Mila
El ritmo había vuelto, o al menos eso quería creer. Los días de Mila se llenaban otra vez de actividades, café con amigas, sesiones con pacientes y alguna que otra escapada social. Kyle seguía ahí, constante, amable, divertido. A veces, incluso demasiado perfecto.
Los fines de semana se había sumado a su grupo de amigos, un círculo cálido que no exigía explicaciones. Y ahora, entre risas y planes espontáneos, surgió una idea de viaje: acampar en las montañas.
—¡La caminata será brutal! —dijo Kyle una tarde en casa de Alyce—. Pero la vista desde el pico es algo que hay que ver al menos una vez en la vida. ¿Verdad, Mila?
Ella tragó saliva. El nombre de la montaña acababa de sonar como un disparo en su interior. El corazón, antes relajado, se le contrajo de golpe.
—Claro… —respondió, forzando una sonrisa—. Suena bien.
Nadie notó cómo su mirada se perdió unos segundos, ni cómo apretó el vaso de limonada entre las manos. Solo ella sabía que había contenido el aliento. Cuando finalmente pudo respirar, ya había cambiado el tema.
Esa noche, apenas cruzó la puerta de su apartamento, marcó a su hermana.
—¿Estás bien? —preguntó Lía al contestar—. ¿Te pasa algo?
—Solo… necesitaba escucharte —dijo Mila, y su voz tembló.
—¿Otra vez esa montaña?
—La mencionaron. Y fue como si se abriera un hueco en el piso. Fingí estar bien… pero por dentro me rompí un poco.
Cassidy no respondió de inmediato. Luego dijo con suavidad:
—Quizá es momento de que la enfrentes.
Mila cerró los ojos. Lo sabía. Lo había sabido desde hace semanas. Las sesiones con Nathaniel no solo le hablaban a él. Cada palabra, cada metáfora sobre el miedo, le susurraba también a ella. ¿Qué estaba haciendo con su propia vida?
Después de colgar, se quedó un largo rato en silencio. Luego fue hasta su calendario, buscó la fecha del viaje y la marcó con tinta azul.
“Voy a ir.”
“Voy a enfrentarla.”
“No puedo seguir congelada en el tiempo.”
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Kyle le había pedido formalizar la relación unos días atrás. Habían salido por más de seis meses. Todo fluía, era cómodo, incluso agradable… pero no era amor. No como antes. No como cuando había sentido que el mundo podía partirse si la otra persona se iba.
—¿Y entonces? ¿Te animas? —le había preguntado Kyle con una sonrisa sincera, tomándola de la mano mientras caminaban por el parque.
—Estoy pensando en eso —respondió Mila.
—Merecemos intentarlo, ¿no?
Y sí, lo merecían. Él era bueno. Y ella quería abrir espacio para algo nuevo. Pero también era honesta consigo misma: ese algo nuevo no terminaba de acomodarse.
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Esa noche, mientras preparaba su té de manzanilla, el celular vibró. Era un mensaje de Nathaniel. Abrió la notificación.
📸 [Selfie]
"¡Sobreviví a la cena con Chase sin hiperventilar! 😅 Gracias por todo, de verdad. Hoy me sentí casi… normal."
Mila sonrió. Respondió:
—¡Eso es un gran logro, Nate! Estoy muy orgullosa de ti.
—Siento que tú lo hiciste posible. Gracias por enseñarme a respirar de nuevo.
Volvió a mirar la foto. Estaba en su sala, con el cabello algo desordenado, sonriendo con timidez. Había luz en sus ojos. Luz que antes no estaba. Y esa luz la tocaba a ella también.
Podría haberse dicho que era como con sus otros pacientes. Pero no. Nathaniel no era uno más. Ella no era tonta. Sabía reconocer lo que pasaba cuando entraba en el consultorio y lo veía esperarla. Sabía lo que eran las miradas prolongadas. Las pausas innecesarias. Los roces que no eran accidente.
No quería renunciar a eso. No aún. Porque no se sentía como una infracción. Se sentía como un espacio compartido, donde ambos estaban aprendiendo. Un espejo, tal vez. Un lugar donde su dolor y el de él podían hablar sin juicio.
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Se había metido en la cama sin mucha ceremonia, cansada, pero sin sueño. Kyle le había escrito más temprano, hablándole de la salida del fin de semana y preguntándole si quería cenar con sus amigos el domingo. Le dijo que lo pensaría. Que tenía que revisar su agenda. Que tal vez sí. Pero no lo sentía del todo.
Kyle era amable, estable, encantador incluso… pero había algo en ella que no terminaba de alinearse. Lo estaba intentando. Con sinceridad. Porque eso merecía él. Y también lo merecía ella. Pero cada vez que lo veía reírse con sus amigos o tomarse de su mano con naturalidad, una parte de ella se sentía ausente.
Suspiró, girándose hacia su teléfono, como si una respuesta pudiera estar allí. Desbloqueó la pantalla y volvió a abrir la última conversación con Nathaniel. Al ver su nombre, una sonrisa suave se dibujó en su rostro.
Recordó aquella sesión. La más difícil hasta ahora.