- ¡vamos, con fuerza! – exclamó la anciana dándome apoyo moral
Ya había pasado una semana desde mi llegada y estos vejetes me utilizan para todo. Pisar moras, mover cosas pesadas, lavar sus espaldas... ¡yo no nací para ser un sirviente!
Y ahora esta anciana me tiene cortando leña porque su chimenea es muy débil o lo que sea que haya dicho.
Esto es imposible, llevo dos horas en lo mismo y apenas he cortado tres. ¡Tres!
- Hazte a un lado – dijo esa irritante voz a mis espaldas
Kalie tomó otra hacha y de un solo golpe partió el tronco en dos. ¿Qué rayos?
Ella me miro con autosuficiencia mientras recibía los aplausos de la anciana. Lleno de enojo, tomé otro tronco y lo coloqué en el centro. Usando estas nuevas fuerzas de ira, golpeé el tronco y... ¡se partió en dos! ¡Gracias, Dios!
Rápidamente tomo otro y yo igual y eso se convirtió en una competencia para ver quien cortaba más leña. Y pues ambos terminamos muy agotados y con más leña de la que la anciana necesitaba así que los niños la repartieron por el pueblo.
Ambos nos quedamos sin aire, ella no tenía la fuerza suficiente y yo no estaba acostumbrado al trabajo físico.
- Que quede claro que yo gano – le dije entre jadeos y ella me miró escéptica
- Por supuesto que no, es obvio que yo corté más.
Ya ni tenía aliento para responderle. Ambos estábamos tumbados en el suelo sin poder movernos si quiera.
La miré de reojo, ella miraba al cielo y parecía distraída, por lo que aproveché esto para levantar un poco la máscara y tomar aire fresco
Ella se dio cuenta y rápidamente se volteó hacia mí pero yo la volví a dejar en su sitio justo a tiempo
- No seas tan curiosa – reprendí y ella hizo una mueca
- Dime, ¿no es fastidioso llevarla todo el tiempo?
- Lo es pero no tengo otra opción.
- ¿tan malo es?
- Te asustarías – murmuré y ella ladeó la cabeza
- ¿me dejas ver?
- No. – respondí cortante y ella suspiró
Se volvió a acostar en el pasto y miró al cielo así que hice lo mismo
- ¿de qué color son tus ojos? – preguntó sin rendirse.
- ¡Agh, tú ganas! – exclamé con frustración
Ni muerto le dejaría ver el lado de mi cara deforme, pero si es el otro lado no tengo problema, deslicé hacia la izquierda la máscara, revelando la mitad buena de mi rostro.
Ella inmediatamente se alzó sobre sus codos para mirarme. Entreabrió los labios por la sorpresa y tuve que controlarme por no reír. Supongo que si vez solo un lado sigo siendo guapo, ¿no?
- T...tu eres realmente... lindo – prenunció atónita y rápidamente volvía colocar la máscara antes de que el sonrojo se hiciera presente - ¿por qué rayos usas la máscara?
- Ese lado no es el problema, ¿sabes? – toqué sobre la máscara e lado de la quemadura con algo de melancolía
- Cuéntame que pasó – pidió
- No.
- Pero yo quiero...
- ¡Kalie, dije que no!
Ella apretó los labios en una fina línea y asintió
- Lo lamento – murmuró.
Se puso de pie y simplemente se fue de allí.
Agh, maldición, ¿Por qué me siento tan mal? Digo, ella es la que se está metiendo en lo que no le importa, ella debería disculparse... que idiota soy, si se disculpó y se supone que está bien pero entonces... ¿Por qué me siento mal?
No me gusta ver esa expresión en su rostro.
Bien, no puedo culpar al aire de campo ahora, ya me acostumbré.
Me puse de pie y me dirigí a la cabaña. La aldea era tan pequeña que era imposible perderse. Todos me saludaban conforme me veían y yo a duras penas devolvía el saludo.
- Hola, cariño – saludó una de las señoras que estaban sentadas fuera de una tienda de té - ¿gustas un té de Jazmín?
Miré la taza extendida hacia mí y la tomé sin convicción. La verdad es que nunca me ha gustado el té pero ella sonríe tan amablemente que se me hace imposible denegar la oferta.
La otra señora sacó una silla para mí así que tomé asiento frente a ellas.
Levanté la máscara ligeramente hacia arriba y tomé un sorbo. Hum, supongo que no está mal
- Está bueno – les dije
- Ah, me alegro de que te guste, no puedo ver tu rostro pero pareces cansado.
Claro. Una vez mi maestro me habló de eso, lenguaje corporal, donde no es necesario ver la expresión para saber cómo se siente la persona.
- Lo estoy, muchas gracias.
- No hay de qué – respondió esta vez la anciana que estaba sentada al otro costado – mi madre siempre decía que una buena taza de té puede calmar hasta la más ruda tormenta.
Sonreí a pesar de saber que ellas no pueden ver mi sonrisa y miré la taza de té.
Volví a levantar la máscara y esta vez tomé la mitad.