Lo que antes se me presentaba como una certeza, ahora solo me llena de dudas y remordimientos.
Sebastián no ha venido a verme a la oficina, cosa que creí que sucedería. Luc, por su parte, no hace mención al tema que enfrentamos ayer, está muy poco en la oficina y apenas cruzamos palabra.
Entiendo que tenga cosas que hacer, pero también sospecho que me está evadiendo y al saludar a mi jefe, temo que algo en todo esto no vaya bien. ¿Le dijo también a Oscar o solo a Sebastián? ¿Por qué le contó si le pedí que no lo hiciera?
En algún momento tendré que plantear la verdad a mi jefe porque realmente pretendo que mi trabajo persista luego de que la pasantía remunerada termine. No llevo mucho tiempo acá y ya tengo motivos de sobra para ir a la cama intranquila.
Necesito hablar con Sebastián. Lo evadí antes, pero su silencio en las horas siguientes de la jornada es lo que me invade de inquietud.
Después del almuerzo en que me la paso sola en la oficina revisando métricas y calendarios de lanzamientos de piezas de contenidos, me cruzo a propósito a Oscar para preguntarle por Sebastián.
—¡Ah! Sí, me dijo que se la pasaría hasta tarde hoy en su oficina.
—Me…¿me dices dónde queda?
—Claro. Dile que ya lo extrañamos por estos lados.
Oscar bromea a Sebastián con que parece este su lugar de trabajo, pero Sebastián tiene sus propias oficinas donde trabaja con socios en el asunto de inversión en acciones y todo ese sector especulativo.
Mis cosas con el jefe van bien y eso importa.
Al terminar la jornada, salgo disparada en un Uber hasta la dirección donde me ha señalado antes Oscar que es donde tiene sus oficinas. El edificio queda un poco retirado, o bien es que se me ha hecho muy largo el viaje.
Al llegar al punto en cuestión, no es él quien me recibe sino uno de los hombres que trabajan en sus oficinas y me hace esperar hasta que Sebastián en persona es quien se aparece para darme ingreso.
—Hola—le digo con timidez.
—Pasa—me dice sin preámbulos y le sigo el paso.
El ambiente está impregnado con la esencia de la madera noble y la suavidad de los tonos neutros que dan vida a cada rincón.
Los ventanales de su despacho ofrecen una vista espectacular de la ciudad. La luz tenue del sol vespertino se filtra a través de las cortinas pesadas, añadiendo un toque de calidez.
—Por favor, toma asiento, Valentina.
Asiento, incómoda por el hecho de que me esté tratando con tanta distancia que me duele.
El mobiliario es una amalgama de elegancia y funcionalidad. Una imponente mesa de trabajo de madera oscura se encuentra en el centro de la habitación, flanqueada por sillas de cuero exquisitamente detalladas. En las paredes, obras de arte contemporáneo complementan la sobriedad del entorno, aportando un toque de creatividad al ambiente corporativo.
Mis ojos se mueven hasta la estantería de madera que alberga libros encuadernados con esmero y elementos decorativos que reflejan el gusto refinado de Sebastián. Su escritorio, meticulosamente ordenado, sugiere un líder que valora la organización y la eficiencia en cada aspecto de su vida. O bien es que lo conozco y sé que él no podría ser de otro modo.
—Bien—sus ojos me observan, indescifrables—. Te escucho.
—Sebastián… Primero que nada, estoy acá para dar explicaciones de algo que creo que no tendría que estar explicando. Nunca quise que tuviese que llegar este momento.
—Lo que no entiendo es por qué ha tenido que ser el idiota de Luc quien deba advertirme y no tú.
—Él se dio cuenta por su parte, yo no quería revelarlo a nadie.
—¿Vas a abortar?
Sus palabras llegan sin tapujos y se clavan en mí como elementos cortopunzantes. Me desespera que esté sucediendo esto entre nosotros porque la conexión que hubo desde el primer instante fue especial.
Ahora hay puñales por todas partes.
—Valentina—insiste ante mi silencio—: Te abrí las puertas de mi casa, de tu trabajo actual, consiste a mi hijo, te compartí mis secretos, creí que podría confiar en ti.
—Jamás te mentí en absolutamente nada.
—¿No vas a decirme que no te viniste de Buenos Aires escapando del padre de tu hijo?
—No es el…padre de nadie ni es mi…
“Hijo”.
Rayos, esto es tan confuso.
—Sebastián—mi voz es firme e intento sacar fuerzas de cada recoveco de mi interior al hablarle en total sinceridad—: Cuando creces viendo a tus padres sufrir por tener necesidades y carecer de lo esencial para darte de comer y sacarse el pan de la boca para dártelo a ti entiendes desde el primer minuto que la vida es una lucha constante por sobrevivir. Que la hostilidad yace en el sistema y que ningún gobierno va a salvarte. Solo queda la esperanza de que una misma pueda sacar a flote toda una historia generacional que se daba por perdida desde antes que nacieras porque jamás tuvieron expectativas de nada. Cuando conoces lo que es la buena vida, tienes ambición y haces carne la posibilidad de crecer, en cambio, cuando lo ves en los demás, lo más probable es que siempres envidia, resentimiento y decepción mientras luchas día a día por migajas.
Mis ojos se llenan de una capa de lágrimas mientras abro mi corazón para hacer tal confesión, pero aún así continúo forjada en hierro para seguir hablando:
—Aún cuando terminas una carrera universitaria, por más gratuita que pueda ser, si creciste rodeado de un entorno que no es el que posee los contactos y te empuja a que trabajes en lo que sea con tal de que puedas “seguir estudiando”, no te salva de que podrás tener al menos un trabajo con dignidad al salir a la calle. Por el contrario: lo ves es competitividad laboral y un sesenta por ciento de graduados desempleados o que no pueden ejercer lo que eligieron porque no era rentable. Porque el sistema universitario arroja graduados que no hacen la diferencia ni están al servicio de lo que realmente el mundo laboral necesita. Y ahí se vuelve a hacer presente en ti el terror de repetir la historia familiar de la miseria, de la carencia y del círculo vicioso de que nunca tendrás suficiente porque las oportunidades están hechas para otros. Entonces, tienes que salir a buscarlas y en esa búsqueda puede que cometas errores. Yo cometí los míos, pero eso no me limitaría a tratar de seguir intentando.