Daniel y su grupo partieron a Londres, y aunque el viaje fue principalmente debido a negocios, pero estando allí fueron invitados a varios bailes tanto públicos como privados y no desaprovechaban la oportunidad o la hospitalidad que les brindaran.
En estos bailes Daniel solía ser observado por las jóvenes damas e incluso las familias de estas que no solo lo consideraban como un hombre apuesto, sino que tenía en su poder una gran fortuna.
Margaret Wheleer, una joven interesada en él se le acerco, lo conocía de otro de sus viajes a Londres y estaba ligada de alguna manera a sus negocios pues su padre tenía acuerdos comerciales con la compañía de Daniel.
— Hola señor Headington — le dijo con cierta coquetería — Que bueno encontrarlo por aquí.
— Es bueno estar aquí — respondió él con cortesía.
— Sí, es una noche esplendida para una fiesta como esta ¿no creé?
— Tiene usted razón, hoy hay cierto encanto en todo esto, supongo que es una de las ventajas de que los invitados hayan sido tan cuidadosamente seleccionados.
— Tiene usted toda la razón.
En ese momento un conocido desde hace tiempo atrás se acercó a él, era un hombre ya entrado en edad y buen consejero en cuanto a negocios.
— Hacia tiempo que no le veía — le dijo — ¿Cómo ha estado?
— He estado muy bien — le respondió Daniel — Como ya sabe, he estado lidiando con mis negocios; aunque decidimos venir a esta velada para despejar nuestras mentes.
— ¿Y qué tal su hermana? Seguro que se estará convirtiendo en una jovencita encantadora.
— Sí, desde luego, está avanzando bastante.
— ¿Aun sigue tan apegada a los libros?
— Sí.
— Aun me parece sorprendente lo buena que es calculando, jamás he visto a otra persona con tal capacidad.
— Ya sabe, mi hermana es inteligente.
— ¿Y cuándo será presentada su hermana en sociedad? ya debe tener unos catorce años; mi nieto tiene unos pocos años más que ella...
— Tal vez seré algo protector con ella, pero prefiero esperar, creo que mi hermana aun es solo una niña.
— De todos modos, la próxima vez que venga a Londres puede traerla, así mismo me asegurare de llevar a mi nieto a Kent — dijo el señor, luego hizo una breve reverencia y se marchó.
— Supongo que es bueno ser protector — le respondió la señorita Wheeler — La señorita Headigton es afortunada de tener a un hermano como usted.
— Eso espero.
— Créame — dijo ella — Ser protegida es una gran ventaja, eso hace que una dama se sienta segura.
— ¡Daniel! — lo llamo Marie que estaba junto a su esposo al otro lado.
— Si me disculpa, me solicitan mis acompañantes — le dijo Daniel a la señorita Wheeler haciendo una breve reverencia.
— Gracias por salvarme — le dijo Daniel a Marie y a James.
— Deberías aprender a escapar por tu cuenta — le dijo James — o tal vez deberías elegir a una dama para casarte.
— Algún día lo hare — le respondió Daniel — cuando encuentre a la mujer correcta.
— No tengas expectativas demasiado altas — le advirtió James — Las expectativas demasiado altas son enemigas de la realidad.
— Lo tomare en cuenta.
— Daniel — intervino Marie — No juegues con tu suerte, no a todos se les da la oportunidad de elegir, también existen a los que se tienen que conformar con lo que les toca.
Daniel siguió en la fiesta bailaba con libertad, aunque tratando de no repetir a ninguna, pues para él su reputación era muy importante y no quería que se levantaran falsos rumores que pudieran perjudicarlo a él o a alguna señorita. Él estaba consciente de cómo era visto por las damas y los padres de estas, sabía qué era observado constantemente a donde fuera y qué consideraban que casarse con él era un matrimonio ventajoso.
Pero él prefería mantenerse al margen pues creía qué si tenía que atarse a una dama de por vida debía ser a una a la que pudiera amar y que tuviera más que belleza o fortuna para ofrecer. Sin embargo, las damas se esforzaban en verse hermosas y esa era mayormente la preocupación que notaba en todas, pero desde luego eso no significa que el don de la belleza no captara su atención.
— Daniel — le dijo su amigo Phillip — ¿Viste lo hermosa que es la señorita Elliot?
— No, ¿dónde está?
— Está de pie al otro lado del salón.
— No logró verla, ¿Dónde está?
— Cerca de la columna, es la de vestido azul.
— Sólo veo una sombra, no la distingo.
— Deberías ponerte los anteojos, tú nunca ves nada.
— Mis anteojos se rompieron.
— Siempre buscas alguna excusa para no usarlos.
— No es una excusa, si se rompieron, los mande a reparar.
— Bien, pero aun cuando no están rotos te niegas a usarlos como deberías.
— Los anteojos me dan dolor de cabeza, sabes lo terribles que son mis jaquecas.
— ¿Prefieres no ver nada a tener dolor de cabeza?
— Veo lo suficientemente.
— ¿Estás seguro? Solo puedes ver lo que está a muy cerca de ti… y, a decir verdad, no puedo asegurar que en realidad lo veas bien.
— Ya te dije, veo lo que tengo que ver, puedo estar sin mis anteojos.
— Podría pasarte algo malo debido a tu necedad, o simplemente podrías perderte una hermosa vista, cómo lo estás haciendo ahora.
— No me ha pasado nada malo.
— ¿No estuviste por más de una semana creyendo qué un tronco era un perro?
— Estás exagerando, no fue tanto tiempo.
— Lo señalaste y me preguntaste si era un perro — le dijo Phillip riendo.
Daniel no pudo evitar reírse de ello.
— Sí parecía un perro, me parecía sorprendente que siempre estuviera en el mismo lugar.
Su grupo se retiró temprano de aquel baile, había sido divertido y estaban exhaustos.
Al otro día volvieron a Kent y Daniel les dedicó tiempo a los asuntos de su propiedad y a sus negocios.
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Editado: 25.11.2021