A Mil Latidos.

6. LAILA Y RHYS

🌻LAILA:

El sonido de las llaves al entrar en casa fue más fuerte de lo usual.

Todo se sentía más pesado, la mochila colgaba de un solo hombro y estaba sucia, los libros estaban dañados, y el estuche de mi medicina que tanto cuidaba estaba roto.

Apenas crucé la puerta, quise ir a mi cuarto a cambiarme, para despejarme un poco para cuando mi mamá llegara más tarde no sospechara nada, pero entonces escuché su voz desde la cocina.

—¿Laila? Llegaste temprano —su tono era cálido como siempre, pero noté una pizca de sorpresa.

Me congelé un segundo. Ella no suele estar en casa a esta hora, trabaja en el hospital de lunes a sábadon en turnos tan impredecibles como las hipoglucemias que me despiertan a las tres de la mañana.

—Sí… salí antes.

—¿Estás bien?

Y ahí se rompió todo.

No pude responder, no con palabras.

Solo caminé hacia ella, dejé caer la mochila en el suelo y me lancé a sus brazos como cuando era niña. La abrazaba con fuerza, como si con eso pudiera evitar que el dolor me tragara entera.

Mamá me sostuvo en silencio. Después de unos segundos, sentí cómo me acariciaba el cabello.

—¿Qué pasó mi amor?

No podía hablar bien, las lágrimas eran como un nudo en la garganta.

—Rompieron mis cosas, mami… mis libros, mis cuadernos… mi estuche de insulina…

—¿Qué? ¿Pero estás bien? ¿Te inyectaste?

Asentí débilmente.

—Lo tenía encima, me inyecté antes del recreo, pero… ya no sirve. Y es caro mamá, lo siento mucho, debí cuidarlo mejor, debí haber hecho algo…

—No, no digas eso —me interrumpió ella con voz firme—. No es tu culpa, nada de esto lo es. No tienes que pedirme perdón por algo tan cruel, te hicieron daño y eso es imperdonable. Lo demás… lo demás se soluciona, Laila.

—Solo me sentí débil ,impotente porque no pude hacer nada.

—No eres débil —me dijo mirándome directo a los ojos—. Laila, que tengas diabetes no te hace frágil, ni distinta y que llores no te hace menos fuerte. Lo que viviste hoy fue violencia, fue maldad, pero tú seguiste adelante y eso es ser valiente.

Lloré otro poco, pero distinto. Estaba más tranquila,
porque cuando mamá decía esas cosas, yo le creía.

Al día siguiente, me sentía como una hoja en blanco, pero arrugada.

Ni Sofía ni Joshua vinieron a clase, me dejaron un mensaje avisando que estaban enfermos, aunque sospechaba que solo necesitaban un día de paz mental. Lo entendía, yo también.

No quería sentarme en el aula, no todavía, así que me escapé al árbol que siempre me dio sombra cuando nadie más lo hacía. Me senté con el libro que aún servía y lo abrí aunque no tenía intención de leer.

La brisa me acariciaba la cara y por un momento, me sentí sola.

Hasta que escuché pasos.

—¿Puedo sentarme?

Preguntó alguien, levanté la vista y me encontré con Rhys.

Su mochila al hombro y esa expresión que no mostraba mucho, pero tampoco era indiferente. Había algo raro en sus ojos, como si hubiera llorado alguna vez.

—Claro —respondí sorprendida.

Se sentó a mi lado, no muy cerca para no incomodarme, pero tampoco demasiado lejos como para sentir su ausencia.

—¿Te sientes mejor? —preguntó sin rodeos y asentí.

—Gracias por lo de ayer… y por recoger mis cosas, te lo agradezco mucho Rhys.

—No tienes por qué agradecer. Lo que te hicieron fue cruel.

Me encogí de hombros.

—Estoy… acostumbrada, no te preocupes.

—No deberías estarlo.

Lo miré, no como al chico popular que todos seguían.
Sino como al chico que me defendió sin tener por qué hacerlo.

—¿Por qué lo hiciste?

Se quedó callado un instante y bajó la vista pensativo.

—Porque me cansé de fingir que no me importan las cosas que pasan a mi alrededor, cuando en realidad me importan más de lo que pensaba y, porque cuando te vi—hizo una pausa y se frotó la nuca—, me di cuenta de que nunca había visto a nadie llorar así. No por drama, ni por atención. Llorabas porque estabas rota y eso me rompió a mí también—mi corazón dio un vuelco, no sabía qué responder—. Además —añadió sonriendo un poco—, necesitaba un lugar tranquilo para no pensar en los problemas que abundan en mi casa y tú siempre estás aquí, como si el árbol fuera tu escudo.

—Es mi escudo —dije esbozando una sonrisa leve.

—¿Lo compartes conmigo?

Lo miré y cuando mis ojos conectaron con los suyos sentí que no estaba tan sola, entonces le dije que sí. Nos fuimos al salón para empezar con nuestras clases habituales y cuando llegó el recreo fuimos al mismo árbol y nos quedamos ahí, no hablamos demasiado, pero tampoco hacía falta, nuestro silencio no era incómodo o tenso, pero su compañía era reconfortante para mí.




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