Keiran no apartó la mirada del barco hasta que este desapareció entre La Bruma. Siempre que la Reina se marchaba a dónde quiera que fuera atravesando aquel inmenso banco de niebla, Keiran se quedaba mirando, intentando descifrar cómo conseguía hacerlo, si algún hechizo o algún tipo de magia extraña se extendía sobre el barco como un manto protector. Pero nunca conseguía percibir nada.
Iver había intentado seguir los barcos sumergiéndose bajo el agua, pero por lo que Rhiannon le había dicho a Gawain y este a Keiran, no era capaz de aguantar sumergido el tiempo suficiente como para poder seguirlos a través de la Bruma. Hacía mucho que Iver había dejado de intentarlo y Keiran no quería que siguiera haciéndolo. No estaba dispuesto a arriesgar la vida de su hermano, aunque hiciera siglos que este no le dirigía la palabra.
Keiran creyó ver un destello de escamas negras entre las rocas del acantilado cuando se giró hacia Lorcan con una sonrisa y le dijo:
─Solos una vez más, general Irheon.
Lorcan no le respondió. Se limitó a mirarlo desde su imponente altura con una expresión de desprecio pintada en cada músculo de su rostro.
─Deberíamos volver a la montaña a echarle un vistazo a esa brecha ─continuó diciendo Keiran al ver que el general sidhe no decía nada.
─ ¿Por qué tanto interés en esa maldita brecha? ─preguntó Lorcan con una ceja enarcada, suspicaz.
─Tengo el mismo interés que tiene su majestad la Reina por saber lo que ocurre con ella ─contestó Keiran con cautela, pero sin perder la sonrisa.
─No, el mismo interés lo dudo.
El Hijo Predilecto ladeó la cabeza igual que un gato, esta vez sin sonrisa en sus labios.
─ ¿Cuestionas mi lealtad hacia la Reina?
─Desde el primer día, ahora, mañana, y siempre ─replicó Lorcan inclinándose hacia Keiran, que no se amilanó ante ese gesto.
─ ¿No he sido yo quien la ayudó a conquistar este continente y quien ha estado a su lado durante todo este tiempo, aconsejándola, haciendo lo que ella me pedía?
─Porque eres una maldita víbora interesada, Keiran ─replicó Lorcan enseñando los dientes.
─Oh, claro que lo soy ─sonrió de nuevo el fae─. E inteligente, que no se te olvide.
Keiran comenzó a alejarse de Lorcan, sus pies hundiéndose en la arena húmeda de la playa, cuando escuchó detrás de él.
─ ¿Eso era una amenaza?
Keiran se giró y clavó en el sidhe su profunda mirada de color cobalto.
─Si tienes que preguntarlo, creo que Awen debería cuestionarse tenerse como su general.
Lorcan entrecerró los ojos y murmuró una palabra entre dientes. Una palabra que Keiran había oído tantas veces dirigida hacia él que ni siquiera necesitaba escucharla, le bastaba con leer los labios.
Víbora.
El fae se limitó a dedicarle una sonrisa llena de dientes.
─Un día Awen se dará cuenta de lo que eres y acabará contigo ─dijo el sidhe─. Puede que incluso me permita el placer de ser yo quien se entretenga contigo un rato.
─Awen sabe perfectamente lo que soy, por eso me tiene a su lado. En el fondo no somos tan diferentes ─añadió más para sí mismo que para Lorcan.
No era fácil para Keiran verse reflejado en lo que Awen era. Alguien dispuesto a hacer lo que fuera por su pueblo. Porque eso era lo que la Reina había hecho en todos aquellos años de tiranía contra los fae y contra todos los feéricos de Elter. Buscar venganza y devolverles a los sidhe lo que siempre debería haber sido suyo. El derecho a caminar sobre la tierra de Elter.
Keiran no era mejor que Awen. Se había manchado las manos con la sangre de quienes había considerado familia una vez para vengar lo que le habían hecho a sus padres y a sus abuelos. Y no había vacilado. Solo había parpadeado cuando la sangre le había salpicado la cara. Pero su mano no había temblado cada vez que la bajaba para cercenar la vida de un danann.
Y volvería a hacerlo. Algún día, haría pagar a la Reina por lo que le había hecho a su pueblo. Pero no ahora. Él no era más que un rey destronado en una tierra que ya no le pertenecía, con un pueblo que no lo aceptaba por las decisiones que había tomado. Keiran no los culpaba. No pocas veces se había cuestionado a sí mismo, durmiendo al lado de la Reina, haciendo lo que ella le pedía, ya fuera cazar feéricos salvajes que se atrevían a rebelarse contra su poder o a poner en cintura a sus propios ciudadanos cuando protestaban por las condiciones en las que vivían.
Keiran no solo era un rey sin trono, sino que también era la mano con la que Awen apretaba al pueblo de Elter. Su segundo al mando, podría llamársele. Un título que él detestaba y que al mismo tiempo se había buscado sin reparos.
Sus pasos se hundieron en la arena al mismo tiempo que esos pensamientos calaban en él, como el frío de la mañana. Cuando no escuchó otro par de pasos siguiéndolo, Keiran se giró a mirar a Lorcan, que seguía plantado en el mismo sitio.
─ ¿Vienes o qué?
─ ¿Por qué no te llevas a la niñita de hielo contigo? ─protestó Lorcan cruzando los brazos sobre su ancho pecho.