A Esa Hora

Capitulo 23

—¿Puedes organizar todo por aquí? Voy a ver a Nat.

Asentí. Pero ella no se quedó a verlo, se acercó a la mesa común para tomar una nueva bandeja y empezó a caminar. Sin decir nada. Sin mirarnos.

—Permiso, ¿no? —me quejé en voz baja. Solo Ehecalt me escuchó. Lo miré con media sonrisa—. ¡Ay! ¿Qué podemos hacer? Es su favorito.

—¿Su qué?

Ehecalt cortó el aire con esa pregunta apresurada. Lo miré un segundo antes de responder…

—Nat siempre fue algo así como una debilidad para Arabell— bajé la voz, porque si iba a jugar con fuego, tenía que alejarme del combustible.

—¿Ah sí? ¿Por qué?

—Fue quien logró comunicarse con todos los demás sobrevivientes –nosotros entre ellos– y quien, además, la convenció de unirse a la Sociedad de Manadas. Arabell lo respeta mucho.

—¿Solo por eso?

Su voz subió apenas un tono. El aire se volvió tenso, como si alguien estirara una cuerda invisible entre nosotros. Ese filo sutil en las sílabas…

El delicioso sonido de la inseguridad disfrazada de curiosidad.

Lo delataba.

Celos.

Ojalá nunca me pase.

—Tu sabes lo difícil que es convencerla de algo— me encogí de hombros, mirando como apretaba los labios con inconformidad.

—¡Hey Ehecalt!—Thiago se había acercado a nosotros en algún momento—. Te veo completito, pero ¿volviste cuerdo de allá afuera?

—Definamos “cuerdo”—bromeé. Thiaguinho no podía saber que el doctor estaba enfermo de celos.

Mi voz fue suficiente para atraerlo hacía mí. Se acercó, sentándose a mi lado. Como el costal tenía espacio limitado una de sus piernas quedó parcialmente sobre la mía y ya que él no hizo nada para apartarla, yo tampoco. Thiago me dio un empujón amistoso en el hombro y me rei inevitablemente.

Ehecalt nos observaba fijamente.

—¿Se conocen desde hace mucho? —preguntó, ladeando la cabeza.

—Nah. Lo suficiente —respondí, comprendiendo que se refería al tema anterior. Sonreí con toda la maldad que mi comentario planeaba tener y dije—. Quizá por los seis años que pasamos sin saber de tí.

—Ustedes— aclaró, con la mandíbula tensa—. No ellos.

—Ah, claro.

—Llevo aquí como cuatro años, creo— dijo Thiago.

—Tres y medio— le corregí—. Hace tres años y medio que haces mi vida infeliz.

Thiago me miró de arriba a abajo con una mueca.

—Conocerte no fue precisamente maravilhoso que digamos.

—¿Seguro?— le pregunté, acercándome más a él.

Estiré mi torso lo suficiente para invadir su espacio personal. Como siempre, era una batalla de orgullo. Si se quita, pierde. Si me quito, pierdo. Algo sencillo.

Y, como siempre, él hacía trampa.

No se apartó, pero ladeó la cara ligeramente para mirar a Ehecalt.

—El bebé… —dijo Thiago, buscando cambiar el tema—, está mejor.

—¿El hijo de Fernando?

—Sí. Come bien. Gracias a ti, supongo.

Como no pensaba volver a mirarme, cedí y volví a mi posición inicial.

La Rosa Elisea— dije, apreciativo—. Un milagro hecho flor.

Ehecalt, que hasta el momento nos veía con ojos entrecerrados, relajó su expresión. La nostalgia se le dibujó en el rostro como una ola que retrocede en la arena.

—Debería revisar la carpe…ta para saber si hay algo que sea útil ahí— hizo una pausa probablemente causada por el trozo de comida que se le cayó de la boca mientras hablaba.

—¿Y tú podrías recrearlos? Es decir, lo que funcione como medicina. Cómo puedes ver, armas no nos faltan para proteger a la gente, pero ninguna bala puede matar una fieb…

—¡Hardaway!— Thiago gritó, de repente—. ¿Le contaste a Bell el problema que hubo con las municiones?

Necesité tres segundos para recordarlo.

Luego contraje la cara.

—Carajo, lo olvidé por completo— Thiago me dio una mirada reprobatoria, y antes de que comenzara su sermón, me adelanté—. Vivian ya se encargó del chico, de todas formas.

—De todas formas, debes decirle a Bell. Solamente ella sabe qué tanto tenía ahí guardado. ¿Y si se llevó algo más?

—Conociéndola, me va a poner a hacer inventario.

—Bien merecido lo tendrás. Se supone que tu cuidas todo.

—¡Nunca había tenido problemas como estos antes!— me defendí—. La culpa es de ese chico de la Manada de Fernando. ¿Quién lo manda a meter su culo donde no lo llaman?

—Ah…

Ehecalt carraspeó.

—¿Sucede algo?

Negué con un gesto, quitándole importancia.

—Un pobre desgraciado que quería jugar con armas— le resumí—. Encontró la manera de entrar al cuarto de suministros y activó algunos explosivos por accidente mientras buscaba balas. Ya nos había robado un arma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.