Al final, resulta que solo tengo unos rasguños y nada grave. Al salir, Sebastián paga la cuenta de la "guardia VIP" con su tarjeta black, pero no deseo que la conversación y este encuentro se termine aquí.
—Señor Vélez, gracias, en serio. Le avisé que no tenía nada grave.
—Y yo te avisé que no tenía a ningún carnicero esperando por tu cerebro.
—Eso también es motivo de agradecer. Maravilloso.
—¿Necesitas que te deje por alguna parte?
—En alguna zona comercial cercana a la playa, ¿puede ser? Tengo muchos curriculums que seguir repartiendo.
—¿Y si mejor vamos por un café?
Sus palabras me suenan con cierta extrañeza, por lo que me vuelvo a él con cierto cosquilleo desatado en mi estómago.
¿Acaso no ha tenido suficiente de mí?
—Señor, yo…
—Es hora del almuerzo, pero me esperan para la comida. Y, por cierto, hagamos un pacto. Dejas de tratarme de “usted” y de “señor” así yo no me siento tan viejo, ¿puede ser?
—Bien…
—¿Vamos por el café? Te cuento que hablé con mi amigo mientras estabas en la sala del doc.
Saber que hizo eso me provoca un chispazo de ilusión. Si le pedí un regalo a Santa y a los Reyes Magos fue un trabajo aledaño a lo que me gusta y elijo para crecer como una personalidad de bien a la altura de la actualidad; si fue necesario que me levante un coche en la calle por los aires para poder conseguirlo, todo ha valido la pena en este viaje.
—Vamos por el café… Sebastián—opto por tutearlo.
—¿Veinticinco?—me pregunta Sebastián una vez que estamos en una cafetería bellísima de un centro comercial no muy lejos al hospital donde me llevó.
—¿Tan mal me veo?
—¿Tienes más?
—¡No!
—Mmmm.
Está tratando de adivinar mi edad, pero creo que los años no vienen solos y el tiempo me ha dejado un poco demacrada porque juzga que tengo mucha más edad de la que realmente tengo mientras se bebe su capuccino.
—Me dices que acabas de graduarte de la universidad.
—Así es.
—Entonces no lo sé. Juzgaría que no tienes más de veinte a criterio de tu apariencia física, en serio. —Creo que eso sí fue un cumplido.
—Veintitrés recién cumplidos. El veinticuatro de diciembre.
—¿De veras? ¿Llegaste con el Niño Dios?
—Un día antes, de hecho.
—Vaya, es fabuloso. Supongo. O no, es terrible, se te juntaban los regalos de cumpleaños con los de Papá Noel.
—Cosas que en mi infancia no se podían explicar y tenía doble regalo hasta que a los seis me dijeron la verdad y ya solo era uno. Pero desde los once o doce la situación vino en picada con mi familia y a duras penas podíamos cenar.
—Vaya.
—Igual no dejo que la adversidad me marque, quiero hacer algo diferente, estoy harta de intentarlo, estoy harta de vivir con lo justo o no poder salir cuando me place o sentir que no estoy viviendo la vida que realmente quisiera, que no estoy poniendo en acto mis capacidades.
—Bien, espero poder darte algo de colaboración. Te estuve stalkeando y vi que emprendiste alguna vez con un portal de noticias digital.
—¿En serio? Ah, rayos, entonces te estoy explicando cosas que ya sabes.
—Y también vi que te interesa mucho el deporte.
—Intenté con un portal deportivo, sí.
—¿Y qué sucedió?
—Sin un respaldo económico importante, es difícil darle el impulso que se necesita. Además, las redes tienen un manejo completamente difícil, es otro lenguaje, estoy aprendiendo a hablarlo, una pena que la universidad haya intentado darme más información de qué significa la palabra “receptor” y no cómo es el algoritmo de instagram.
—Tan mal no te iba. Veinte mil seguidores en tu portal de noticias y lo mantienes activo.
—Tomé clases gratuitas en YouTube y escuché algunos podcasts.
—Tienes hambre.
—Mmm, luego almuerzo, por ahora con esto me siento bien.
—Me refiero a que leo en ti que tienes hambre, tienes ambición de crecer y eso es atractivo en cualquier persona.
¿Me está queriendo decir acaso que le parezco “atractiva”?
—Yo…
—Valentina, creo que tienes mucho por lograr. La empresa de mi amigo será un buen lugar para que crezcas. Él trabaja un sector donde la comunicación es un hito super discrecional, pero que tiene un crecimiento exponencial.
—La verdad que no sabía siquiera que eso era legal.
—Bienvenida a la realidad de los grises.
—Por suerte, sí. ¿Alguna recomendación para cuando me entreviste con él?
—Mañana mismo puedes empezar un periodo de prueba.
—Oh, gracias, ahí podremos hablar, por mientras puedo seguir buscando algo remunerado y prestar mi servicio al máximo con él.
—No, no. Un periodo de pruebas ya remunerado.
—¿E…en serio?
—Por supuesto, él no se queda con el trabajo de nadie. Oh, disculpa.
Mientras hablaba se le encendió la luz del móvil sobre la mesa y es una llamada entrando. Él contesta y mi parte cotilla se le queda escuchando mientras disimulo con mi móvil también y mi café.
Entonces el cosquilleo que antes sentía en el estómago detona como una molotov.
—Hola, amor mío. ¿Cómo estás?