A Primera Vista

34. Por fin una amiga

 

—Valentina—dice él, poniéndose de pie al verme y me intenta apartar de la chica con la que está. Es una rubia de pelo largo ondulado que lleva puesto un top de hombros descubiertos. Me mira de costado al estilo “¿y esta loca quién es?” pero no me dejo intimidar.

—Menos mal que Sebastián era el casanova—le digo con frialdad.

—¿Qué quieres, Valentina?

—¿Acaso el truco de traer mujeres e impresionarlas con tu restaurante te funciona con todas?

La chica se incomoda y ahora sí que me muestra su peor cara.

Luc intenta llevarme hacia un costado.

—Estás molesta porque le dije de tu embarazo a Sebastián—me suelta como si escupiese sobre cada palabra.

Rayos, no puedo creer que alguna vez Luc me pareció atractivo. Lo es físicamente, pero con sus actos consigue destruir cualquier atisbo de sensatez.

—Siempre tuvieron rivalidades, pero yo nunca tendría que haber sido parte de ese círculo de estupidez en que estaban metidos los dos—mis palabras son de asco, pero él se mantiene firme:

—Ya te dije que tendrías que habernos contado antes de eso.

—¿Por qué?

—Porque estuvimos contigo.

—Tu nunca estuviste conmigo, cabrón. Solo te importaba joderlo a Sebastián siguiendo ese juego de niños que iniciaron antes con las acciones.

—Eso no tiene nada que ver.

—Sí que tiene que ver porque Sebastián no es tan chiquilín como tú, él jamás tuvo que mentirme ni ponerse a tu altura para que me guste. Tú… Cielos, ¿acaso también le contarás a Oscar?

—No tiene sentido que lo haga.

—¿Por qué? Según tú, debo divulgar mi privacidad a todos.

La chica parece incomodarse y se pone de pie:

—Lo siento, pero creo que debería irme.

—No—le suelta Luc—. Espera, te llevo.

—Qué patético que eres, el mismo truco para todas, ¿verdad?—. Me vuelvo a la rubia y le digo el que probablemente podrá ser el mejor consejo de su vida—. No te dejes sorprender por el brillo y las promesas, este tipo de hombres tienen las tácticas reproducidas en todas las mujeres con las que se meten. Después, cuando no le das lo que quieren cual niño caprichoso o bien se cansan de ti, te clavan un puñal y te tiran a la basura.

—Yo…

Ella retrocede.

Luc intenta retenerla:

—Te llevo, espérame, por favor.

—El acento francés, los lugares donde dice ser el “dueño” y es un socio, su coche caro, la sonrisita linda, tanto gimnasio y tanto impacto material para qué si te falta corazón, imbécil.

Sé que esto puede que me meta en problemas, pero si no lo hago ahora, me arrepentiré luego.

De todas maneras ya voy con todas las de perder habiéndose revelado lo de mi embarazo.

—Lo siento, Luc. Luego hablamos—insiste la rubia y se voltea, pero Luc la toma de un brazo de manera que me sorprende.

—Te dije que yo te llevo.
Ella se le queda mirando.

Uno de los amigos de Luc se acerca y lo aparta a Luc:

—Amigo, ¿qué te suede? Suéltala.

—Suéltala, Luc—le apaño con firmeza y él lo hace.

La rubia se aparta de él mirándolo con miedo y luego se dirige a mí:

—¿Necesitas ayuda?

Veo esperanza en sus palabras y lo pienso de muchas maneras. Podría buscar refugio donde se me presenta, pero estoy convencida de que si Sebastián no quiere volver a saber nada de mí, todo sea para mejor.

—No—le digo a la chica—, pero si quieres, te invito una copa. En otro lugar, por supuesto.

Ella se hace para atrás mirando a Luc por desprecio mientras se mira que no le haya dejado marca en el brazo.

Tal cual.

Un niño caprichoso que siempre quiere obtener todo por las buenas o por las malas.

—Déjalas. Que se vayan—dice el amigo de Luc y juraría que jamás me sentí tan despreciada.

—¿Dónde van? Las llevo—propone Luc y ambas reaccionamos a la vez:

—¡No!

—¡No!

Nos volteamos y salimos, pidiendo un Uber en la puerta que no tarda en llegar.

—Soy Giselle—dice la chica que me acompaña mientras nos subimos al Uber.

—Yo Valentina, un gusto, Giselle—le digo y salimos marchando.


 

Cuando llegué a esta ciudad le creí a dos personas completamente diferentes: uno genuino y el otro un audaz patán. Uno generoso con su encanto, el otro manipulador con su encanto. Por momentos no sabía cuál era cuál, me costaba saber cuál de las dos campanas escuchar, un ángel y un demonio a la vez. Ambos ligados estrechamente a mi trabajo y tenía que quedar bien con los dos sin ser consciente de que empezaban a gustarme ambos, con su bondad y su malicia.

Hasta que mi secreto más feroz quedó al descubierto y la reacción de cada uno por su parte me hizo caer en la cuenta de cuál era cuál. Por un lado Sebastián queriendo hacerse cargo de mi “hijo”mientras que, por el otro, Luc usando eso para tratar de atacar a Sebastián siguiendo una batalla competitiva desde los inicios.

—No lo quiero tener—le digo a la chica, pese a que esta vez he elegido una copa sin alcohol—. Siento que no podría, yo sola no. Y tampoco he tomado precauciones necesarias desde que llegué, todo ha sido caos, si nace lo hará…no lo sé, tengo miedo de condenarle a una existencia horrible porque yo tomé las peores decisiones antes de deshacerme de él cuando tendría que haberlo hecho. Sueno a una persona horrible, ¿verdad?—le pregunto a Giselle y ella me toma una mano.

—No, Valentina. No lo es. Los hombres… Simplemente jamás podrán estar de nuestra parte ni entender nuestra situación cuando no son ellos los que les toca nuestra parte. Sé que suena anticuado, pero es una realidad.

—Que Luc haya usado eso como una moneda en su favor no me extraña, te juro que me tiene harta saber eso en tantas ocasiones.

—Luc solo me preocupa porque es mi mentor en el trabajo.

—Debes hablar con tu jefe. Seguramente que conoce a Luc.

—Es bueno en el sector que está y competitivamente no le afectará en lo laboral.




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