A la Altura de tus Miedos

Capítulo 10 — Lo que aún no digo

Mila

La risa de Kyle resonaba como una campana dentro del restaurante. Mila sonrió automáticamente, moviendo ligeramente su cabeza para seguir el ritmo de la conversación.

—¿Y entonces qué hiciste? —preguntó uno de sus amigos entre carcajadas.

Kyle se encogió de hombros con humildad teatral.

—Solo me lancé al agua. Era eso o dejar que el kayak se lo llevara la corriente.

Más risas. Más anécdotas. Más vino.

Mila mantenía su postura erguida, sonrisa suave, manos entrelazadas sobre la mesa. Respondía cuando era necesario, reía con mesura, asentía con diplomacia. Era la mujer perfecta. O al menos, eso parecía.

Lo cierto es que estaba agotada.

No del lugar. No de la compañía. De fingir.

La conversación giraba en torno a deportes acuáticos, carreras, maratones, desafíos… cosas que a Mila no le interesaban en lo absoluto. Kyle la miraba de vez en cuando con esa dulzura suya que casi le hacía sentir peor. Él era bueno. Atento. Caballeroso. Y sin embargo… no sentía esa chispa. No compartían pasiones. No reían por las mismas cosas. No veían la vida del mismo modo.

Y para empeorar las cosas, Alyce, una de las chicas del grupo, no dejaba de mirar a Kyle con una sonrisa que no parecía precisamente casual. O accidental.

Mila se fijó: lo miraba cuando él no veía, pero no tanto como para que nadie más lo notara. Lo suficiente como para incomodar.

Se mantuvo en silencio.

Ahora no era el momento.

Cuando finalmente la noche acabó, Kyle la acompañó hasta su auto.

—Te vi un poco callada —dijo, con una sonrisa preocupada.

—Estoy algo cansada —mintió ella con una voz suave, casi musical—. Pero la pasé bien.

Kyle la besó en la mejilla. Ella apenas respondió con una caricia en el brazo.

—Descansa, preciosa.

—Tú también —respondió.

Entró al auto, cerró la puerta y dejó salir un suspiro profundo. Mantuvo la frente sobre el volante por unos segundos. Y entonces, como si necesitara respirar de verdad, arrancó el auto y condujo a casa de su hermana.

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—¿Y bien? —Cassidy no esperó a que Mila cruzara la puerta para lanzar la pregunta—. ¿Por fin hablaste con el príncipe Kyle?

Mila soltó una carcajada mientras dejaba su bolso en el sofá.

—No.

—¿No? ¡Mila!

—No era el momento —dijo, lanzándose de espaldas al sofá.

Cassidy se cruzó de brazos.

—¿Y cuándo va a ser el momento? ¿Cuando ya estén comprometidos?

—No exageres —respondió Mila, alzando una ceja.

—Tú lo dijiste hace un par de días. “Voy a hablar con Kyle. Merece saber la verdad.” Y aquí estás, otra vez, volviendo con el vestido intacto y sin ni una sola verdad en la boca.

—Es que es muy dulce, Cass. De verdad. No se lo merece.

—Tú tampoco te mereces estar con alguien que no te emociona. O con quien tienes que andar dosificando cada palabra, cada gesto. ¿Te has escuchado? Estás atrapada en una relación educada. No es amor, es una cordialidad elegante.

Mila la miró, entre seria y divertida.

—¿Cordialidad elegante?

—Sí. Como un saludo de ascensor. Cortés. Limpio. Pero sin alma.

Ambas rieron.

Cassidy se sentó junto a ella, más seria esta vez.

—¿Recuerdas cuando te ibas sola al bosque con tu cámara? ¿Cuando me obligabas a salir contigo al río solo para sentir que la vida era aventura? ¿Cuándo te reías a carcajadas hasta que llorabas?

—Sí… —susurró Mila, bajando la mirada.

—Últimamente pareces otra. Como si te hubieras envejecido diez años en cinco. Ya no haces bromas. No improvisas. No saltas charcos.

—Saltábamos charcos... —dijo Mila con una sonrisa nostálgica.

—Eras menos rígida. Más libre. Más Mila. Ahora te has convertido en… —Cassidy la observó de arriba abajo—, una señora.

—¡Cassidy! —exclamó Mila, fingiendo indignación.

—¡Pero una señora muy elegante, eso sí!

—A ver, ¡tenemos más de treinta! Técnicamente somos señoras.

—Tal vez, pero no de espíritu.

Mila la miró, con una expresión agridulce.

—A veces siento que no sé cómo volver a ser yo. Como si me hubiera metido en este traje y ya no supiera cómo quitármelo.

Cassidy se acercó y le tomó la mano.

—Entonces empecemos por abrir el cierre.

Ambas rieron.

—Vamos, pongamos una película y riámonos hasta que nos duela el estómago. Como antes —propuso Cassidy.

—Solo si no es de esas que tú escoges con actores que nadie conoce.




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