—Pido un momentito, ahora subo. ¿Sí? ¿Hay baño acá?—les pregunto respecto del piso donde estoy.
—Mejor no entres por acá, vamos a un baño—me contesta Sebastián y ambos suben—. Pediremos a ordenanza que limpien esto. Y alguna de las chicas de la oficina podría prestarte una blusa.
—No, por favor—le digo—. No puedo llevarme algo ajeno y menos llevarle algo a una persona que no conozco.
—Fue un accidente y eso puede sucederle a cualquiera—me aclara Sebastián y Luc ríe al otro lado mientras yo he quedado en el medio y el ascensor sube nuevamente.
Con disimulo inútil me vuelvo a prender los botones de la camisa cuando ambos percibimos la risita molesta.
Una vez que llegamos a destino, Sebastián me baja la advertencia de esperar y así nos quedamos en recepción de la oficina entre montones de cubículos de personas que van y vienen mientras yo hago el ridículo con un montón de café encima.
—Déjame hacer algo con esto—me propone Luc al tomar mi vaso medio vacío y lo tira en una cubeta.
Se me parte el corazón porque era bonito y podía volver a usarlo en otras venidas a la oficina haciendo parecer que cada mañana compro en un Starbucks de Punta de Este.
Si es que hay más mañanas.
—No sabía que te encontraría aquí hoy—le digo—. Sino te traía tu chaqueta.
—Puedes traérmela mañana.
—¿No que trabajas en marketing?
—Le hago el marketing digital a esta empresa.
—¡¿En serio?!
—Bueno, veo que no hace falta presentación de por medio—dice Sebastián apareciendo con una camisa que se me hace demasiado grande si no fuese que es de hombre—. Conseguí esta entre mis cosas.
—¿En cada lugar donde vas te llevas una prenda?—me pregunta Luc.
—Realmente estoy apenada de esto—le digo, con los ojos y las mejillas ardiendo, al borde del llanto—. Esta oportunidad es importantísima para mí y realmente no quería echarlo a perder.
—Descuida, al menos nos ahorraste las presentaciones, justo le venía hablando a Luc de ti—advierte Sebastián—. Ya puedes quedarte con tu mentor, tengo que ver a Oscar enseguida. Permiso.
¿He quedado en buenas manos?
Quedo de piedra frente a Luc.
—¿Entonces tú serás mi mentor en comunicación de la empresa?
—Así es, en persona.
—El primer paso es ponerme presentable, ¿verdad?
—Ve. Te pediré otro café.
—No, por favor.
—La máquina lo expende solo. Por allá está el baño—me señala una puerta lateral y le hago caso.
Mi sentido arácnido me dice que no es buena idea contradecir al mentor en tu primer día de trabajo.
Llego al punto en que me cambio la ropa a toda velocidad, me limpio con servilletas húmedas y salgo, pegándome un susto al ver a Luc de frente a mí con dos tazas con café humeante.
Suerte que este lugar tiene aire acondicionado sino a quién se le ocurriría.
—Con crema y canela para ti.
—¿Cómo supiste…?—le pregunto.
—Hueles a canela y tenías crema en el pecho. No es que sea un mirón, era evidente.
Presa de la vergüenza le acepto el café y Luc me acompaña al recorrido por las oficinas para conocer la empresa, los distintos sectores y la oficina que compartiré con él donde se supone que he de aprender a hacer algo cercano a lo que Luc mismo desempeña.
—Sería ideal tener gente como tú dispuesta a aprender para poder hacer crecer el negocio.
—¿En qué sentido? ¿Acaso no hay otras personas cerca que hagan lo que tú haces?
—Lo mío es más bien un marketing discrecional donde se mide con una vara muy fina qué se va a comunicar, no es solo llegar al máximo número posible como puede suceder con un medio de streaming.
—Sabes que me pregunto desde que Sebastián me propuso unas prácticas en esta empresa, cómo se supone que ha de ser mi trabajo en un lugar como este. Gracias por verbalizarlo.
—En la especialidad yace lo auténtico. Ahora debo salir, checa esto.
Me deja las métricas y planes de contenidos.
—Hay publicitarios que grabar en la terraza, quizá mañana nos acompañes. Por ahora interiorízate y empieza a sacar métricas.
Le agradezco y sale.
Me quedo sacando cuentas y evaluando el plan que tiene características super específicas del ámbito en el que se dedican, hay puntos de criptos e inversión que debo aprender urgente para no cometer errores feos en el asunto.
Luego de un buen rato, me distrae escuchar una voz desde la puerta abierta.
Es Sebastián despidiéndose de Oscar.
Cuando me ve, cruzamos un vistazo y parece que ya está por marcharse, pero antes camina en mi dirección.
—¿Todo bien?
—Sí, gracias. Sebastián, en serio, muchísimas gracias. Y lamento que hayas llegado tarde al cumpleaños de tu hijo ayer por mi culpa.
—Gracias a ti por no haberte partido la cabeza al caer luego de que te aventases contra mi auto.
Ambos reímos, pero podría haber sido una auténtica tragedia.
—Ahora miro a ambos lados antes de cruzar.
—No sabes qué alegría me da.
Viene un silencio que se supone que será la marca de despedirnos lo cual no me anima en absoluto; lo sorprende es que descubro que a él tampoco y la certeza viene acompañada de sus palabras sugiriendo una interesante propuesta:
—¿Tienes planes para más tarde? Digo, cuando salgas.