La noche envuelve a Punta del Este con su manto oscuro y estrellado con una sorpresa que no me sorprende ya demasiado: Luc me invita a disfrutar de una cena en el encantador restaurante disfrazado de librería del cual es socio y yo he aceptado. Es uno de mis lugares favoritos en la ciudad, la idea de sumergirme en su ambiente acogedor y lleno de libros me llena de emoción, siempre es un excelente plan.
Al entrar, el aroma a libros antiguos y especias se mezcla en el aire, creando una atmósfera única que siempre me ha cautivado. Luc me conduce hacia nuestra mesa habitual, rodeada de estanterías repletas de historias esperando ser descubiertas.
—Siempre es un placer venir aquí contigo, Luc. Me encanta este lugar, además de que tienen muy buen gusto con tus socios—digo con una sonrisa mientras me acomodo en mi silla.
—¿Leíste el libro que te regalé?
—¿Creíste que no?
—Estoy cien por ciento seguro que sí.
—Bueno, así es. “Acaba con nosotros”, tenías razón en que me destruiría el corazón y lo volvería a recomponer.
—Es profundo. Ese tal Kemuel Ben Amir me exasperó en varias ocasiones, considero que un hombre debe actuar de otra manera más frontal, pero bueno.
—Oye, no seas cruel, a final de cuentas se hizo cargo del niño. ¿Tú qué harías si te encuentras con un niño en medio de la nada?
—Lo entrego a servicios sociales, sería lo coherente, ¿no?
—¿No lo considerarías una señal? Todos somos ángeles que enviamos mensajes a otros, para eso estamos en este mundo. Esa fue la enseñanza del final.
Y vaya que me ha entrado con profundidad el mensaje del libro.
Luc asiente con una sonrisa radiante, puedo ver el brillo de orgullo en sus ojos no porque yo lo haya leído sino porque he sabido captar el mensaje del libro, es una chispa de conexión entre ambos y me agrada.
—El autor tiene dos facetas completamente interesantes y aterradoras—comenta mientras chocamos las copas—. Por un lado libros con una profundidad espiritual y una ternura fascinantes, pero tiene otros tan morbosos y oscuros que realmente explora en lo más carnal de las emociones.
—Leí que se graduó en psicología.
—Yo diría que es más bien psíquico con esa intuición.
Suelto una risita y asiento.
Es evidente que este restaurante-librería es más que un simple negocio para él; es su refugio personal donde las palabras y los sabores se entrelazan para crear una experiencia única. Ambos somos fascinados de los buenos libros y el buen vino.
Acto seguido, los entrantes llegan a la mesa, dispuestos como obras de arte en cada plato. Nos sumergimos en una experiencia culinaria que hace que cada bocado sea una revelación de sabores exquisitos.
Mi estómago ruge con entusiasmo, pero la sombra del desayuno memorable me hace dudar.
El tema de conversación se desvía de los libros al éxito tiktokero de la marca con nuestra pequeña webserie en formato vertical mientras pasamos luego al plato principal lo cual me genera un poco de terror porque de nuevo me entra un ansia terrible de comida.
No obstante, mi apetito se enfrenta a mis recuerdos, creando un dilema en mi mente.
—¿Te sientes bien?—me pregunta.
—¡Oh! Sí, pasa que… no he comido nada desde el desayuno.
—Pues, con terrible desayuno. Igual te vi con una ensalada en la hora del almuerzo.
—Sí, pero fue liviana.
No, no lo fue. Como sea, él llega al quid de la cuestión y me siento acorralada:
—Valentina, necesitamos hablar sobre lo que sucedió en el trabajo hoy. Me enteré de que vomitaste en la oficina, ya es la segunda vez que ocurre desde que llegaste.
—Lo anterior sucedió en el bar, no cuenta.
—No bebiste lo suficiente para descomponerte, que yo sepa.
—Fue la marimba.
—No es algo que haga vomitar. Esto, junto con tus náuseas y tu decisión de escapar de Buenos Aires, plantea muchas preguntas. ¿Qué está pasando realmente? —expresa Luc, su mirada desafiante y preocupada al mismo tiempo.
Creo que ahora sí que la comida se ha encontrado con una barrera que le impide mi digestión.
Me encuentro en una situación incómoda, con la verdad amenazando con salir a la luz en medio de la cena. Luc, no solo es mi mentor en el trabajo, sino también un amigo cercano en esta ciudad extraña, me siento terrible por ocultarle las cosas, pero tampoco me puede presionar.
—Valentina. —Sigue esperando a que le conteste.
Me limpio la boca y me quedo con la mirada perdida.
—Bien, ¿qué esperas que te diga, Luc?
—La verdad.
—Luc…
—He confiado en ti, Valentina. Todos hemos confiado. Creo que es lo mínimo que merecemos, ¿no? Al menos confía en mí para empezar.
—Te aseguro que estoy trabajando en resolverlo…
—¿Qué vas a “resolver”?
—Luc, por favor…
—Habla, Valentina, por favor. ¿De qué huiste realmente cuando viniste a esta ciudad?