A través de la bruma (un cuento oscuro #0.9)

4

El viaje resultó eterno e incómodo para Awen. No estaba segura de si deseaba llegar de una vez para largarse o si realmente estaba impaciente por ver a su familia. A lo que quedaba de ella.

Awen solo salía de su camarote por las noches, como buena criatura nocturna que eran todos los feéricos. Le gustaba contemplar La Bruma a su alrededor, olisquear su aroma penetrante y que este le escociera en los pulmones. Todos los feéricos en Elter creían que aquella neblina eterna era venosa, que no podía atravesarse sin perder la vida. No era del todo mentira, pero tampoco era una verdad tan absoluta como ellos creían. Solo los sidhe conocían la verdad acerca de la Bruma.

Cuando esta se despejó por fin y dejó a la vista el perfil irregular de una isla, Awen sintió que un puño helado se cerraba en torno a su estómago. Tragó saliva y contempló la isla mientras esta se acercaba poco a poco, con las manos colocadas sobre la baranda y los brazos extendidos, la brisa salada apartándole el pelo de la cara y rozando las puntas de su corona de raíces.

Sabía que llevarla puesta era todo un desafío hacia su padre, pero a Awen siempre le había gustado un buen reto.

El barco atracó en el puerto de madera oscura y desgastada por el tiempo con suavidad. Los marineros echaron las amarras y Awen bajó sin prisa, su vestido de color rojo oscuro a juego con sus uñas ondeando tras de ellas, como agitado por una brisa fantasmal.

Su padre Kellan y su hermano Drake la esperaban al final del embarcadero, el primero con los brazos cruzados delante del pecho y el segundo con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones. El primero vestido con ropas sencillas, una camisa de color blanco hueso y un pantalón marrón, y el segundo con su habitual atuendo colorido, su camisa azul celeste adornada con un chaleco de una tonalidad más oscura con un diseño de flores bordado, y un pantalón negro entallado que lo hacía parecer todavía más alto si cabía.

Tan opuestos y tan parecidos, ambos con su cabello rubio platino y sus ojos castaño oscuro mirando cómo la Reina Bajo Tierra se acercaba.

─Padre ─saludó Awen alzando ligeramente la barbilla para que sus ojos se encontrasen con los de su padre.

─Majestad.

La respuesta de Kellan fue escueta, directa, casi como una bofetada.

Awen nunca había estado segura de lo que sentía su padre con respecto a que ella se hubiera autoproclamado reina con el apoyo de buena parte de los sidhe con los que compartían hogar en aquella isla. Él también había liderado a los suyos en la empresa de devolverles lo que les pertenecía, ese derecho a poder caminar sobre la tierra que los había visto nacer y a la que pertenecían como cualquier otro feérico. Pero mientras que Kellan inspiraba miedo en los sidhe, Awen rezumaba respeto y confianza.

No era el mismo el rostro que mostraba cuando era la Reina Bajo Tierra, disfrutando de las desdichas de los fae, que cuando se encontraba en aquella isla protegida por el anonimato que le aportaba la amenaza de la Bruma.

Cuando se giró a su hermano tuvo que levantar todavía más el rostro para poder encontrarse con sus ojos. Una sonrisa estiró los labios de ambos hermanos.

─Drake.

─Hola, Awen.

Los brazos de Drake se abrieron para hacer un hueco a su hermana, más bajita pero más corpulenta que él. Los dos hermanos se fundieron en un cálido abrazo, sin importarles quien pudiera estar mirándolos.

Si había una debilidad en la vida de Awen, esa era su hermano pequeño, a quien quería más que a nada ni a nadie en el mundo. Más incluso que a su corona de raíces y a su trono de tierra. Porque Drake para ella era más que su hermano pequeño; Drake era la representación misma de todo por lo que había pasado su pueblo.

─Te echado mucho de menos ─susurró Drake con los labios pegados en su pelo, evitando pincharse con las raíces que lo adornaban.

─Lo sé ─contestó ella─. Si quieres verme más a menudo, sabes que las puertas del palacio bajo tierra están abiertas siempre para ti.

─Lo sé ─asintió Drake con una sonrisa que no iluminó su mirada oscura. Pocas cosas lo hacían, en realidad. Su hermano era feliz en aquella isla tranquila y discreta. Siempre y cuando su padre no estuviera demasiado cerca, claro.

─ ¿Alguna novedad mientras yo no he estado aquí? ─preguntó Awen dirigiéndose ahora a su padre.

─ ¿Por qué no vamos a la mansión y lo hablamos con más calma? Y más discreción ─añadió Kellan bajando la voz.

─Primero tengo que ir al menhir.

─No ─cortó Kellan con un tono que hizo que Awen estuviera a punto de llevarse la mano a la daga prendida de su cinturón y enseñarle los dientes─. Lo mejor será que hablemos primero ─continuó como si no hubiera apreciado ningún cambio en su hija─. Luego podrás consultar con él todo lo necesario.

Él. Todos sabían de quien se trataba pero nadie se atrevía a decir su nombre en alto. Ni siquiera Awen se atrevía a pensarlo. Era simplemente él, su salvador ahora y el que en su día había sentenciado su vida bajo tierra.

Awen soltó un suspiro antes de decir:

─De acuerdo. Vamos a la mansión.



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En el texto hay: misterio, fae

Editado: 09.11.2022

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