A Mil Latidos.

4.LAILA

Hoy el día empezó bien. La glucosa estaba estable, el cielo tenía ese tono azul que parece sacado de una postal y mamá me había dejado una nota en la lonchera que decía:

“Llegaré tarde esta noche, tengo doble turno. Come todo de tu lonchera y recuerda lo valiente que eres, te amo hija”.

La mañana pasó rápido entre fórmulas de álgebra, el profesor de química me había entregado el examen de recuperación que presenté y tenía un glorioso 100, no dudé en mostrarle a mis amigos y entonces celebramos juntos. También tuvimos un dictado sorpresa en francés que no me tomó con la guardia baja y, por supuesto, no pudimos escapar de los chistes malos de Joshua.

Durante el receso nos sentamos en nuestro lugar habitual, bajo el viejo roble cerca del campo de fútbol americano, Sofía me compartió unas galletas sin azúcar y estuvimos bromeando sobre la ropa imposible que llevaban las chicas del club de moda y, ni hablar del uniforme nuevo de las porristas, todo es… demasiado rosa para mi gusto.

—¿Algún día te unirías a ese club? —me preguntó Sofía.

—Solo si aceptan sudaderas con capucha y mochilas llenas de lápices en lugar de gloss—reímos—. Creo que me llama más la atención unirme a las olimpiadas académicas, ahí sí puedo hacer uso de mi cerebro y no exhibo, ni pongo en riesgo mi cuerpo.

—Esa es nuestra chica brillante—dice Joshua.

—Será mejor que regresemos al salón de clases, nos quedan pocos minutos—les digo.

Los tres nos levantamos y caminamos en dirección al salón, pero al regresar a clase, algo estaba mal.

Desde la puerta lo vi, mi mochila no estaba como la dejé, estaba tirada en el suelo, abierta y su contenido esparcido en un caos doloroso. Mis libros… mis cuadernos…que con tanto esfuerzo mi mamá me compró… estaban todos completamente destruidos. Las páginas estaban arrancadas, algunas arrugadas y otras manchadas con jugo o quién sabe qué.

Mi carpeta de biología estaba partida por la mitad, ahí tenia los apuntes que había hecho en la biblioteca ayer, mis ojos se llenaron de lágrimas cuando vi mi estuche medicinal abierto, mi corazón se saltó un latido al ver mis pastillas de glucosa esparcidas también, ese tratamiento es demasiado costoso, mi madre trabaja demasiado duro para poder costearlo y mis bolígrafos... estaban regados como si hubieran estallado, todo estaba hecho un desastre.

—¿Qué…? —alcancé a murmurar, pero la voz se me quebró.

Sofía fue la primera en reaccionar.

—¡Dios! ¿Quién hizo esto?

Joshua ya estaba recogiendo las hojas, los bolígrafos y me observó con tristeza cuando se dio cuenta de mi medicamento.

Yo me quedé congelada en mi lugar mientras sentía que el pecho se me apretaba con el pasar de los minutos. Luego miré mi escritorio, estaba rayado con marcador rojo y tenía letras grandes que decían:

“DIABÉTICA RARA”

“ANDA A PONERTE UNA BATERÍA NUEVA”

“NACE DE NUEVO”

Y más abajo, algo tan cruel que apenas pude leerlo:

“NO QUEREMOS ENFERMAS AQUÍ”

No lloré al instante porque luchaba en mi interior por contener las lágrimas, no quería darles el gusto de verme vulnerable, pero este acto de brutalidad se sentía como si todo quedara suspendido.

Mis manos temblaban aunque las tuviera cerradas en puño, pensé que así podía minimizar un poco la vergüenza, la rabia… el dolor.

—¡¿Quién fue el imbécil o la estúpida que hizo esto?! —gritó Joshua fuera de sí.

—Laila… —Sofía me tocó el brazo sacándome de mis pensamientos—, respira. Estamos contigo, no estás sola.

Ya no podía contenerlo, mi barbilla tembló sin control por la impotencia, entonces me cubrí la cara con las manos y lloré.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que sentí una presencia diferente, una presencia silenciosa, más alta, más cálida.

—¿Laila? —era Rhys.

Levanté el rostro muy a mi pesar, no quería que me viera con lastima y mucho menos con los ojos hinchados, la dignidad la tenía hecha trizas, pero ya era tarde para pensar.

Él miró mis cosas, el escritorio, las palabras escritas ahí y luego me miró a mí sin decir nada.

Solo se agachó, recogió el resto de mis cosas con Joshua y empezó a colocarlas con cuidado sobre una mesa limpia. Joshua seguía furioso soltando cada palabra grosera que se le ocurriera, Sofía fue en busca de una profesora, pero Rhys… él solo estaba ahí... presente.

—Esto no está bien —dijo Rhys en voz baja—. No voy a dejar que esto se quede así.

Negué con la cabeza entre sollozos.

—No importa. Siempre ha sido así, solo que es peor ahora porque… soy diferente.

—Laila —interrumpió él, firme—. No eres un extraterrestre, eres diferente… porque eres una chica brillante, eres inteligente, eres fuerte y muy valiente. Lástima que los sin cerebro que estudian con nosotros no puedan verlo, pero esto es acoso y no tienes que aguantar esto.

Rhys me ofreció su pañuelo, era suave, en color gris con dragones negros.

—¿Es tuyo? —pregunté secando mis lágrimas con el, agradecía ese gesto por parte de Rhys.




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