Me quedo en el auto observando la situación. Gracias a que no tiene el techo es bastante factible escuchar lo que sucede, lo cual supera mi instinto casual de cotilla. La mujer, que es alta y lleva puesto un uniforme que me hace pensar que puede ser médica de guardia o enfermera activa, mantiene el tono cuando se refiere a qué tal ha sido el día de ayer con Pascal. El pequeño lleva puesta una mochila y trae un libro bajo el brazo. Pocas cosas me parecen tan bonitas como ver a un niño con un libro mostrando aprecio por este como si fuese un tesoro, o será quizá que me recuerda a mí misma de pequeña.
—La próxima vez procura llegar en horario así no me retrasas con el trabajo, hay muchos pacientes con turno hoy.
“Con turno” me hace pensar en que sí, es doctora.
—Chau, mami. Te quiero—le dice el niño.
—Amor, nos vemos mañana. Te amo.
Ella lo abraza con fuerza y se separan. Cuando la mujer cruza la calle, se mete en un coche que ha dejado estacionado en la cuadra de enfrente y deduzco que no importa cuál sea la profesión de la mujer, evidentemente gana muy bien como para tener ese hermosísimo Mercedes. Y no lo digo con envidia, sino todo lo contrario, lo digo sintiéndome pequeña porque ella no parece mucho mayor que yo y no sé si a su edad yo vaya a poder darme el lujo de tener uno de esos.
Es decir, ni siquiera he podido conseguir un trabajo formal, estoy graduada de una carrera que me genera serias dudas respecto de si me generará la posibilidad de un sustento propio y apenas he comenzado una práctica en una empresa que se justifica más bien por un intercambio de favores ya que me arrojé contra un coche y no porque haya sido convocada, lo cual ya estoy a punto de arruinar porque me he metido íntimamente con personal del trabajo, nada menos con mi mentor quien se ha marchado por la mañana sin dejar rastro ni emitir comentario al respecto. Quisiera tener el talento de la gente común para no arruinar oportunidades que se le presentan.
Una vez que Sebastián hace entrar a su casa al pequeño, sale nuevamente, hace el gesto de subirse al auto, pero me bajo antes.
—No es necesario, puedo irme yo sola a casa—le digo.
Él me mira con gesto de incredulidad, entonces capto que mejor debiera haber suavizado el tono.
—Digo… Mejor me voy. Es tu día con tu hijo y no voy a quitarte valiosos minutos, además, ¿está solo en la casa?
—No, está Rubí, mi empleada. Limpia la casa y cuida de Pascal cuando estoy ocupado.
—No debo estar muy lejos.
Saco mi móvil y rápidamente busco mi ubicación por el Maps. Estoy a media hora a pie.
—Me marca que estoy a veinte minutos, me vendrá bien para tomar fresco y enviar unos mails por el móvil que tengo al pendiente—miento.
—Mmm. Lo siento, Valentina, no quería incomodarte. Creía que ella dejaría a Pascal y se iría, pero me esperó… No pensé que podrían llegarse a cruzar.
—No tienes que darme explicaciones, además se ve que tienen un buen vínculo con tu ex—casi siento como si esas palabras fuesen una parodia de lo que en verdad puedo estar queriendo decir. No es con sarcasmo, o sí, no lo sé, solo esbozo una sonrisa para demostrarle que no hay rencores.
—Gracias, Valentina. Fue una noche…interesante. Pero me quedo mil veces con la mañana de hoy.
Rayos. Entonces le gustó lo de la ducha. Me sonrojo apenas al escucharle y luego le doy un abrazo.
Me lleno los pulmones con su perfume y le beso la mejilla antes de apartarme de Sebastián.
—Gracias a ti por cuidarme, por no dejarme sola y siento mucho haber montado la terrible escena que hice, no soy de beber ni de… Bueno, ya sabes, me divierto más en una librería que en una discoteca.
—Es exactamente lo que pensé el día que te conocí.
—Espero que tengas linda jornada con tu hijo.
Pero antes de que me aparte del todo, él me atrae nuevamente, reposa un tierno beso en mis labios que me llena de dulzura el corazón y sus palabras una vez que se aparta terminan por colmar mi límite de dulzura:
—También besarte es algo que pensé desde el primer día que te vi y, si así lo quieres, pueden ser muchos besos cuando gustes.
Me muerdo el labio inferior.
—¡Papi!
Pascal lo llama a su padre desde la casa. Termino por apartarme de él y me voy a pie hasta mi apartamento.
Treinta y tres minutos demoro caminando en la zona costera hasta que llego a mi lugar compartido y el trayecto se me hace pequeñísimo a la par de los pensamientos que me llenan aún sintiendo el tacto de Sebastián en mi piel.