- Hace frío aquí. – Isidora estaba tiritando. Había salido de la casa solo con una camiseta sin mangas. No había querido hacer caso a la recomendación de Matías porque hacía calor a esa hora en el exterior. Nunca pensó que dentro de las bodegas la temperatura sería tan baja.
- Ten. Toma mi chaqueta. – Matías estaba por sacársela cuando Isidora lo detuvo.
- ¡No! No lo hagas. Entonces tú tendrás frío. Fui yo la insensata que no hizo caso. No te preocupes. – Espetó Isidora castañeteando los dientes.
- ¿Estás loca? – Le recriminó Matías amorosamente. – Hagamos una cosa. ¿Es muy atrevido de mi parte pedirte que te cobijes junto a mi bajo mi chaqueta?
Isidora se lo pensó un momento. Por su cabeza pasaron cientos de pensamientos.
Si tuviera que resumir en una palabra su propia personalidad, podría decir que todo se resumía a “CAPRICHOSA”. Siempre quiso tener todo aquello que sus ojos deseaban y la gran mayoría de las veces, lo había conseguido. Pero quizás lo único que realmente quiso, o creyó en su momento querer más allá de toda razón, no lo obtuvo por más empeño que hizo ……el amor de Vicente.
Ser así solo le había traído problemas. En retrospectiva, Isidora ahora se daba cuenta de que Vicente había sido el más grande de sus caprichos y el que más dolor le había causado. Pero era eso ……un capricho. No amor de verdad y ahora lo estaba entendiendo. Lo que estaba sintiendo por Matías era algo nuevo. Por primera vez reparó en el verdadero significado del amor, ese del que Sor Margarita tantas veces leyó en la Biblia …… “El amor el paciente y bondadoso. El amor no es celoso. No presume, no es arrogante, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se irrita con facilidad. No lleva cuenta del daño. Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor nunca falla.”
Había estado haciendo todo mal. Había sido impaciente, malvada, celosa, presumida, arrogante, egoísta, interesada, irritante, vengativa, y otras tantas cosas más que de solo pensarlas se avergonzaba. Se había comportado así no solo con los niños del orfanato, sino con sus padres adoptivos, sus amigas y hasta con Vicente. Ya no quería ser nunca más así. Quería ser como Matías, Ceci, Doña Aurelia y Don Raúl. Quería aprender a ser humilde, cariñosa, altruista, bondadosa, dadivosa, entre otras tantas otras cualidades maravillosas que le demostraban a ella y todos en general.
Tenía miedo, eso era cierto. Miedo de no merecer ser amada, miedo a entregar de nuevo su corazón. Tenía miedo de sufrir, porque si ya había sufrido tanto por un maldito capricho, ya podía suponer lo que le dolería si llegaba a enamorarse y no funcionara. ¿Podría Matías enamorarse realmente de ella? ¿O también estaría buscando lo mismo que Vicente? Ya no tiritaba de frío. Tiritaba de miedo. Un miedo súbito al dolor y al desamor.
Matías vio en sus ojos la indecisión. La pugna interior que ella estaba sintiendo y que él mismo también estaba librando pero consigo mismo. Se había esforzado por no dejarse llevar por sus sentimientos. Sabía a grandes rasgos lo que ella había padecido y no quería obligarla a aceptar su amor. Quería que ella viniese a él voluntariamente, sin presiones, dejando atrás su doloroso pasado y decidiéndose a comenzar de cero ……junto a él.
Eso había pensado, pero su boca y sus brazos actuaron confabulada e imprudentemente sin tomarlo a él en cuenta. Sus labios ya habían formulado la pregunta y sus brazos se habían abierto a ella en un cálido abrazo.
Isidora se acercó para su sorpresa. Sus pasos eran vacilantes pero los dirigían en dirección a él.
Con el corazón palpitando tan rápido como el aleteo de un colibrí, se abrazaron. El calor que tal contacto produjo entre los dos los hizo sonrojarse a la par. Se miraron fijamente sin decirse nada. Solo podían sentirse, olerse, pensarse, imaginarse. Nunca habían sido tan consientes el uno del otro como en ese mágico momento. El frío se palpaba en el ambiente, pero entre ellos emanaba un fuego incapaz de extinguirse y del que no querían huir aunque corrieran el riesgo de quemarse.
Matías comenzó a acercar sus labios a los de Isidora. Ansiaba tocar la dulzura y suavidad de estos. Saber si eran tan dulces como los imaginó cientos de veces. Cuando estaba tan solo a milímetros de posarse sobre ellos, de pronto, Isidora volvió a la realidad y ese fuego que tan solo segundos atrás ardía quemante sobre su piel, se sofocó por el miedo. Se separó bruscamente de él, quien quedó con una sensación de vacío en su cuerpo queriendo entender qué sucedió.
- Lo siento. No debí. Yo …… - Matías tomó suavemente la mano de Isidora y la llevó afuera de las bodegas. No dijo nada, tan solo la arrastró gentilmente hasta un escaño que había en el jardín exterior.
- Isidora. – Suspiró evadiendo mirarla. – Yo sé que hace muy poco que nos conocemos. Y me disculpo por haber actuado de esa manera. Me disculpo, no porque me esté retractando de mis acciones en sí o lo que ellas te dieron a entender. Me disculpo porque tal vez me apresuré mucho. Me había prometido no presionarte en ningún sentido, ni para contarme tu pasado ni para que sintieras algo por mí. Fui yo el idiota que comenzó a ilusionarse contigo. Me gustas, Isidora. Me gustas mucho y ardo en deseos de cuidarte, de protegerte, de devolverte la felicidad que perdiste y de hacerte olvidar todo aquello que te hizo tanto daño. No te voy a decir que te amo. Al menos no todavía porque te estaría mintiendo, pero si nos das la posibilidad de conocernos, estoy seguro de que no tardaré mucho tiempo en llegar a hacerlo. Eres maravillosa, Isidora.