—¿Qué hago con mi vida? —me pregunté, recordando que podía soñar. Es extraño estar consciente en tus sueños, sabiendo que todo lo que ves son solo deseos que acabarán cuando abras los ojos. Es malo desear despierto, sabiendo que aquello que quieres le hará mal a los demás... pero es peor no querer nada.
Una tenue luz iluminó el lugar, permitiéndome divisar un recuerdo del cual deseaba alejarme. Unos enormes muros se levantaron a mi alrededor, haciendo temblar todos mis pensamientos.
Empecé a caminar por aquellos pasillos, donde cada paso formaba una nueva bifurcación que me llevaba a evitar aquello que no quería recordar. Algo surgía en mi cuerpo: una mezcla de dolor y añoranza, que se hacía llamar resentimiento en lo más profundo de mis pensamientos.
Era algo que no comprendía, pero que se estaba formando desde hacía tiempo, por culpa de un deseo que había escondido para no lastimarme. Caminaba descalzo en la arena caliente, buscando algo que las olas del mar se llevaban lejos. —¿Dónde se lo llevarán? —me preguntaba, soñando que iban a otro lugar donde renacerían, y no al fondo del mar donde se ahogarían.
—Eres muy egoísta —reclamó aquella que se adentró en mis sueños sin invitación.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, confundido.
—Solo veo lo que me pertenece.
No sabía qué decir, ni me importaban sus palabras. Solo pensé que todo era culpa de los golpes en la cabeza que había recibido... —¿Te estás muriendo? —preguntó ella con ironía, empezando a llorar—. ¡No mueras! —gritó, haciendo temblar los muros que nos aprisionaban.
La ignoré, empezando a perseguir una sombra que identifiqué como mi madre.
Ella se detuvo solo para gritarme que me alejara. No entiendo el motivo de su desprecio; hasta hace poco, éramos felices los tres.
Seguí caminando, con aquella mujer detrás de mí. Ella me miraba de una forma extraña, pero no presté atención.
Perseguía tres sombras que caminaban por la playa mientras reían sin parar.
Verlos sonreír me dio una paz difícil de replicar.
Tal vez fue mi culpa amar tanto aquel momento, que ahora recuerdo con melancolía.
—Es tan solo un sueño —me repetía, sabiendo que era una mera ilusión de algo que deseaba que volviera a surgir.
—¿Por qué se fue tu madre? —preguntó ella, perturbando aquel pasillo de mis recuerdos.
Una grieta se hizo en mi sueño, permitiendo que entrara la lluvia, que poco a poco inundaba el lugar. Los sentimientos se desbordaban.
Odiaba con todo mi ser a aquella mujer que amé.
Mi padre no hablaba mucho de ello, pero siempre mantenía una sonrisa desde que ella se fue. Empezó a beber más, pero siempre se preocupaba por mí.
El mundo giraba sin control.
Por más que intentaba contactar con mi madre, ella simplemente me ignoraba.
Lo que más me duele es que la sigo amando... si es que eso que siento puede llamarse amor.
—Pensé que te gustaba ella porque te recordaba a tu madre —añadió la mujer de ojos azules, distrayéndome del agua que seguía aumentando.
—Eso hubiera sido raro —añadió, con una sonrisa juguetona.
—Te odio —dije en voz alta, sin apartar la mirada de sus ojos que brillaban al verme.
—Me encanta que me lo digas —respondió, saltando sobre mí y sujetándome de los brazos para que no pudiera nadar.
Ambos nos ahogábamos.
Ella me miraba con una sonrisa que, de algún modo, me dio paz.
Nos hundíamos.
Parecía que nunca tocaríamos fondo.
Ya no había luz, ni esperanza, ni algo a lo que pudiera aferrarme.
—¿Por qué es tu culpa? —preguntó la mujer.
—¿Qué te importa? —respondí.
—No me hables así o me enamoraré de ti —dijo, acercándose a mí.
—Aléjate —repliqué, mirándola con desprecio, lo cual solo provocó que ella hiciera un leve ruido de excitación.
—Yo creo que solo quieres sentir que eres importante para tu madre —añadió, mirándome con lujuria mientras remojaba sus labios con su lengua.
—Haces eso de nuevo y te mato —dije, recordando de golpe que nos estábamos ahogando.
—¿Te excitaste? —preguntó, sonriendo.
La ignoré, perdiéndome en mis propios anhelos.
Miraba a mi alrededor, queriendo encontrar algún recuerdo que me permitiera olvidar todo lo que estaba pasando.
Solo quería escapar... pero no había lugar al cual hacerlo.
—¿Quién eres? —pregunté.
—Tu nueva dueña —respondió.
—¿Qué quieres de mí?
—Ya te lo dije: simplemente no te enamores de mí.
—¿Por qué no puedo hacerlo?
—No soy la salvadora de nadie —dijo—. Aparte, esto sería más aburrido —añadió.
En ese momento, todo mi mundo hizo clic al recordar a Izumi.
Empecé a nadar hasta llegar a la superficie, donde aquellos ojos azules me esperaban, sentada en la arena de aquella playa.
Salí del mar, acercándome a ella, que solo me miraba con esa sonrisa que tanto me molestaba.
—Entonces harás que se enamoren de mí —pregunté.
—¿Seguro que eso es lo que deseas? —replicó.
—Es mejor que enamorarme de ti —respondí, tirándome en la arena.
Ella se sentó encima de mí, mirándome a los ojos.
—Haré que cualquier mujer tenga sentimientos por ti. Solo no te enamores de mí —dijo.
—¿Quién se enamoraría de ti? —pregunté, sonriendo.
—Me agradas —dijo, besándome nuevamente. Me tomó del cuello y empezó a apretar con una fuerza descomunal, haciendo crujir mis huesos.