A Primera Vista

2. En el pasado

Semanas atrás…

 

Con la emoción burbujeando en mi pecho, llego a la playa sintiendo con placer la sensación de la arena entre los dedos de los pies tras quitarme un momento las chanclas.

El sonido relajante del mar me acompaña como banda sonora, pero no es un momento muy feliz que digamos porque no he venido de vacaciones sino a buscar trabajo.

Con los días contados (y el dinero también).

Hace unos días puse a la venta el viejo cacharro de mis abuelos que me heredaron al morir hace un año, primero mi abuelo de un infarto y luego mi abuela hace unos meses, yo creo que por tristeza, lo extrañaba muchísimo al nono. Me dolió en el corazón tener que hacerlo, pero estoy segura de que esa alternativa derivaba como alternativa ya que salir a la calle con ese trasto viejo podía ser un peligro, la verdad es que nunca sabías cuánto te iba a dejar abandonada en la calle, el arranque era una verdadera lotería.

El sol pinta el cielo de tonos cálidos y todo parece estar en su lugar para un día perfecto, intento acercarme más al agua para que la espuma del mar me moje los pies, sin embargo, una pelota de playa me da en la frente y me obliga a retroceder hasta que caigo sentada en la arena.

–¡Señorita! ¿Está bien?

–¡Perdón, perdón!

En mi deslumbrante camino hacia la orilla, me topo con un grupo de vendedores ambulantes que están a la caza de desprevenidos turistas como yo, pero también con un niño quien viene a buscar la pelota y me pide disculpas antes de desaparecer.

–¿Se encuentra bien?–me pregunta el vendedor.

–Esto…sí.

–¿No quiere una pelota de playa? Mire, están en oferta.

–¿Eh? No, no.

Ni bien me pongo nuevamente de pie en la arena, el vendedor intenta persuadirme para que le compre una sombrilla. Antes de que pueda siquiera rechazar amablemente, otro comerciante que viene con él, decidido a venderme gafas de sol, me lanza un puñado de arena accidentalmente.

–¡Oiga!–me quejo, intentando quitarme lo que me ha arrojado. Creo que me ha entrado en la boca, pero llegué a cerrar los ojos a tiempo.

–¡Oops! ¡Perdone, señorita!

–¡¿Por qué hizo eso?!

–¡Solo le estaba mostrando la calidad de nuestras gafas y, bueno, la arena tiene vida propia!–exclama, intentando arreglar la situación mientras yo sacudo la arena de mis brazos. Descubro que también tiene acento argentino.

Me decido por tomar otra dirección y me salgo de la parte de arena, calzándome nuevamente mis chanclas y empiezo a andar por las tiendas con el corazón en un puño.

Me pregunto cuánto de todo esto pueda realmente hacer efecto alguno, tengo los folios con papeles entre los dedos y mi mochila al hombro.

Decido empezar mi jornada visitando algunas tiendas y restaurantes cercanos. Todo está atestado de gente. La brisa marina me acompaña en cada paso, como un recordatorio de que aún estoy en ese rincón del mundo donde el mar y la tierra se encuentran. En cada establecimiento, dejo mi currículum con la esperanza de que alguien aprecie mi formación académica en comunicación y relaciones públicas. Algunos dueños de tiendas me piden que envíe mi currículum por privado a un mail, sumergiéndome en un mar de correos electrónicos o de links de LinkedIn con la idea de que eso irá a parar a una bandeja donde nadie los verá nunca. Otros me ofrecen trabajos de camarera o ayudante de cocina, aunque agradezco las ofertas, mi deseo es aplicar mis habilidades de comunicación que fue la carrera que terminé incluso con honores. Pero que las buenas calificaciones no me dieron absolutamente nada cuando no tienes los contactos adecuados.

Caminando por la calle, veo a lo lejos un hotel de primer nivel, ostentoso y majestuoso. Dudo por un momento antes de decidirme a entrar. El vestíbulo resplandece con luces brillantes y el aroma a lujo flota en el aire. La recepcionista, con una sonrisa profesional, me recibe y pregunta en qué puede ayudarme. Es muy bonita, elegante y con rostro amable, pero su elegancia me hace sentir demasiado fuera de lugar. Estoy a punto de pedirle disculpas por haber irrumpido en el lugar y quitarle parte de su valioso tiempo que debe de valer mucho, aunque hasta que lo hago sin más.

–Venía…a preguntarle si estaban…

–¿Solicita plaza, señorita?

–No, no, yo… Reservas no, si querían personal.

Extiendo mis manos en además de hacer entrega de mi currículum con una mezcla de nervios y esperanza.

La recepcionista ni siquiera hace además de recibirlo.

Con la misma sonrisa impostada e intentando descifrar el motivo por el que he venido, me advierte:

–De momento no estamos en reclutamiento de personal, no es la mejor temporada que estamos teniendo en Punta del Este.

Claro, es el mismo discurso que me daban en Argentina, con la diferencia de que allá vives de primera mano la crisis y crees que afuera todo es color rosa, que llegarás a otro sitio y te ofrecerán una visa, un alojamiento de lujo o dos pesos y un sueldo millonario en cuestión de minutos.

Pero no es así, yo vine mentalizada a que tendría que poner el mayor de mis esfuerzos.

Mis manos juguetean con mi bolso, nerviosas, mientras observo a los huéspedes pasar elegantemente al tiempo que recibo su rechazo.

–Lo siento, no quería robarle su tiempo–le digo.

–Si quiere, puede buscarnos por LinkedIn y teclear en el link de reclutamiento su perfil, aunque no hay búsquedas activas al momento.

–S-sí, lo siento, gracias, gracias…

Me volteo para salir del hotel con una nube de vergüenza encima, como si llevara una pancarta que dijera "Rechazada". Pero, siendo optimista, pienso que al menos mi día solo puede mejorar.

El aire acondicionado me abandona cuando me choco con dos personas que vienen entrando y me disculpo apenada por todo.

Sigo mi camino, buscando cruzar la calle sin caer en la cuenta siquiera de que estaba en la calle.




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