A la Altura de tus Miedos

Capítulo 4 – Lo que pudo haber sido

Mila

La tarde había caído con suavidad sobre la ciudad, Mila apagó la lámpara de escritorio de su consultorio, exhalando con alivio al cerrar la carpeta del último paciente del día. Se puso su abrigo largo color camel y salió de la clínica con paso tranquilo, aún con el sabor tenue de su habitual café mocachino en los labios. Pensaba en nada y en todo al mismo tiempo, en los silencios que a veces dejaban sus pacientes, en la soledad que cada uno acarreaba a su manera.

Justo cuando abría la puerta de su coche, su celular vibró. Al ver el nombre de Nathaniel Lavenik en la pantalla, frunció levemente el ceño. Apenas unas horas antes había guardado su número, dudando si realmente lo usaría. No esperaba una llamada suya, al menos no tan pronto. Vaciló un segundo antes de responder, pero algo en su interior le impulsó a deslizar el dedo por la pantalla y contestar.

—¿Nathaniel? —preguntó con voz serena, aunque su pecho se había tensado.

La voz de él al otro lado estaba temblorosa, apagada, vulnerable. No hizo falta mucho para que comprendiera que estaba teniendo un ataque de pánico. Con la misma calma que siempre procuraba transmitir, lo guió paso a paso, ayudándolo a regular su respiración, hablándole con suavidad, sin prisa, sin juicio. Cada palabra que pronunciaba no solo era para calmarlo a él, sino también para convencerse a sí misma de que podía manejarlo. Cuando la llamada terminó y Nathaniel pareció estar más tranquilo, Mila bajó lentamente el teléfono y se quedó inmóvil.

Sintió una oleada de emociones que no logró contener. Había algo más allí. No era solo empatía. No era solo responsabilidad profesional. Era algo más… y eso la descolocaba.

Sin pensarlo mucho, marcó el número de Cassidy.

—¿Estás en casa? —preguntó apenas escuchó la voz familiar al otro lado.

—Sí, ¿todo bien?

—¿Puedo pasar? Necesito hablar.

—Siempre puedes. Ven, te espero con té.

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Cassidy vivía en un piso moderno con vista a la ciudad, decorado con elegancia sobria. A pesar de su carrera exitosa como abogada, nunca dejaba de estar disponible para Mila. Desde que eran adolescentes, se habían prometido no soltarse, ni siquiera en los momentos en que la vida las exigiera por caminos distintos.

Cuando Mila llegó, Cassidy le abrió la puerta sin decir una palabra y simplemente la abrazó. Ese tipo de abrazo que solo dan las hermanas que saben cuándo las palabras sobran. Mila se dejó mimar, sin resistencias. A veces, incluso a los treinta y tantos, una mujer necesita sentirse pequeña solo un rato.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Cassidy mientras le pasaba una manta sobre las piernas y le ofrecía una taza caliente.

Mila suspiró largo.

—Es sobre un paciente. Nathaniel Lavenik. El escalador.

Cassidy arqueó una ceja.

—¿Ese del escándalo con la caída?

Mila asintió, y empezó a hablar. Primero con precisión clínica, describiendo el cuadro emocional, las señales de ansiedad, la fragilidad que notaba en él. Pero poco a poco, la voz se le volvió más baja, más íntima.

—Me conmocionó. No sé cómo explicarlo. Hay algo en él que me hace pensar en todo lo que pudo haber sido y no fue. Y no lo digo por romanticismo… —bajó la mirada—. Es como si me viera a mí en él. Como si su dolor reflejara algo mío. No sé si puedo seguir tratándolo sin que eso interfiera. No sé si estoy siendo profesional.

Cassidy no interrumpió. Solo la escuchó.

—No suelo hablarte de mis pacientes así. Tú lo sabes. Ni siquiera me quejo cuando me siento saturada. Pero él... me descoloca. Aunque intente mostrar tranquilidad, esta noche me di cuenta de que no quiero alejarme. No puedo. Siento la necesidad de cuidarlo.

Cassidy dejó la taza sobre la mesa con lentitud.

—Mila… tú siempre eres racional, lo sé. Pero con una sola sesión y una llamada ya te ha removido tanto, ¿no crees que deberías referir su caso a otro terapeuta? No porque dudes de ti, sino porque… te conozco. Nunca hablas así de nadie. Jamás das tantos detalles. Nunca me habías mirado con ese brillo en los ojos hablando de un paciente.

Mila bajó la mirada, en silencio.

—Él simboliza todo lo que se escapó por razones ajenas a uno mismo. Las cosas que la vida nos arrebata sin pedir permiso —dijo en voz baja.

Cassidy le tomó la mano.

—No estoy diciendo que esté mal sentir, Mila. Lo que te hace buena terapeuta es tu capacidad de conectar… pero también de poner límites. Si decides seguir con este caso, hazlo con los ojos bien abiertos. Y si no puedes… nadie va a juzgarte por pasarle el caso a otro.

Mila asintió lentamente, agradecida por su ternura y claridad. Esa noche, entre el calor del té, la complicidad de las hermanas y la confusión que latía en su interior, supo algo con certeza: el vínculo con Nathaniel había comenzado a trazar un mapa dentro de ella. Y no sabía a dónde la llevaría, pero no estaba dispuesta a dar la vuelta atrás.

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Mila dejó el teléfono sobre la mesa con un suspiro profundo. Se repetía a sí misma que debía seguir con su vida como de costumbre y confiar en que vería a Nathaniel en la siguiente sesión, o que recibiría una llamada si necesitaba apoyo y contención, tal como había ocurrido.




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