A la Altura de tus Miedos

Capítulo 13 — Listas Mentales y Silencios Incómodos

Mila

La mañana comenzó con la misma rutina meticulosamente cronometrada de siempre. Mila entró en su consultorio con la taza de té aún caliente entre las manos y el gesto impecable de alguien que domina su agenda. Se quitó el abrigo, lo colgó con delicadeza, y encendió la luz de su escritorio antes de tomar el teléfono.

—¿Recepción? —preguntó con tono firme pero amable.

—Hola, doctora. Soy Inés. ¿En qué puedo ayudarla?

—Solo quería confirmar que la próxima semana quede cancelada mi agenda. Como sabías, tengo el viaje...

—Sí, todo está confirmado —respondió Inés con su eterna calidez—. Todos sus pacientes han sido notificados y redistribuidos. Si necesita algo, me llama. Que tenga un viaje hermoso.

—Gracias, Inés. En serio —dijo Mila, permitiéndose un pequeño respiro de gratitud.

Colgó lentamente. El silencio del consultorio, ese espacio que usualmente le daba control, hoy le parecía... demasiado calmo. Se quedó unos segundos mirando por la ventana, pensando en lo que significaba volver a salir a la montaña, reencontrarse con la tierra, el viento y la incertidumbre de lo que no podía medir o prever.

Por lo menos estaría con Cassidy.

Por la tarde, salió a cenar con Kyle. Habían quedado en un restaurante acogedor del centro. Él ya la esperaba con una sonrisa algo nerviosa, removiendo la servilleta entre los dedos.

—¿Todo bien? —preguntó Mila mientras se sentaba.

—Sí, sí. Solo... quería contarte algo —dijo él, mientras el camarero tomaba nota de sus pedidos.

—¿Pasa algo?

Kyle se encogió de hombros.

—Es sobre Alyce. Últimamente me ha estado escribiendo mucho. No sé, mensajes algo largos, fuera del grupo. Nada comprometedores pero… frecuentes. Y creo que está interesada. No me parece correcto, siendo del mismo círculo de amigos. Me parece poco... leal, ¿sabes?

Mila bajó los ojos un momento, concentrada en alinear el tenedor con la servilleta.

—Quizá solo está siendo amigable —comentó suavemente—. Alyce es una gran chica. Puede ser muy cariñosa y espontánea sin necesariamente tener segundas intenciones.

Kyle asintió, aunque algo confundido por su respuesta.

—Tal vez. Pero… tú eres mujer, ¿no crees que hay algo más?

Ella lo miró directamente, sin parpadear.

—¿Tú sientes que hay algo más?

—No lo sé… —se detuvo, frunciendo el ceño—. Me incomoda. Siento que me pone en una posición rara. Y... tú y yo estamos saliendo, así que no es como si estuviera libre para interpretar sus señales.

Mila asintió con serenidad.

—Y si lo estuvieras, ¿te interesaría Alyce?

Kyle se tensó, sorprendido por la pregunta.

—¿Qué? No, no lo digo por eso. Pero… ¿por qué preguntas?

—Porque puedes confiar en mí, Kyle. Si sientes algo o estás confundido, prefiero que lo hables. Somos adultos, ¿no?

Él la observó con cierta incomodidad. Por un instante, esperó ver celos, incomodidad, incluso enfado. Pero Mila parecía impasible. Su reacción lo desconcertaba.

Respiró hondo, desvió la mirada hacia la calle iluminada por farolas y, con una sonrisa algo tirante, dijo:

—Bueno, la verdad es que Alyce me parece muy hermosa. Si no te hubiera conocido a ti, y no estuviéramos saliendo... probablemente me habría fijado en ella.

Mila alzó una ceja con una media sonrisa que escondía una punzada.

—Vaya. Qué suerte la mía de haberte conocido primero, entonces. Aunque... si algún día dejamos de llevarnos tan bien, quién sabe. Tal vez termines dándote la oportunidad.

Kyle se quedó en silencio.

Ella cambió el tema con elegancia. La cena terminó sin conflictos, pero tampoco con la calidez habitual. Al salir del restaurante, caminaron juntos unos metros hasta que Mila se detuvo en una esquina.

—Voy a tomar un taxi desde aquí. Nos vemos mañana —dijo con su sonrisa de siempre, la que parecía hecha de porcelana.

—Claro —respondió Kyle, aún con la cabeza en su última conversación.

Mila subió al taxi y saludó con la mano. Cuando llegó a casa, se quitó los zapatos con lentitud y se dejó caer en el sofá. Encendió la lámpara tenue del rincón y abrió una vieja caja que no tocaba desde hacía años. Dentro, fotos impresas: de cuando aún escalaba con… Eran fotos de una Mila más joven, más desordenada, más ella.

Sonrió al ver una en la que tenía tierra en la cara y los dedos llenos de tiza blanca de escalar. Luego, la sonrisa se desdibujó. Una lágrima le cruzó el rostro casi sin permiso, y pronto vinieron más.

Lloraba por ella. Por lo que había dejado de ser. Por todas las veces que evitó recordar para no romperse. Y ahora, al borde del viaje, al borde de algo nuevo, sólo podía preguntarse si todavía quedaba algo de esa Mila libre, imperfecta y viva dentro de ella.

Se abrazó a sí misma, acurrucada en el sofá.

—Tengo que pasar la página… de verdad —murmuró en voz baja, como si decirlo en alto la ayudara a creerlo.




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