Para sus amigos, la mejor parte de jugar al fútbol eran los torneos. Estaban todo el día en el club, compartiendo con chicos de otros clubes, mirando partidos, cantando, alentando y, a veces, también peleando un poco. Pero para Juan Pablo, la mejor parte de jugar al fútbol era jugar al fútbol.
Cuando entraba en la cancha sentía que nada más importaba: se transformaba. Su cuerpo se ponía en un modo en que nunca estaba; sentía que podía volar. Las piernas se movían casi automáticas, pero siempre con la estrategia que el cerebro le enviaba. Cuando picaba, el aire le pegaba en la cara y sentía que, por un rato, todo se ordenaba. El ruido del público, los gritos desde el banco, incluso las puteadas de los rivales, se volvían parte de una melodía que lo mantenía enfocado. No pensaba en el colegio, ni en el hermano, ni en los mensajes sin responder. En la cancha era solo él, la pelota y ese pulso eléctrico que lo hacía sentirse vivo.
Ese fin de semana eran las finales y semifinales, y además aprovechaban para jugar algunos amistosos entre los equipos que habían perdido. Entre partido y partido, los chicos se tiraban al pasto, se pasaban botellas de agua, hacían chistes o se cargaban por las jugadas fallidas.
Juan Pablo la pasaba bien dentro y fuera de la cancha. Después de la adrenalina del partido, tirarse a charlar con sus amigos le reponía las energías. Hablaban de las ligas profesionales, de música y de mujeres. Ese último tópico lo aburría muchísimo; no le interesaba en lo absoluto, así que tenía algunas respuestas prefabricadas para participar de la conversación sin que lo molestaran.
El sábado había choripaneada con todos los equipos, y también estaban invitados amigos y amigas que habían estado alentando durante todo el torneo. Era un momento en que el fútbol quedaba completamente en segundo plano, porque pasaba a ser importante lo social. Cuando se hablaba de hacer amigos nuevos, Juan Pablo era el experto.
—Che, Juampi, una amiga que está allá me preguntó qué onda vos —le dijo uno, riéndose.
—Faaa, este Juampi siempre tiene alguna conquista —se rió un compañero de equipo.
Juan Pablo sonrió con desgano, pensando que otra vez iba a tener que hacer el mismo show, y siguió comiendo. Le daba miedo lo que pudieran pensar de él si decía que no, pero realmente la estaba pasando tan bien que no quería ni pensar en estar con una chica.
—¿Ah, sí? Ni idea —dijo, dando otro mordisco a su choripán.
—No te hagás el boludo, eh, que me parece que te podrías llevar un premio del torneo —le tiró otro, chocándole el hombro.
—Ya estoy en algo —respondió Juan Pablo, casi sin pensar. Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas, y eso era una mentira que iba a tener que sostener.
El silencio duró apenas un segundo antes de que todos empezaran a gritar y a hacer ruido.
—¿En algo? ¿Cómo que en algo? ¡Juampi tiene noviaaa!
—¡Increíble que alguien lo haya enganchado!
No podía decir que era alguien del colegio, porque Fran, uno de sus compañeros, también jugaba al fútbol con él. Y no tenía muchos más espacios que no conocieran sus amigos, como para inventar una historia. Se rió y trató de cambiar de tema, pero no le iba a resultar tan fácil.
—La última vez te vimos transando con una pibita de cuarto en mi cumpleaños —dijo Tute, con tono de sospecha.
—¿Quién es la flaca? —preguntó uno.
—La verdad que no sé bien. Va a cuarto y, viste, en el Nacio tenemos mil divisiones. No como en sus colegios de cheto, que se conocen todos —se rió Tute.
—¿Y qué hacía en tu cumpleaños si no sabés quién es? —preguntó uno de otro equipo, lo que hizo que todos se rieran.
—No sabés lo que fue ese cumpleaños, por lo menos sabía que esa era una piba de su escuela. Había gente que ninguno de nosotros había visto... —dijo otro, y empezó a contar una anécdota sobre un grupo de chicos desconocidos que habían aparecido.
Juan Pablo aprovechó que la conversación se había ido para otro lado y fingió irse al lado de la parrilla a buscar otro choripán. No había confirmado ni negado nada; nadie tenía por qué pensar que tenía algo con Hanna, y estaba seguro de que Tute no la iba a encarar en el pasillo del colegio para preguntarle.
Por ahora tenía un tiempo para disfrutar de las salidas y los encuentros sin pensar en nada más que cagarse de risa con los amigos.