A la distancia de una mirada

4. Cuando nadie ve

El frío viento de la tarde había quedado atrás en cuanto cerré la puerta del auto, no puedo decir que completamente, pero sí hasta lo aguantable. Había bajado las escaleras demasiado rápido, y prácticamente corrí hasta donde él se encontraba al mismo tiempo que respondía su llamada, así que casi no lo sentía; pero luego de llegar hasta él y saludarlo con un beso en la mejilla, se quedó platicando de lo pequeño que era el estacionamiento o el color de las nubes en el atardecer. Definitivamente, tenía que ser artista.

—¿Podemos entrar y luego sigues criticando mi escuela? —dije castañeando los dientes, comenzaba a sentir el frío. Debí haber traído algo más abrigador.

Rió como si hubiera dicho un mal chiste.

—Ven acá —dijo aún riendo, tomando mis brazos, y envolviéndome en los suyos.

Él era así, de la nada llegaba a abrazarme, casi todos los días cuando nos veíamos en la preparatoria; y sus abrazos eran cálidos. Era delgado, pero eso no impedía que tuviera músculos bien tonificados, en realidad, se sentía fuerte, como alguien que hace ejercicio lo suficiente para verse bien. Y no sé qué tenía, pero sus abrazos siempre me desorientaban.

 No me gustaba imaginar cosas, porque en la realidad nunca sucedían; aunque a veces comenzaba a desvariar imaginando escenarios que hacían mi vida más interesante; era gracioso, en ocasiones hasta yo me los creía.

—Anda, que no tengo todo el día —dije tratando de separarme un poco. Su contacto me afectaba.

Eran casi las seis de la tarde, y era verdad, no tenía tiempo, debía volver al departamento para realizar el trabajo; además que no le había dicho a las chicas que saldría fuera de la escuela. Estarían esperándome. 

Luego de que el tono de llamada de mi teléfono dejó de sonar cuando aún estaba en el departamento, ellas no dudaron en bombardearme con preguntas de nuevo, realmente estaban interesadas en saber quién era, y por obvias razones, no les diría que Daniel me había llamado, eso se podría mal entender de todas las formas posibles. Así que salí de la habitación con un suave «ahora vuelvo» y me encaminé hacia la facultad de nuevo.

Lo último que quería ahora, era recordar lo patética que soné al rechazar la cita con el chico que me gusta; aunque mi vida solía ser así. No es como que tuviera todos los pretendientes del mundo, ni tampoco era una maravilla para tener a todos a mis pies; en realidad, era rara la ocasión en la que alguien me buscaba para salir o concertar algo más allá de un coqueteo. Aunque ni siquiera suelo coquetear con nadie... ¡Dios! No hago nada.

—¿En qué piensas? —dice Óscar mientras me percato que va saliendo de la universidad.

—Nada en especial —menciono, tratando de sonar creíble.

—Bien...

—¿Cómo debo comportarme? —pregunto en seguida, interrumpiéndolo.

Me da una mirada rápida antes de volver su vista al frente, un tanto desconcertado.

—¿A qué te refieres? —cambia la velocidad.

—Ya sabes, frente a tus padres.

El solo hecho de conocer a esas personas supone para mí un gran reto. Óscar es el tipo de chico que siempre consigue lo que quiere; y aunque cada persona tiene su personalidad, me hace pensar que esa forma de ser tuvo que aprenderla de alguien. Después de todo, somos el resultado de la mezcla de nuestro entorno.

Él sonríe sin mover su mirada. Me mantengo atenta observándolo, por primera vez no me intimida, aunque me pone un poco nerviosa el estar sola con él yendo a quién sabe dónde. Entonces me doy cuenta de que ni siquiera sé a dónde nos dirigimos.

—Solo sé tú —hace una pausa—. Eres perfecta.

Me vuelvo justo antes de que él voltee a mirarme. ¿Qué ha querido decir con eso? Aunque prefiero no darle vueltas, somos amigos, es casi normal que me haga cumplidos; aunque suena extraño, porque él nunca lo hace, no a mí. Pero también pudo haberlo dicho solo por compromiso, para no hacerme sentir mal y hacerme entrar en confianza para estar delante de su familia. 

Me decido por la segunda.

No digo nada. Prefiero no mal interpretar las cosas, y me centro en hallar una estrategia para agradar a sus padres. No es como que me importe mucho caerles bien, en realidad, solo creo que si voy a convivir con ellos, quién sabe durante cuánto tiempo, lo mejor es gustarles un poco. 

Óscar no ha mencionado nada de tener hermanos, así que supongo que no los tiene. Es mejor así, menos personas a las que agradar.

Él tampoco dice nada. No sé para quién es más incómoda la situación porque, parece ser que se ha dado cuenta de lo que dijo. Lo veo lanzarme miraditas fugaces, de reojo, al mantener mi vista en la carretera. Llevamos ya algunos minutos de camino, está comenzando a anochecer, y unas extrañas sensaciones se manifiestan en mi estómago. Quizá sean nervios.

La música comienza a sonar y me relajo, agradezco tanto que haya encendido el estéreo que no puedo evitar sonreir; es mucho mejor que estar en completo silencio, uno incómodo; aunque, a estas alturas, ¿qué no es incómodo para mí?

El espacio entero se llena de la armonía de sonidos, reconozco la letra al instante, es uno de mis grupos favoritos y aunque intuía que él también lo escuchaba, es realmente satisfactorio saber que compartimos gustos; aunque él no lo sepa.

«Te miro, me miras,
Y el mundo no gira;
Todo parece mentira...»

Comienzo a cantar la letra con un volumen bajo y me muevo un poco al ritmo de la música. Resulta contagioso. Por un momento olvido que no estoy sola, y de pronto me encuentro cantando a todo pulmón, sin importarme lo que la gente de los autos de a lado piense. Pero soy interrumpida por unas ligeras risas que me sacan de mi ensimismamiento.

Volteo lentamente temiendo lo que podría encontrarme a mi lado izquierdo. Me siento un tanto apenada, literalmente me comporté sin ningún freno, y como jamás lo había hecho así con él, en todos los años que llevamos de conocernos, resulta avergonzante. En realidad siempre he sido un tanto reservada, lo que me limitaba en mi forma de actuar en su presencia, hasta hoy, cuando olvidé que se encontraba a mi lado. Y no puedo evitar pensar que me correrá de su auto, o se burlará en mi cara, digo, no es una oportunidad que te encuentres todos los dias. Miles de ideas de esa índole cruzan por mi mente, pero él hace que todos esos sentimientos se esfumen cuando lo escucho reír.




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