Cassidy
El olor a café y pan tostado se colaba por debajo de la puerta del cuarto de Mila. Cassidy sonreía mientras acomodaba la bandeja con cuidado: jugo de naranja natural, frutas picadas, huevos revueltos y una nota doblada con un simple: “Hoy es un buen día para despertar siendo tú.”
Empujó la puerta suavemente con el pie.
—Despierta, Bella Durmiente —canturreó—. Traigo café y consejos no solicitados.
Mila, enredada entre cobijas, gruñó apenas.
—¿Qué hora es?
—Hora de que salgas de la cueva. Vamos, Mila. Tengo desayuno y ganas de fastidiarte. No pelees contra eso.
Mila se sentó en la cama, con el cabello revuelto y los ojos aún pesados. Pero sonreía.
—Eres insoportablemente dulce cuando quieres.
—Es un don de hermanas
Cassidy le dirigio a Mila una mirada perspicaz e inmediatamente Mila supo que su hermana tenía ganas en serio de tocar temas para los que ella no estaba preparada a esa hora de la mañana.
—¿Sigues enredada con tus pensamientos?
—¿Cuándo no? —replicó Mila, soltando una risita cansada mientras se dejaba caer nuevamente en la cama.
—Sabes —dijo de pronto Cassidy—, a veces me gustaría tener un mapa de tus emociones. Como esos mapas antiguos con marcas de “aquí hay dragones” y “no pasar”.
Mila alzó la vista, sorprendida, pero sonrió.
—¿Y qué harías con ese mapa?
—Te invitaría a quemarlo. O al menos a dibujar uno nuevo.
Hubo un silencio breve.
—Cassidy...
—No tienes que decir nada —la interrumpió con ternura—. Solo quería recordarte que te mereces cosas buenas. No solo estabilidad o paz, sino alegría. ¿Lo recuerdas?
Mila asintió, mordiéndose el labio.
La conversación giró después hacia temas más cotidianos. Cassidy nunca mencionó nombres. Nunca mencionó el viaje. Tampoco a Nathaniel.
Pero en su mente, el rompecabezas ya tenía piezas colocadas.
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En su estudio, Cassidy abría las cortinas con la energía de quien se siente invencible. Esa mañana el aire olía a posibilidades, a comienzos, a juego. Y a ella siempre le habían gustado los juegos.
—Buenos días, mundo —susurró con una sonrisa mientras se amarraba el cabello en una coleta alta—. Hoy también voy a hacer de las mías.
Se sentó frente a su escritorio con una taza de café “la segunda del día”, deslizó una libreta hacia ella y garabateó algo en la esquina de una página ya rayada. Luego alzó la vista, ladeó la cabeza, y una risita traviesa se le escapó, tomó su teléfono e hizo los movimientos que debía.
“Todo está listo”, pensó. Pero no dijo nada.
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Esa tarde, Cassidy caminó hacia el café donde Chase pasaba algunas tardes. Él estaba allí, como lo había sospechado. Llevaba los audífonos puestos, pero al verla, se los quitó enseguida.
—Cass —la saludó con una sonrisa suave—. ¿Visita sorpresa?
—Algo así. Te debía un café desde hace siglos —dijo, levantando una bolsa de papel con su bebida favorita—. Así que me dije: “es hoy, definitivamente hoy”.
Él aceptó el regalo con una risa baja y genuina. Cassidy se acomodó frente a él.
—¿Cómo estás?
—Mejor que antes —respondió sin evasivas—. He estado… pensando muchas cosas. Recordando otras. Queriendo que algunas cambien.
—Eso es un buen lugar para empezar —dijo ella, con sinceridad.
La charla fluyó fácil. Cassidy hablaba de series, de libros, del clima, de cualquier cosa que no se sintiera invasiva. Chase se sentía cómodo con ella. Siempre se había sentido así.
—¿Sabes qué me gustaría hacer pronto? —dijo Cassidy, justo cuando él bebía un sorbo.
—¿Qué?
—Escaparme unos días. A desconectar. Sin redes, sin obligaciones. Solo naturaleza, buena compañía y aire puro.
Chase arqueó una ceja.
—¿Tienes un lugar en mente?
—Tal vez —respondió ella, fingiendo misterio—. Pero aún lo estoy viendo.
No dijo nada más.
No mencionó que su hermana y amigos irían también. No dijo que quizás, con un poco de suerte, Nathaniel también estaría allí. Ni que tenía un presentimiento casi místico de que esa montaña no solo sería un escenario... sino un punto de inflexión.
Cassidy sabía jugar a largo plazo.
Y cuando se despidió de Chase con un abrazo apretado, se permitió una sonrisa sutil.
“Todo a su tiempo”, pensó. “Pero ya empecé el movimiento”.
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Esa noche, en su casa, mientras miraba el cielo desde la terraza, repasó mentalmente cada paso del plan que aún no había nombrado.