Esta vez salgo a la calle con mi café en mano decidida a no perder tiempo ni dinero derramando otro de Starbucks y valiéndome de un vaso término que tomo prestado del lugar donde vivo.
Enfrento la jornada empezando a pie desde mi casa hasta el edificio de oficinas donde trabajo, llevando en la cabeza un intento de repasar la rutina para el día de hoy, sin embargo es Luc quien se aparece dispuesto a robarse mi atención con el recuerdo del beso de ayer, con la idea de que el libro que me regaló permanece en mi mochila dispuesto a ser iniciado y con una ligera sensación somnolienta porque la cena se extendió un poco haciendo que mi descanse apenas sume unas cuatro horas y algo hasta el momento que se activó mi despertador.
Ese beso sí que fue una delicia, pero temo que haya sido demasiado atrevido de mi parte. Me gustó, sí, pero…
—¡CUIDADO!
—¿Eh?
El coche se detiene justo a tiempo mientras caigo en la cuenta de que estoy cruzando una calle. ¡Qué rayos! Juraría que esta vez mis sentidos sí se fijaron en el semáforo dando rojo.
En efecto es así, está dando rojo.
Esta vez no soy yo la que está mal.
Me vuelvo al coche que se ha detenido a escasos centímetros de mí mientras tengo los pies sobre la senda peatonal y estoy lista para soltarle mi diccionario de insultos al angelado rubio de ojos grises que mantiene su descapotable frente a mí.
—¡Valentina, lo siento! ¡No te vi venir de nuevo! —exclama Sebastián desde el interior del vehículo, con una expresión que oscila entre la diversión y la picardía—. ¿Dónde te llevo?
Me quedo allí, en la calle, mirándolo con una mezcla de incredulidad y diversión. Una vez que reacciono con el semáforo en verde y algún bocinazo de por medio, corro en su dirección y me subo en el lugar de acompañante.
—Casi me matas otra vez. Me matas literalmente—le comento, sacándole una risita divertida.
—Esta vez sí te vi.
—Y estaba cruzando bien, quizá sea mejor que le pongas sensores “Anti-Valentina” a tu coche para evitar un nuevo estándar en Punta del Este que me vea a mí como la protagonista de volar por los aires una vez más.
Suelta una carcajada y me siento agradecida de que lo tome con humor.
—Vas a la empresa, ¿no?
—Así es—convengo—, ¿te desviarás? No quiero ser motivo de que debas tomar por otros caminos que te impliquen alguna demora solo por culpa de un posible nuevo atropellamiento.
—También voy ahí, descuida. Tengo reunión con un cliente de Oscar y la haremos en uno de los salones del edificio.
—¿Tú también estás enfocado en el lanzamiento del nuevo producto?
—Sí, hay mucha expectativa.
—¿Es como una criptomoneda de la compañía?
—Es un activo en el sector, sí, no directamente criptomoneda, pero tiene una finalidad similar.
—La confianza le da valor, ustedes lo convierte en una moneda de cambio.
—Veo que estuviste investigando.
—Luc me facilitó documentación para entender el rubro y así hacer lo mejor posible mi trabajo.
—Ajá, Luc.
Mi cabeza se deriva a lo que fue la escapada por la playa con él ayer y algo me sugiere que no sería buena idea entrar por esa parte porque desde que tuve mi cita con el propietario de la librería-bar más bonita que he conocido en la vida, el after-office que hicimos a orillas del mar pasó a un segundo plano.
—¿Qué tal te fue con Pascal?—le pregunto, intentando desviar el tema.
—Bien, cenamos y dormimos temprano, la madre lo buscó por casa hoy.
—Vaya, tiene suerte Pascal de que seas un papá muy presente. Siento mucho no hayamos podido concretar esa salida que querías continuar…
—Igual imagino que tuviste una cena o algo. ¿No?
—Algo tranquilo, nada de otro mundo.
—Hablemos del "atropellamiento romántico" versión Luc. ¿Cómo fue ese encuentro?
Mis ojos se abren tan grandes que mis sentidos entran en alerta.
—¿Perdona?—murmuro con la voz aguda—. ¿Cómo que “romántico”?
—Digo, no lo sé, se quedaron a solas.
—¿Acaso nosotros, corriendo a solas, tuvo algo de cita romántica?
Yo y mi bocota que me vengo a meter en camisa de once baras.
—¿Acaso no lo fue para ti?
Me mira de reojo y suelta una risita, yo también doy una carcajada entendiendo que va de broma.
Porque está de bromas, ¿verdad?
Mientras continuamos nuestro recorrido por las calles de Punta del Este, mi nerviosismo crece como una dramática serie de enredos que amenaza con desbordarse. Lo que más temo en toda esta situación es que no puedo decir “okay, basta de hombros, llegó la hora de centrar única y exclusivamente en mi trabajo” ¡aunque ambos tienen que ver con mi trabajo!
Sebastián, con un semblante tan misterioso que podría rivalizar con el de un detective empeñado en resolver el crimen más cómico de la historia, insiste en obtener detalles de mi encuentro con Luc. Sus preguntas son como proyectiles que intentan perforar las defensas de mi relato, dejándome atrapada en una versión absurda de "La Ley y el Orden: Comedia Romántica".
—Valentina, no me vengas con cuentos chinos. Si se la pasaron bien, siéntete en confianza de contarme.
Dependiendo a lo que “bien” se refiera.
—Sí, Luc es agradable.
—¿Y cenaron?
—Sí.
—¿Y estuvo rico?
—Rico, es bueno haciendo lo que hace.
—Vaya. Es bueno saberlo.
Su risa ha decaído y me siento un poco perdida.
—Se dedica al rubro de la gastronomía, invierte en locales para ir a cenar que son super auténticos.
—¿Que qué?
—Tiene restaurantes en Punta. Bah, yo conozco dos, no sé si tiene más.
—¿Que tiene qué? Si no hay donde pueda caerse muerto, ¿de qué hablas, Valentina?
—Del bar, la librería, el otro de mariscos…
Si esto fuese una novela yo le llamaría “Cómo enloquecer a Valentina en siete palabras”.