—Esta vez traje toalla y la bikini—le digo a Sebastián luego de correr mientras nos acercamos al maletero de su coche para que el amigo de mi jefe saque su toalla y las cosas para tirarnos un rato en la arena luego de un chapuzón de after office.
—Solo queda encontrarnos a Luc por ahí.
—¿Ya ves que tú eres quien saca a colación a Luc?
—No, solo decía.
Sebastián se sonríe, sigue queriendo información respecto de si hubo algo íntimo o no con Luc anoche.
Yo se lo he negado lo cual es una realidad, exceptuando el punto del beso, pero no veo necesidad de tener que andarme explicando. Además es un caballero, sé que no me va a presionar y que la manera en que decide tomarlo al asunto es con cierto sarcasmo.
Acto seguido Luc me sorprende con una canasta.
—¿Y eso?—le pregunto, sonriendo—. ¿Picnic de noche?
—La cena.
—Wao, suena bien.
Apenas está cayendo la noche en la playa, no estoy acostumbrada a cenar tan temprano, aún así la sorpresa me sienta estupendo.
El sol concluye su descenso en el horizonte, pintando el cielo con tonos que pasan del dorado a un cielo estrellado. Nos encontramos tendidos en una manta playera en la playa de Punta del Este, listos para disfrutar de un atardecer que parece haber sido sacado de una postal. La manta es parte del arsenal de elementos para playa que trajo Sebastián, incluyendo otras mantas con las que nos envolvemos ya que la brisa nocturna hace dar un gran cambio a la temperatura luego del chapuzón de la tarde.
Acto seguido, él me ofrece otro sandwich, pero debo negarle con todo el dolor del mundo.
—Están exquisitos—comento—, pero no puedo más. Te lo agradezco.
—¿Quieres llevártelos a tu casa?
—¿Qué? Ni loca—. Sus sánguches de miga gourmet son los mejores del mundo, jamás había probado pasta de morrones con nuez y queso o jamón con cerezas y azúcar negra en un sanguchito—. Están deliciosos, en verdad, pero seguramente que Pascal estará feliz de desayunar unos sanguchitos mañana.
—De hecho, le veré recién por la tarde.
—Entonces, déjaselos a él.
—Puedo comprar más mañana, en serio, llévatelos.
Termino por acceder ante su insistencia porque están riquísimos y porque en verdad que esta noche no puedo comer más. No soy la clase de chica que no come para que no le salga la pancita cuando tiene puesta la bikini, aunque sí soy acomplejada en varias cosas que no sé si tienen que ver precisamente con mi apariencia física.
Sí reconozco que no soy la clase de supermodelos que andan por Punta haciéndose fotos para sus redes sociales, tampoco es que quiera hacerlo. Puede que más bien esté a la altura de hacer posteos de body positive, lo cual no creo que sea la mejor opción tampoco considerando que puede que sea rápidamente tachada de “chica hegemónica” haciéndose la marginada para engancharse de alguna tendencia.
—La gente que vive en la playa sabe todo lo que se necesita para ir al mar—le digo, recibiendo la bandeja con sanguchitos gourmet para ir al mar.
—Años de experiencia y olvidos en los paseos.
—Tu hijo ha de ser feliz creciendo viniendo a la playa.
—La gente que crece en la playa no suele notar lo bendecidos que son de vivir en un lugar como este, es parte del paisaje y de la cotidianeidad, de hecho las temporadas turísticas suelen estar fuera de su agrado.
—Y se van a la montaña.
—Algunos sí.
—Vaya paradoja. Entonces Pascal no es muy fan del mar.
—Es más bien fan de la biblioteca.
—¿Le gustan los libros? Es de los míos. —Estoy a punto de recomendarle la librería de Luc, pero lo descarto de inmediato. Hoy Luc ha estado fuera por lo que no he tenido oportunidad de encararlo y pedirle explicaciones respecto lo que me dijo Sebastián, pero no pasa de mañana.
—Diría más bien que la biblioteca tiene una paz singular que a él le sienta bien.
—Entonces no es un chico revoltoso.
—Quizá. Ese niño es todo en mi vida.
Suspira mirando al mar, probablemente esté pensando en su hijo y sea eso lo que le haga abstraerse. Pascal ha de ser el mayor logro de su vida y eso que Sebastián tiene una lista de méritos interesante.
—¿Cómo lo llevan?—le pregunto, doblando las rodillas y abrazándome las piernas mientras la brisa marina me revolotea el pelo y me acaricia la piel.
—Lo llevamos…
—¿Eso implica?
—Jamás hubo una relación de amor con la mamá de Pascal. Tampoco que haya sido problemática, simplemente lo intentamos y no funcionó, finalmente nos separamos y a veces me pregunto si eso nos hizo responsables…
—¿Responsables de qué?
—Nada. Solo quiero que Pascal crezca como un chico independiente, acompañarlo en sus sueños y que encuentre quien le quiera, lo ame, lo acompañe.
—¿No es muy chiquito?
—Un padre quisiera vivir para siempre solo para poder cuidar de su hijo. Una vez que tienes hijos, el egoísmo desaparece. Siempre serás más de uno, irse a dormir por la noche no vuelve a ser lo mismo jamás.
Wow, jamás lo había pensado así y en este momento me llega de manera profunda ese pensamiento. Sebastián es un hombre sensible, reconocido en lo que hace y de buen genio. Además de atractivo, su sensibilidad al quedar exhibida le hace ver aún más seguro de sí mismo y su belleza interior sale a relucir acompañando muy bien la exterior.
—Estoy segura de que Pascal conseguirá todo eso—declaro, incorporando mi mano en su espalda en un gesto de apoyo, pero el contacto físico me hace más efecto a mí que en él, es como una onda de electricidad que estalla en cada parte de mí—. Tiene un padre que es un guía especial para él.
—¿Tú crees que soy buen padre?
Me mira de costado y quedamos tan cerca que aún no sé si ya es momento de quitar mi mano.
—Bueno, apenas te conozco puedo ver cómo te tratan los demás, cómo cuidaste de mí cuando yo tuve la culpa de haberme metido en tu camino e inclusive que me diste un empleo sin que te lo pidiera, pero entendiendo de mi necesidad.