El auto se desliza por las calles y el peso del silencio entre Luc y yo es palpable. La tensión se aferra a cada rincón del vehículo y siento la urgencia de liberar la verdad que ha estado pesando sobre mis hombros.
No me presiona para hablar y es justo lo necesario para que le suelte las palabras que me han estado ahogando:
—Luc, hay algo más que necesito decirte. Cuando no quería decirte si estaba embarazada, o…rayos, me cuesta tanto ponerle esa palabra…
—¿Lo estás?
—Calculo que tengo alrededor de dos meses—confieso con la voz temblorosa mientras observo las luces de la ciudad pasar.
El auto se vuelve un refugio de emociones intensas. Luc, con gesto serio, dirige su atención hacia mí, esperando a escuchar más detalles. La comedia romántica que solía protagonizar en Punta del Este se desvanece por completo, dando paso a una realidad más cruda y compleja.
—Valentina, eso es... es una noticia importante —responde Luc, su tono yace reflejando la sorpresa y la preocupación.
Asiento, sopesando el nudo en mi garganta mientras continúo explicando la situación que ha llevado a este giro inesperado en mi vida.
—Antes de venir aquí, tuve una especie de aventura. Un encuentro casual que se complicó más de lo que esperaba, un ex noviecito imbécil del cual no quiero saber absolutamente nada. Ahora, enfrento no solo la incertidumbre de mi situación laboral, sino también la realidad de este embarazo —añado, esperando que Luc comprenda la complejidad de la situación—. En Buenos Aires no encontraba trabajo, mi familia apenas tiene para comer si es que un estilo de vida pésimo puede catalogarlos de “clase baja” y yo no puedo permitirme seguir con esa suerte, quiero que las cosas cambien y acá lo estuve consiguiendo de a poco.
El auto se convierte en un cómplice de confesiones y la mirada de Luc revela una mezcla de emociones mientras procesa la información. La ciudad nocturna de Punta del Este se despliega a nuestro alrededor, ajena a la trama que se desarrolla dentro del vehículo.
—Luc, lo siento. No quería que esto se complicara de esta manera.
—No tenías por qué decírmelo a final de cuentas—murmura—, pero sí deberías haberlo confesado en tu carta de presentación al trabajo o incluso con quién sí estás teniendo intimidad.
—Te involucré en algo que no era parte de la idea original de nuestra historia aquí, nunca nadie tendría que haberse enterado, jamás hubiese sido necesario—expreso, buscando en sus ojos un atisbo de comprensión.
Él suspira y, aunque su expresión es seria, su respuesta es tranquila y busca hacerme mantener la calma:
—Valentina, estamos juntos en lo laboral y es importante que te tomes un tiempo para que asumas las decisiones adecuadas para ti y para el bebé —dice, generando una sugerencia dolorosa.
—No, no, no necesito tomarme tiempo. Mi decisión es clara.
—No soy quién para decirte lo que debas hacer, pero…
—No es necesario que deban saberlo en el trabajo cuando las semanas que tengo de embarazo me permite, a la luz de la legislación de cualquiera de los dos países, estar aún en condiciones de decidir si seguir o no.
El silencio en el auto se prolonga, y puedo sentir la tensión entre Luc y yo como un eco persistente. Sus palabras cuidadosas resuenan en mi mente mientras intento articular mis pensamientos sobre la decisión que se avecina.
—Valentina, entiendo que esta es una situación compleja y tus decisiones son tuyas. Pero también debo ser honesto contigo. Mi situación laboral aquí en Punta del Este es delicada, busco crecer, expandirme, no quedar metido en chismes, no quiero ya más problemas de los que he tenido con Sebastián, menos aún cuando sabes que es cercano al jefe y no puedo permitir que esto afecte mi vida profesional de manera negativa —expresa Luc con cautela, sus ojos reflejando la preocupación por las posibles implicaciones.
Asiento, reconociendo la realidad de sus palabras.
—Luc, entiendo. No te causaré problemas. Mi intención no es perjudicarte ni a ti ni a tu carrera. Estoy tratando de ser honesta contigo sobre mis circunstancias y las decisiones que estoy considerando —respondí, buscando equilibrar la sinceridad con la comprensión de las preocupaciones laborales de Luc.
—Te di alcohol, te di marihuana, yo…
—No. No me diste nada de eso. Yo… Yo fui quien lo aceptó.
—Y da igual lo que pase o no porque la decisión ya la tienes.
—Así es—asiento nuevamente con cierta acidez raspando en mi garganta, pero a la vez, agradeciendo la sinceridad de Luc a pesar de la complejidad de la situación.
El susurro de las calles de Punta del Este acompaña el momento tenso en el auto. Luc y yo compartimos un entendimiento silencioso, pero las palabras no dichas flotan en el aire. Siento la necesidad de establecer límites claros, de proteger nuestras vidas de las consecuencias que esta situación podría acarrear.
—Luc, necesito que me prometas algo. Que no dirás nada de esto a nadie. Ni a amigos, ni a colegas, nadie. Esta es una situación personal y delicada, y no quiero que afecte tu vida de ninguna manera —le pido con seriedad, buscando la seguridad de que mi confesión no se convertirá en un eco que resuene en cada rincón de Punta del Este.
—Eres tú quien debe tomar decisiones, solo te pido que no hagas partícipe a otros de actos que tú has asumido de antemano.
Con un simple gesto de despedida, Luc se baja del auto y se adentra en la oscuridad al fondo de la avenida. Mientras observo su figura alejarse, siento un nudo en el estómago, una mezcla de alivio por su promesa y la tristeza de verlo partir en estas circunstancias.
Yo, por mi parte, me enfrento a la realidad del piso compartido que alquilo. Las lágrimas asoman en mis ojos mientras abro la puerta, dejando que la angustia se apodere de mí. La realidad se siente abrumadora y la incertidumbre del futuro se cierne en la penumbra de la habitación. Que la noche, a pesar de la tristeza que la envuelve, encuentre un consuelo en el abrazo silente de Punta del Este, mientras enfrento las complicaciones de esta nueva y desafiante etapa de mi vida.