Puede que fuera la reina más temida del mundo de abajo, pero si había alguien a quien Awen jamás se atrevería a darle la espalda, ese era Keiran. Ni siquiera mientras cubría su cuerpo desnudo con un sencillo vestido marrón de escote pronunciado, que dejaba a la vista la brillante piedra azul cosida a su pecho.
Él la contemplaba sin decir palabra, su rostro inexpresivo. Keiran ya estaba vestido con los colores habituales de su casa, negro noche y azul cobalto, colores que casaban a la perfección con su cabello y sus ojos. El anillo que llevaba puesto brillaba con el mismo resplandor azulado que la piedra de Awen.
Solo cuando la Reina Bajo Tierra estuvo totalmente vestida habló.
─ ¿No vas a estar presente para Litha, entonces?
─No sé cuánto tiempo durará este viaje, pero espero que sea breve. Sabes que me gusta estar presente durante las celebraciones ─añadió con una sonrisa maliciosa.
Keiran le devolvió el gesto, aunque este no le llegó a los ojos.
Awen no era estúpida. Puede que Keiran hubiera aceptado el anillo que reducía sus poderes sin rechistar, puede que la hubiera ayudado a conquistar todo el continente de Elter, todas las Casas en las que se dividía y que habían puesto resistencia a las tropas sidhe invasoras, pero ella sabía por qué lo había hecho. Y esa era precisamente una de las razones por las que Keiran, a pesar de ser un fae y del odio ancestral que estos y los sidhe se profesaban, le caía mejor que el resto. Por qué lo dejaba al mando junto a Lorcan cuando ella no estaba. Por qué le confiaba aquello por lo que tanto había trabajado y sacrificado a lo largo de los siglos.
Porque Keiran en el fondo era igual que ella. No había nada que no hiciera por mantener a los suyos a salvo. Su Casa de la Sombra y la Niebla, también conquistada, pero tratada con más benevolencia que el resto.
─ ¿Quieres que durante tu ausencia siga investigando lo que ocurre con el sello? ─preguntó Keiran mientras Awen echaba un último vistazo a su equipaje.
Los labios de la Reina se arrugaron con una mueca de disgusto, dejando a la vista sus largos colmillos.
─Esa maldita cosa puede esperar. No quiero que empañar los festejos de Litha con un problema que parece que no avanza.
─ ¿Crees que es un problema?
Una pregunta escueta, pronunciada en un tono sencillo, pero Awen no podía tomársela a la ligera.
Cualquier cosa que amenace mi reinado es un problema, pensó para sí misma, un pensamiento que reverberó en lo más recóndito de su mente, para que Keiran no pudiera escucharlo. El Hijo Predilecto tenía sus poderes mermados, pero Awen sabía que todavía podía leer la mente de los demás si estos expresaban sus pensamientos lo suficientemente en alto.
Habría dado lo que fuera por poder usar los poderes de los Hijos Predilectos encerrados en la piedra de su pecho. La capacidad para leer mentes de Keiran le parecía especialmente interesante, y si había alguien con quien le hubiera gustado usarlas, era el propio Keiran.
─Podría serlo ─contestó sin mirarlo─. Todavía es pronto.
Keiran se estiró en la cama, apoyando la espalda en cabecero y poniendo los brazos detrás de la cabeza.
─Y vas a dejarme aquí, aburrido, con una caterva de fae, sidhe y neònach exaltados ante la llegada de una nueva celebración ─protestó con voz perezosa.
Awen esbozó una sonrisa astuta. Keiran jamás había insistido en visitar con ella el lugar que había al otro lado de La Bruma, aquella niebla blanquecina que rodeaba el continente y que delimitaba el mundo conocido del desconocido. Al menos para la mayoría de los feéricos.
Sin embargo, siempre le lanzaba alguna pequeña pulla para animarla a llevarlo con ella, nada demasiado directo. Fae listo. Eso le gustaba de él, aunque podía traerle problemas, para que mentir.
Awen se levantó y se dirigió hacia la cama, sus ojos castaños rodeados de halos de fuego lanzando chispas astutas.
─Oh, estoy más que segura de que sabrás apañártelas con ellos, Keiran ─dijo sentándose sobre el regazo del Hijo Predilecto y pasando los dedos por su cabello negro como el ala de un cuervo─. Lo único que te pido es que cuando vuelva, la sangre de Lorcan no haya salpicado ninguna de las paredes de este palacio.
Keiran hizo una mueca de desagrado al escuchar el nombre del general sidhe de Awen.
─ ¿No vas a llevarlo contigo?
─Necesito a uno de los míos controlando lo que ocurre en este lugar.
Keiran alzó una de sus cejas negras.
─ ¿Yo no soy uno de los tuyos?
La Reina emuló su gesto.
─ ¿De verdad quieres conocer la respuesta a esa pregunta, querido? ─dijo acariciándole la mandíbula con sus largas uñas pintadas de color borgoña.
─Sí ─contestó el fae sin apartar su mirada de la de Awen.
La sonrisa que estiraba los labios de la reina se ensanchó un poco más, dejando a la vista sus colmillos.
─Lo eres. Pero no del todo. Nunca olvides que tú eres un fae y yo una sidhe, Keiran.
Los dedos de Keiran fueron hasta la boca de la reina. Presionó con suavidad la yema de su dedo contra la punta de uno de los caninos hasta que apareció una pequeña gota de sangre.