A Primera Vista

14. Besos

—¿Cómo supiste que me gusta leer?

—Tienes cara de ser una chica que le gustan los libros.

—¿Y eso cómo lo evalúas?

—Mmm.

Se me queda mirando fijo y yo me siento un poco intimidada mientras hojeo un libro que tengo en manos en el entretanto que nos traen la comida.

—También llego a la conclusión de que tienes cara de que eres super estudiosa y de que te fue excelente en la universidad, pero que no sirvió de nada si no te dio la oportunidad de encontrar un trabajo decente. Hasta ahora.

—No se vale si le pides el chisme a Sebastián.

—También tienes cara de que has sufrido carencias y que tienes muy en clara qué clase de ambiciones quieres para tu vida. Estás dispuesta a hacer realidad todas tus expectativas.

—¿Y eso…?

—No me lo dijo Sebastián, lo puedo leer en ti. Me identifico en ti con esos aspectos.

—Vaya—. Cierro un libro, lo dejo y paso al siguiente—. Eres bueno leyendo a las personas, pero, cuéntame un poco de ti, Luc. ¿Cuál es tu historia? Además de que eres un aficionado de poner restaurantes y pasear por Latinoamérica.

—Los restaurantes no son de aficionado, es porque me gusta invertir y tener distintas fuentes de ingresos. “Diversificar”.

—Hablas como todo un magnate, vas en buenas vías.

—Me halaga que lo reconozcas. Sobre todo, cuando pasas de no tener absolutamente nada a entrar en el camino que te permite empezar a hacer realidad lo que deseas.

—¿Qué es lo que tú deseas, Luc?

Me aventuro entre las estanterías de clásicos como si estuviera explorando un tesoro literario. Los nombres de los autores brillan en las portadas, destacando en un sistema de iluminación bien pensado, tenue, suave, conservando el espíritu de ser un lugar nocturno al mismo tiempo que puedes sumergirte en la confidencialidad que ofrecen las buenas lecturas, es muy placentero.

—¿Qué clase entrevista es esta, señora graduada en Comunicación?

—No en vano me gradué. Mi tarea es hacer preguntas.

Su sonrisa me hace sentir triunfante.

Mi mano se desliza por los lomos de los libros, sintiendo la textura de las páginas envejecidas y descubriendo joyas literarias mientras lo escucho:

—Mi historia es sencilla: hijo de padres separados, crecí en la vieja París y los libros siempre fueron mi refugio de la tirantez entre mis padres entre otros asuntos familiares.

Me detengo frente a Shakespeare, ese maestro del drama y la comedia que parece haber predicho la esencia de mi día en Punta del Este. Los sonetos y las tragedias se alinean como si fueran los actores de la obra de mi vida.

—Suena lindo—declaro—. Los libros como un refugio.

—Lo son. Los libros me salvan todos los días.

—Lo mismo creía yo hasta que me gradué y no me sirvió de nada haber puesto tanto énfasis en libros que no me ayudaron a encontrar un medio de subsistencia.

—Ahora lo tienes y los libros te unen a mí en esta conversación.

“Te unen a mí”.

Me muerdo el labio inferior, intercambiamos una mirada muy cerquita y luego de un instante que me he quedado perdida en él de manera hipnótica, reacciono y me centro nuevamente en las estanterías, terminando por abandonar a Shakespeare. Si viera esta escena, se estaría revolviendo en su tumba al caer en la cuenta de que la comedia y la tragedia encuentra su adaptación en la vida diaria.

—¿Y tus deseos?—le desvío el punto para que el silencio y su presencia seductora dejen de ser un arma de atracción hacia mí.

—Una esposa.

Creo que me ahogo con mi propia saliva; no me atrevo a mirarle directo.

—¿Q-qué?—río como boba.

—Que quiero una esposa. No concibo la vida en soledad.

—¿Pero…qué edad tienes? ¿Cincuenta?

—Cumpliré treinta.

—Eres un millonario joven emergente con muchísimo éxito, pero estás pensando en una…esposa.

Su mano se cruza delante de mí y saca un ejemplar de Sentido y Sensibilidad. Me lo entrega.

—Hablando de esposas y mujeres que no aspiran al matrimonio.

Jane Austen me saluda desde esta sección, con sus romances llenos de ironía y perspicacia social. Me río ante la idea de que mi día podría tener un toque de "Orgullo y Prejuicio" dando un viraje a “Pérdida de orgullo y llena de prejuicios” con “Las crónicas de Valentina en Punta”.

—¿Está mal el desear una compañía genuina?—me pregunta.

—¿Te sientes…solo?—mi pregunta sale como un misil cuya respuesta no sé si estoy realmente dispuesta a conocer.

—Sabes, Valentina, me considero un bendecido porque nunca me faltó nada y considero que tengo lo esencial para vivir día a día haciendo lo que amo. Pero al final del día llegas a casa y no tienes a nadie que te espere.

—Mmm, podrías adoptar un perrito que celebre y se ponga feliz cada que llegas. ¿Te gustan los animales?

—Me encantan. Soy un apasionado por los libros y los animalitos. Pero ese no es el punto, viajo mucho, le haría sufrir más que ninguna otra cosa.

Leo los nombres de las Brontë, y la melancolía de sus historias envuelve la atmósfera. O quizá sea la conversación con Luc, que por un momento ha dejado su veta de lunático burlón que se ríe de mí constantemente y ha cedido a su faceta de “Los hombres también tienen sentimientos a final de cuentas.”

—A ti no te gusta salir de fiesta, Valentina—añade—, pero sales sintiéndote solo y llegas con esa sensación aún peor.

—¿Acaso no llegas con alguna señorita dispuesta a ser tu esposa?

—No es el lugar donde quisiera conocer a una persona que me guste. Que me guste de verdad.

—¿Y dónde…sería?

—En una librería, quizá.

Otra vez la risa tonta me deja en evidencia.

—¿Por eso pusiste una librería?

—Con bar para que gente con intereses afines se pueda encontrar.

Eso sí que me arranca un suspiro y me abrazo al libro que tengo en manos.

Él me mira, luego a la tapa y yo hago lo mismo.




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