El teatro se transformó en un campo de batalla de notas y luces. Adrien avanzaba, más humano y terrible a cada instante.
Clara tomó la partitura en blanco. Con la pluma, escribió frenéticamente nuevos acordes, y cada uno se materializaba como un muro de música que contenía al antagonista.
—¡No puedes reescribir lo que está sellado! —bramó Adrien.
—Sí puedo —respondió Clara—. Porque no escribo con sangre ni con odio. Escribo con lo que tú perdiste.
Las notas la envolvieron como un escudo. Clara se convirtió, al fin, en lo que siempre temió y anheló: la Guardiana de la Historia.
El libro negro empezó a arder en llamas azules, y Adrien gritó mientras era arrastrado hacia su propia melodía.
Pero el precio aún no estaba pagado.
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Editado: 24.08.2025