—¡Juampi, si vas a querer que te lleve andá cerrando eso! —escuchó la voz de su mamá desde el comedor. Ya estaba bañado y cambiado, pero seguía sentado chateando con los Muggles y jugando al Football Manager.
Se despidió de grupo y apagó la compu. Se puso desodorante Axe en todo el cuerpo y revisó tener todo lo importante: chicles, llaves, plata, celular. Saludó a su hermano y su papá, que como siempre le dijo que se divirtiera y se cuidara y le dió un poco más de plata.
Su mamá lo llevó directo a la casa del cumpleañero, que vivía bastante lejos. Él vivía cerca de su colegio, y sus compañeros también, así que mientras iba creciendo podía llegar a todos lados caminando. Pero después se había cambiado de club, y no sólo le quedaba más lejos sino que sus compañeros eran de todos los barrios, así que tenía amigos desparramados por toda la ciudad. Y él no faltaba nunca a una juntada, cumpleaños, joda o reunión que hiciera cualquiera de su grupo. Incluso si coincidían en el día se las arreglaba para ir a las dos, sobre todo ahora que había podido sacar el carnet de conducir y ya no dependía de sus padres.
Esa noche, sin embargo, su mamá tuvo que llevarlo porque el otro auto de la familia estaba en el taller y no podían quedarse sin movilidad: su hermano podía tener un episodio y en esos momentos el tiempo era clave.
Fueron charlando sobre la semana, su mamá le reclamó que entre los entrenamientos y la compu ya no pasaba tiempo en familia. Él le respondió que cenaba con ellos todas las noches, y que con eso alcanzaba para ponerse al día. Ella exageró la cara de sufrimiento y le dijo que su chiquito ya estaba muy grande. Ambos se rieron.
El barrio de Tute era mucho más tranquilo que el de Juan Pablo, pocos edificios y locales por cuadra, y muchas casas. Bastante silencio. Hasta que doblaron en la calle del cumpleañero y se escuchó la música, que se fue intensificando a medida que se acercaban.
—Mmm ¡Qué contentos deben estar los vecinos! —dijo la mamá de Juan Pablo.
—¡18 se cumplen sólo una vez en la vida! —respondió Juan, dándole un beso a su mamá y bajándose del auto.
Tute le abrió la puerta y recorrieron el pasillo oscuro que llevaba al patio sin necesidad de entrar a la casa.
—Se me fue todo un poco de las manos, ¡vino un montón de gente! —gritó el cumpleañero, abriendo la puerta para entrar a un patio lleno de grupos de chicos y chicas. Al fondo estaba el quincho con las puertas y ventanas abiertas. Adentro, en dos parlantes enormes sonaba Daddy Yankee y retumbaba en todo el patio.
No había mucha luz, pero se alcanzaban a distinguir las siluetas con vasos o botellas en las manos. Charlando, riéndose, bailando. Tute avanzaba y le señalaba los grupos a Juampi.
—Ellos son amigos de mi primo; aquel grupo es de scout; estos son del club anterior; esas chicas son de cuarto del Nacional...
Juampi miró al grupo de chicas que estaba señalando Tute, y reconoció la remera fucsia de la foto de Hanna. Pero ella estaba de espaldas, así que no lo había visto. Tenía un vaso con líquido azul, probablemente Frizze, y bailaba y charlaba con sus amigas.
Siguieron caminando hasta llegar a un grupo que estaba adentro del quincho, al lado del freezer.
—Y bueno a los pibes del cole ya los conocés de la joda del otro día.
Se saludaron y charlaron un rato, hasta que sonó el timbre y Tute corrió a abrir. Juampi quedó con esos chicos que conocía sólo por ser amigos de Tute, pero la verdad era que no tenía mucho vínculo ni con él ni con ellos. Él había cambiado de club y en seguida había entrado en el equipo de primera categoría, con varios chicos que jugaban ahí desde chicos. Tute era uno de esos, pero a mitad de año se había lesionado y no había podido volver a jugar como se necesitaba para estar en primera, así que había pasado a la segunda categoría. Por eso Juampi no se había vinculado mucho con él durante los entrenamientos, pero sí en todas las jodas a las que iban sus compañeros, porque Tute siempre estaba ahí.
Sólo un rato después ya habían llegado los amigos de Juampi y también unas diez personas más que él no conocía, y no estaba seguro de que Tute conociera; realmente se le estaba yendo de las manos. Pero a nadie parecía importarle porque todos los que llegaban traían bebidas y buena onda, así que la fiesta crecía para mejor.
—¿No pensás saludar vos? —dijo una voz detrás de él. Se dio vuelta y vio a Hanna, que lo miraba con la mano en la cintura y poniendo cara de ofendida —¡Soy Hanna, del grupo! —le dijo, y lo saludó con un beso en la mejilla.
—Sí, ya te había reconocido por la foto —le contestó Juampi, sonriendo tímidamente —¿Cómo la estás pasando?
—¡Súper! Pero mis amigas me dejaron sola porque se fueron a lo que vinieron —se rio Hanna, y señaló una zona oscura del patio que las parejas aprovechaban.
—¿Y aquellos no son chicos de tu colegio? —preguntó Juan Pablo, señalando a los compañeros que Tute le había presentado.
—Sí, pero van a quinto y casi no nos cruzamos, creo que te conozco más a vos que a ellos.
Se quedaron charlando un rato largo. Él tomaba vino con Coca; ella seguía con su Frizze azul. Renovaron los vasos un par de veces y, sin darse cuenta, se fueron alejando del tumulto del quincho hasta quedar en un rincón más tranquilo. El alcohol aflojaba las palabras y las risas. También los cuerpos, que se movían más sueltos, especialmente el de Hanna.
Discutían sobre el centro de estudiantes: a Hanna le parecía fundamental; a Juampi, una pérdida de tiempo.
—¿Y para qué querés tiempo? —preguntó ella, divertida.
—No sé, para otras cosas. Para entrenar, por ejemplo —contestó él, sonriendo.
—La discusión política también te entrena. Pero el cerebro —dijo Hanna, y le tocó el brazo para remarcarlo.
Juampi rió, moviendo justo ese brazo, y el gesto la desequilibró. Hanna se apoyó en él para no caerse, y por un segundo quedaron demasiado cerca. Él la miró sabiendo exactamente lo que seguía, la situación conducía exactamente a un beso: el ruido lejano de la música, el alcohol, la forma en que ella lo miraba. No pensó demasiado. Le sostuvo la cara con una mano y la besó.