A Mi Corta Edad

Noveno Capítulo

Elisa

Entro a la cafetería, más feliz de lo normal o bueno, raramente feliz. Me encanta como se siente el entrar a la cafetería, es como la magia, una sensación de que estar entrando a una cafetería en París. Esa era mi objetivo cuando diseñe el lugar, aún que sin dudas nunca he ido a ningún lugar fuera de la cafetería, el instituto y mi casa.

Camine hasta sentarme en una mesa de muchas chicas, pero ellas no me estaban prestando atención, solo me enfoque en la conversación que ellas mantenían.

La conversación de las chicas entretenía pero no eran cosas de gran importancia, así que me levante de mi lugar y luego me senté junto con los chicos que practican lucha libre.

La conversación de esos chicos me asqueo, son unos machistas repugnantes.

Así que decidí irme a sentar a aquella mesa de la esquina pegada a la vidriera, con una taza de café humeante, es como si estuviera preparada para mí.

Me senté y mire al mi alrededor, como siempre lo hacía, esta es mi manera de ser parte de este mundo, observando a los demás sin interactuar mucho.

El café fue preparado a la medida para mí, con cada detalle como lo hago yo.

En una de las veces que iba a sorber el café me sentí adormilada, atontada, me siento tan adormecida y tan ajena a las acciones de mi cuerpo que dejo caer la taza de café y reposo mi cabeza en la mesa hiriendo mi cara con los trozos de porcelana rota.

Al principio veo todo oscuro, ni siquiera puedo ver mi propio cuerpo, es tan inquietante esta sensación de desconfianza e impaciencia de querer saber qué es lo que pasa alrededor de mí, pero de nada me sirve tener esta sensación porque no sé qué hacer y eso me frustra aún más.

Probablemente tenga los ojos cerrados y esté pensando que tengo los ojos abiertos, pero no es así, no los tengo cerrados y simplemente tengo los ojos abiertos y en realidad no hay luz alguna, tanto como para estar todo oscuro.

Milagrosamente vuelvo a ver luces, sin embargo veo todo borroso causando que no pueda visualizar que es lo que pasa a mí alrededor. Ya cuando mi vista se va aclarando y poco a poco visualizo la cafetería, pero logro notar que no estoy en el mismo lugar en donde observaba a los demás, sino que estoy viéndome a mí misma tomar el café y luego dejar caer la taza de café en cámara lenta y reposar mi cabeza en la mesa.

Mi sorpresa es tan grande que solo me quedo allí, justo allí donde estoy parada mirando todo, mi otra yo dejando caer su cabeza sobre los trozos de la porcelana rota, un chico mirarla distraídamente y luego darse cuenta de lo que sucedía con mi otra yo.

Era como estar viendo una película de mí sin ser yo la protagonista, una sensación aún más horrible que la de la inquietud al no saber que pasa a mí alrededor.

–Elisa despierta, te juro que nunca más voy a estar enojado contigo, pero despierta, te quiero aquí despierta conmigo, no te quiero ver ahí acostada durmiendo por cuanto tiempo sabe Dios.

Escucho voces lejanas, intento buscar el propietario de la voz, pero no logro localizarlo. Todos en la cafetería están ayudando o mirando a mi otra yo desmayada y yo sigo solo parada a un lado viendo todo lo que pasa a mi alrededor sin saber que hacer o decir.

–Elisa, por favor despierta ya, me rompe el corazón verte ahí, recupérate rápido, ayúdame a ayudarte, prometo ser tu enfermero, caballero con armaduras, príncipe azul, lo que tú quieres yo lo seré, pero solo despierta –escucho esta vez una voz muy familiar y siento un apretón en mi mano derecha, luego siento como alguien apasionadamente me deja un beso en la mejilla.

Por acto involuntario llevo mi mano a la mejilla besada y miro a todos los lados posible para ver quien había hablado esta vez y quien me había agarrado la mano y besado la mejilla. Pero, no había nadie cerca, todos estaban alrededor de mi otra yo.

–Te quiero, te quiero conocer Elisa, pero no podré si no estás despierta –habla la misma voz de antes, esa que me suena familiar– Despierta, hazlo por la profesora Cassandra o por Margaret, ella está destrozada, la pobre mujer ya casi ni va a trabajar a la cafetería.

Miro por todos lados, buscando a Margaret, no la encuentro. Por fin en aquel momento decidí corre a buscar a Margaret, ella debería estar aquí en la cafetería atendiendo a los clientes.

Pero, nada.

Por mi mejilla solo siento el paso húmedo de una lágrima llena de tristeza y dolor.

No sé qué pasaba, pero tengo que averiguar que ocurría y porque escuchaba esas voces.




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