lo siento” que tenía atorado en el inicio de la garganta.

—Pero lo aceptaste de todos modos.

Apreté los labios, inconforme. Igual que cada vez que él lograba encontrar la grieta en mi fachada. Bebí un sorbo rápido, sintiendo mi orgullo resbalarse por mi garganta. Cuando bajé la botella, él seguía mirándome de aquella manera tan inquietante, como si pudiera leer todo lo que intentaba esconder y al mismo tiempo como si me escondiera cosas.

—¿Qué pasa, Ehecalt? —pregunté finalmente, cansada de fingir que no me inquietaba.

A decir verdad, esperaba que se intimidara por la pregunta y no respondiera, pero no fue así.

—Quiero que confíes en mí.

Su voz no tembló. Pero algo en ella me golpeó como una explosión a quemarropa.

—Confío en ti —mentí. Y él lo supo. Por supuesto que lo supo. Porque arqueó una ceja como lo hacía antes, cuando me descubría leyendo sus apuntes a escondidas.

—No lo haces —respondió, sin un ápice de duda, recargándose en un lugar a mi lado—. Y honestamente, no te culpo.

¿Por qué lo decía tan seguro?

¿Por qué había tanto sentimiento en su mirada? No era dolor, no era odio, era algo peor. Algo que odiaba. Arrepentimiento.

Yo lo había visto en mí reflejo muchas veces.

Y ya que acababa de hacer una mini matanza, él podía verlo en mi cara justo ahora.

Me miró. Lo miré. Y fue como volver en ese abismo donde siempre terminamos cuando nuestras miradas se cruzan. Esperando en el borde sin atrevernos a saltar.

Si la muerte me esperara abajo, entonces lo haría. Yo saltaría sin pensarlo… pero solo ahí solo existen cosas que no tienen nombre. Por eso me quedaba arriba.

—Pero no estamos aquí para entendernos —dije.

Un suspiro compartido.

—Quería ayudar…




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