A Mi Amor Bonito

PRÓLOGO

Eliza miró su reflejo en el espejo del baño, ojeras, cabello desordenado, labios rotos, ojos hinchados y rojos, un rojo que combinaba con la punta de su nariz; no hace falta decir que se la pasó llorando toda la noche, como todas las noches desde aquel día en que le dieron la noticia, aquella noticia con la que sintió que su mundo se derrumbó. Todas las noches recordaba los llantos, la sangre, los gritos y el olor a hospital. Si no lloraba hasta dormir, simplemente no dormía y se la pasaba viendo fotos y videos, pidiendo al cielo que le devolvieran al amor de su vida.

Ese día tenía que ir a terapia, todos los lunes, miércoles y viernes tenía que ir con su psicóloga Leslie, sus sesiones habían aumentado; antes solo veía una por semana, por su ansiedad, pero desde que murió su novio tenía que ir más veces ya que su depresión había regresado y esta vez más fuerte. Así que ahí se encontraba, llorando frente al espejo, no quería ir, no quería salir, quería quedarse en su cama llorando y durmiendo, no quería bañarse, no quería comer, solo quería irse con su novio. De hecho, lo había intentado a la tercera semana después de que su novio murió, había intentado quitarse la vida tomando veneno, pero para su mala o buena suerte, su madre logro descubrirla antes de que fuera peor. Finalmente pudo bañarse y arreglarse para ir con Leslie.

—Y bien, ¿qué tal te has sentido estos días? — preguntó Leslie apenas Eliza estuvo acomodada en el mueble.

—Es una completa mierda— suspiró— cada día que pasa es peor, cada vez lo extraño más, cada vez lo pienso más...

—¿Has vuelto a pensar en suicidarte?

—Todas las noches— su respuesta no pareció sorprender a Leslie— pero no he tenido el valor de intentarlo, no de nuevo, tampoco puedo hacerle pasar eso a mi madre.

—Es bueno que pienses en tu madre, espero que pienses en ella siempre— respondió Leslie y Eliza asintió— tengo algo nuevo para ti— eso hizo que Eliza buscara curiosa la mirada de su psicóloga, quien le sonreía— es un diario.

—¿Para qué?

—Aquí— le mostro un cuaderno de tapa dura y de color azul— justo aquí escribirás como te sientes y lo que piensas.

—Eso no servirá de nada, eso no me lo va a devolver— murmuró y sus ojos se cristalizaron.

—Créeme, te servirá, porque estoy segura que no me dices todo y no te puedes guardar las cosas, es una manera de que te desahogues cuando no nos veamos, y es una manera de ir soltándolo poco a poco, de superarlo. Y puede que él no vuela, pero te aseguro que te ayudara a sentir que lo tienes aún más cerca.

Eliza miró con desconfianza el cuaderno y lo tomo, le estuvo dando vueltas en sus manos y observaba sus blancas páginas— no puedo, no quiero dejar de amarlo y mucho menos dejar de extrañarlo.

—No es para que dejes de amarlo ni mucho menos dejar de extrañarlo, todos vamos a amar y extrañar a alguien que se va de nuestras vidas. Lo que sucede es que tienes que dejarlo ir, sanar ese dolor que te hace mal, así que inténtalo, hazlo— le sonrió amable.

—Esto es estúpido— Eliza frunció el ceño frustrada, pero abrió el cuaderno en la primera hoja, tan blanca, tan suave, tan limpia y esperando pacientemente a ser manchada por la tinta— lo intentaré, pero no prometo nada.

—Dejaré que faltes a las sesiones que quieras, pero cuando vuelvas tienes que tener escrito algo en ese cuaderno, ¿es un trato?

Eliza la miró fijamente, dudando de sus palabras, hasta que asintió y comenzó a escribir.




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