A la mañana siguiente Elizabeth se levantó más un poco más tarde de lo que estaba acostumbrada, leyó el diario en el que tanto tiempo le escribió a su amado, se organizó y salió sin dar explicaciones. Uso la ropa con la que su amado le encantaba verla porque decía que se veía más linda de lo que ya era, fue primeramente a la tienda a la que siempre iban, pidió un helado y se sentó en aquel anden, sonrió recordando todos esos momentos y después de comer su helado emprendió camino al cementerio, ese que estuvo evitando durante meses. En la entrada compró unos bellos tulipanes blancos, sabía que eran las flores favoritas de su amado, de su ángel. Yendo a la tumba, sus pasos eran pesados, lentos, quería irse, pero se había prometido ir y llegar a la tumba si o si, su respiración comenzó a fallar también y su vista se nublo un poco.
—Bueno, aquí estoy— susurró en frente de la tumba de su amado, leyó su lápida "Axel Soto Morillo. 16/08/1996-10/06/2020. El mejor hijo y hermano"— No pensé que me daría tan duro llegar hasta aquí— sollozó y pasó los dedos por la lápida fría— mi más bonito amor, espero que estés bien, que me recuerdes tanto como yo lo hago y que me sigas amando con tanta intensidad como yo. Aún no supero la llamada que me llegó aquella tarde, esa de tu hermana en donde me decía "Axel acaba de tener un accidente", corrí lo más rápido que pude al hospital donde estabas y para cuando llegue...para cuando llegue ya te habías ido. Maldigo a aquel conductor ebrio, lo maldigo y odio por haberme quitado una parte de mí.
dejó las flores cerca de ella y se sentó en el frío suelo, siguió pasando las manos por la lápida mientras lloraba y hablaba a la nada dejando que el viento se llevara aquellas palabras, deseando que llegaran a su amado. Minutos después, como si las palabras hubieran llegado al lugar correcto, un pequeño colibrí de hermosos colores se acercó a ella y estuvo volando a su alrededor unos cuantos minutos, hasta que sintió unos brazos la rodeaban y al levantar la mirada se encontró con Aren.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? — susurró la chica devolviendo la mirada a la lápida.
—Tu madre me lo dijo— el abrazo más fuerte— ¿Cómo te sientes?
—Pensé que sería más fácil— ella se aferró a él llorando aún más.
—Se que es difícil, pero eres bastante fuerte al venir aquí, créeme que él está orgulloso de que llegaste hasta aquí— tomó la cara de Eliza entre sus manos y le dió un beso en la frente— ahora, pondremos estas hermosas flores en su lugar— ella asintió y se arrodillo, ambos tomaron el ramo y lo pusieron en donde debía ir— vendremos más seguido a visitarte— aseguro mientras se levantaban.
Eliza le sonrió a la tumba y después a Aren, quien le limpió las lágrimas y se quedó con ella unos minutos más mientras la abrazaba. Después tomados de la mano salieron del cementerio, no sin antes prometer volver pronto y agradecer por haberlos juntado, porque Aren estaba agradecido de haberla encontrado gracias a él y ella estaba agradecida por haberla guiado hasta un ser tan lleno de luz que cada día se esforzaba por hacerla sentir amada y por ayudarle a salir de ese feo, frío y oscuro hoyo. Ambos agradecidos porque gracias a él habían encontrado un nuevo amor, un nuevo comienzo.