A Mil Latidos.

2. RHYS

En teoría, los martes deberían gustarme.

Desayuno recién hecho, auto con aire acondicionado, uniforme perfectamente planchado por Isabelle, mamá prefiere que la llame por su nombre porque dice que así no se siente vieja.

Hoy es un día sin exámenes. Todo al parecer está en orden.

Pero últimamente, hasta los días “perfectos” se sienten como un disfraz demasiado ajustado en mi vida.

—¿Vas a ir a la gala benéfica de tu madre? —me pregunta Caleb mientras caminamos por el pasillo principal del Everhart.

Las paredes de la institución están decoradas con carteles de campañas escolares y fotos de alumnos que han ganado premios, casi todos con los mismos apellidos de siempre.

—No sé. Me dijo que estarán políticos, familias de la alta sociedad, periodistas y Sterling quiere que dé un discurso. Ya sabes, “una cara joven para inspirar a los donantes”.

—Traducción…tu padre necesita subir sus cifras de aprobación. Lo típico.

Caleb y yo nos reímos, es fácil hablar con él, por eso es mi mejor amigo.

Aun así, hoy no puedo dejar de pensar en otra cosa. Bueno, en otra persona.

Laila Monroe.

No sé por qué me quedé pensando en ella desde la clase de educación física, siempre la he visto en el salón de clases, en los pasillos o en la biblioteca, pero nunca había hablado con ella.

Su mundo parece estar a kilómetros del mío, aunque estemos en la misma secundaria.

Cuando la vi detenerse a mitad de la carrera, pensé que estaba fingiendo para evitar correr como hacen algunos, pero luego vi cómo se sostenía el brazo, cómo revisaba su celular con el ceño fruncido. Lo reconocí de inmediato, he visto esa expresión antes en mi primo, cuando está al borde de un bajón.

Así que me acerqué.

No sé por qué lo hice, solo lo hice.

Y ahora no puedo dejar de pensar en su mirada, en sus lindos y vidriosos ojos avellana. No era una chica débil ni dramática, ella era fuerte, como si estuviera acostumbrada a sostenerse sola.

¿Desde cuándo alguien que apenas conozco me hace sentir tanta curiosidad?

—¿En qué estás pensando? —pregunta Caleb al notar mi silencio.

—Nada. Solo… en la clase de educación física...¿Tú sabías que Laila Monroe es diabética?—solté de pronto.

—¿Laila quién?

—La chica de lentes, la que se sienta siempre en el último escritorio en todas las materias cerca a la ventana, el cerebro brillante del salón de clases.

Caleb se encoge de hombros.

—Ah. Creo que sí. ¿Y qué pasa con ella?

—Nada. Sólo… tuve una conversación con ella hoy. Parecía que se estaba desmayando y le ofrecí agua.

Caleb me lanza una mirada de esas que conozco bien, media risa, media burla.

—¿Rhys Hayes preocupado por una chica que no está en la lista de las más votadas para reina del baile? Qué inesperado.

—No es eso —respondo, aunque yo mismo no sé qué es.

Solo fue una leve conversación, solo una mirada y, sin embargo, algo en mí late distinto.

**

Vivir en Upper East Side suena a privilegio y lo es, no me voy hacer el martir, pero vivir en un departamento inmenso e impecable… siempre silencioso es agonizante. Isabelle, mi madre, mantiene la decoración del lugar como si fuera una revista de arquitectura, con jarrones que parecen no haber sido tocados nunca y que valen cientos de dólares, incluso las luces cálidas espectaculares que no logran disimular lo frío que se siente todo.

Nosotros vivimos una obra de teatro a diario, cada habitación tiene su guión, cada rincón tiene reglas invisibles y todos los días, actuamos como si todo estuviera bien.

—¿Rhys? —la voz de Isabelle suena desde el comedor—. ¿Cómo te fue hoy?

Me asomo por el arco que da a la cocina, ella está ahí con un vaso de vino en la mano y el celular pegado a la oreja. Lleva un vestido de seda azul, uno de los que usa cuando tiene entrevistas o cenas importantes, me hace un gesto para que espere mientras termina de hablar, probablemente es su publicista o el editor de alguna revista que quiere entrevistarla sobre sus "proyectos sociales".

—Sí, darling, claro. Te mando el boceto esta noche... un beso—cuelga y me sonríe brillante—. ¿Y bien?

—Normal —respondo dejando mi mochila en la mesa del comedor.

Ella asiente distraída revisando su tablet. Me fijo en que el portavasos está perfectamente alineado con el borde de la mesa, como todo.

—Tu padre llegará tarde. Tiene una cena con los directores de campaña.

Asiento. Es lo mismo de siempre, “cena de trabajo”, “evento de caridad”, “viaje relámpago”. Papá siempre está en algún lugar donde no estoy yo. Incluso cuando está en casa, no está realmente.

Tomo mi bolso y en silencio subo a mi habitación y dejo la puerta entreabierta, me quedo dormido y no sé cuánto tiempo a pasado, pero se escuchan voces y ya sé lo que viene, no pasan ni cinco minutos cuando los escucho…




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