Nathaniel
El día amaneció gris, pero no lo suficiente como para arruinar los planes. Nathaniel apareció frente a la estación de servicio con su mochila impermeable colgada al hombro y los cordones de las botas aún mal atados. Chase lo esperaba ya en el asiento de una camioneta todoterreno alquilada, mientras Theo, desde el asiento delantero sacaba medio cuerpo por la ventana como si fuera un golden retriever hiperactivo.
—¡El último en llegar lava los platos todo el viaje! —gritó Theo apenas vio a Nate, levantando una lata de bebida energética como si fuera un trofeo.
—No recuerdo haber aceptado eso —refunfuñó Nate mientras subía al asiento trasero.
—Lo dijiste en tus sueños —respondió Theo con tono solemne—. Anoche. Te visité en espíritu. Lo tengo todo grabado.
Chase rió, dándole un golpecito en el brazo a Nate cuando se acomodó.
—Vamos, te ves más relajado. ¿Dormiste bien?
—Dormí, que ya es mucho. —Nathaniel sonrió, aún ajustando la hebilla de su mochila.
Theo giró hacia ellos con dramatismo.
—¿Listos para una odisea en el bosque? ¿Para perderse entre la niebla, cantar canciones de fogata y, si tenemos suerte, pelear contra un oso?
—Si tú peleas contra un oso, el oso se rinde por agotamiento —dijo Nate—. No por miedo, por no entender nada de lo que dices.
—¡Ese es el plan! Confundirlo hasta que se retire por voluntad propia.
Rieron juntos mientras Chase encendía el motor. Pararon en una tienda cercana para comprar provisiones: barras energéticas, botellas de agua, baterías portátiles y más repelente del necesario. El clima de la última semana había sido traicionero, con lluvias repentinas y cielos que parecían despejados solo para engañar. Nadie quería quedarse atrapado en medio del bosque con hambre, sin señal y empapados.
—¿Trajiste bolsas para las botas mojadas? —preguntó Chase a Nate mientras llenaban la cajuela.
—Sí, y una muda extra. No pienso repetir lo del campamento del 2017. —Ambos se miraron y estallaron en carcajadas.
Theo, como siempre, intervino con uno de sus monólogos inventados.
—¿Sabían que en la selva peruana un explorador japonés sobrevivió solo con chicles de menta, una cantimplora vacía y un libro de recetas? —dijo mientras seleccionaba snacks—. Lo leí en un artículo que… probablemente no existió.
Chase lo ignoró con cariño.
—Hermano, ¿cómo no has tenido tu propio programa en YouTube todavía?
—Lo intenté. Me banearon por hacerle preguntas existenciales a un cactus.
El viaje transcurrió entre bromas, música vieja y Theo narrando con voz de documental cada curva del camino. Cuando finalmente llegaron al punto de encuentro, un área verde amplia con varios vehículos estacionados, el cielo parecía contenido. Las nubes grises flotaban como testigos silenciosos.
Chase fue el primero en bajarse. Apenas puso un pie en tierra, vio a Cassidy y corrió hacia ella con los brazos abiertos.
—¡Cass, la arquitecta de esta locura! —exclamó, rodeándola en un abrazo.
Cassidy rió y le dio una palmada fuerte en la espalda.
—¿Trajiste a tus amigos?
—Si, traje refuerzos. Uno habla con osos y el otro los duerme con traumas emocionales.
Nathaniel y Theo se bajaron entre risas mientras estiraban las piernas. Pero algo desvió la atención de todos.
Chase, de pronto, se alejó con rapidez hacia una figura femenina que venía en dirección contraria. La emoción en su rostro cambió de inmediato, sus pasos se hicieron rápidos, su sonrisa casi infantil. La abrazó y la levantó unos centímetros del suelo mientras ella reía sorprendida. Theo y Nate se miraron confundidos.
—¿Quién es esa? —preguntó Theo con la mandíbula entreabierta—. Santo Dios, ¿eso es real o me está afectando el cansancio?
—No lo grites —le advirtió Nate, sin poder apartar los ojos de la escena.
La mujer tenía el cabello suelto, unas gafas de sol que ahora colgaban de su blusa y un pantalón de senderismo que no quitaba lo femenino de su andar. Se veía completamente diferente… pero era ella.
—¿La conoces? —insistió Theo.
Nathaniel tragó saliva y asintió sin quitarle la vista.
—Sí… la conozco.
Theo silbó bajito.
—Te lo digo, hermano. Cupido ha disparado y tú estás sangrando por dentro.
Nate negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír. Era verdad. La visión de Mila, tan distinta, tan libre, lo desarmó.
Y todavía ni siquiera había comenzado la caminata.
Kyle apareció entre la multitud con esa expresión entre protectora y territorial. Se posicionó naturalmente al lado de Mila, con una mano casi rozando su espalda. Su presencia captó de inmediato la atención de Chase, que ladeó la cabeza con una sonrisa amable, aunque su mirada se volvió más analítica cuando Mila, al notar el intercambio, lo observó con una mezcla de incomodidad y súplica silenciosa.