A la Altura de tus Miedos

Capítulo 9 — Lo que el orgullo no ve

Nathaniel

—Nathaniel, ¿vienes o vas a seguir allí parado como si no conocieras a nadie? —La voz de Chase lo sacó de sus pensamientos.

La terraza estaba llena. Caras conocidas. Risas. bebidas frías. Pero algo en el ambiente pesaba más que el calor de agosto. Era la primera vez que se reunían tantos del viejo equipo desde el accidente. Desde Matthew.

Nathaniel dejó el vaso sobre la barra, respiró hondo y se acercó a la mesa donde estaban varios de sus antiguos compañeros. Algunos lo saludaron con palmadas en la espalda. Otros, con sonrisas incómodas. Chase le hizo un gesto para que se sentara a su lado.

—Nunca pensé que te volvería a ver por aquí —dijo Jordan, el de logística.

—Yo tampoco —respondió Nathaniel con una media sonrisa.

—Pensé que después de lo de Matt… —empezó otro, pero se detuvo al notar la mirada afilada de Chase.

Nathaniel bajó la vista. No dijo nada. El nombre de Matthew aún era un nudo en su garganta.

—Bueno, vamos a brindar, ¿no? Por los viejos tiempos. —Chase levantó su vaso.

—Por los que estamos —agregó Jordan.

—Y los que no —murmuró alguien más.

El brindis fue breve. Tenso. Como una herida que aún no sanaba.

Nathaniel sintió su estómago contraerse al verla llegar.

Paulette.

Cabello suelto, mirada firme. Iba vestida con sencillez, pero con esa seguridad que siempre había tenido. En cuanto sus ojos se cruzaron con los de él, algo cambió. El murmullo alrededor pareció desvanecerse.

Ella caminó directo hacia la mesa, y todos se hicieron a un lado con un respeto silencioso. Cuando estuvo frente a él, no sonrió.

—¿Tú también viniste a brindar por él? —preguntó, con voz dura.

Nathaniel no respondió.

—¿O solo viniste a limpiar tu conciencia?

—Paulette… —intentó Chase, poniéndose de pie.

—No, Chase. Que hable él. Vamos, Nathaniel. ¿Qué se siente estar aquí como si nada?

Él la miró, el dolor en sus ojos hablaba más que cualquier palabra. Pero Paulette no se detuvo.

—Tú lo convenciste. Tú lo empujaste a subir esa ruta ese día. Sabías que estaba agotado, que no era su turno. ¡Pero tú querías terminar primero! Siempre querías ser el primero.

—Eso no es justo —murmuró Nathaniel, sintiendo que el aire le faltaba.

—¿No es justo? ¿Sabes qué no es justo? ¡Que él esté muerto y tú aquí de pie!

Un silencio helado se apoderó del grupo. Nadie intervenía.

—Tú eras el mejor, ¿no? El invencible. El que todos admiraban. El que se burlaba de los novatos. ¿Recuerdas? —dijo con lágrimas en los ojos—. Yo sí. Recuerdo cómo lo tratabas. Cómo lo presionabas para que se ganara tu respeto. Como si eso valiera más que su vida.

Nathaniel apretó los puños. El recuerdo lo golpeó con fuerza.

Tenía razón.

Antes, él era eso. El mejor. El más rápido. El más fuerte. Desde que tenía 13 años, lo había sido todo en cualquier deporte que tocaba. Y lo sabía. Su seguridad no era una fachada: era parte de él. Siempre creyó que el mundo era para los que no dudaban. Para los que iban primero. Por eso, cuando Matthew llegó con su actitud insegura, lo empujó. Le exigió. Lo desafió. Y sí, a veces fue duro, incluso arrogante.

Pero así era el juego, ¿no?

—Yo... —Nathaniel tragó saliva—. No hay un solo día en que no piense en él, Paulette. En lo que dije. En lo que hice mal. Pero no fue por ego, fue por confianza. Pensé que él podía hacerlo. Que estaba listo. Me equivoqué.

—¡No! —gritó ella, dando un paso hacia él—. No te equivocaste. Lo subiste para que tú no tuvieras que repetir la línea. ¡Lo sabías! ¡Sabías que estaba lloviendo, que era riesgoso! ¡Y aún así lo hiciste!

Nathaniel cerró los ojos.

La imagen volvió como un relámpago. El último día. Matthew sujetando la cuerda con manos temblorosas. Su voz, insegura. La mirada que le lanzó buscando aprobación. Y él, dándole un golpe amistoso en el hombro, diciéndole: “Vamos, Matt. Si no lo haces tú, lo hago yo. Pero tú estás de primero en la lista. Gánate tu lugar.”

Y luego… el grito. La cuerda que se tensó. El equipo que falló. La roca que cedió.

Su corazón se rompió ese día, aunque su cuerpo sobrevivió.

Paulette lloraba abiertamente.

—Él confiaba en ti. Todos confiábamos. Pero tú estabas tan ocupado siendo el mejor que no viste que él solo necesitaba un poco más de tiempo. ¿Qué te costaba esperar, Nathaniel?

Nathaniel se levantó. Alto, pero quebrado.

—Todo lo que dices… es cierto. No tengo cómo cambiarlo. Pero no vine aquí a fingir que nada pasó. Vine porque quiero empezar a dejar de huir.

Paulette negó con la cabeza, secándose las lágrimas.

—Él no puede empezar nada, Nate. Está muerto.

Y con eso, se dio media vuelta y se fue.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.