A través de la bruma (un cuento oscuro #0.9)

5

La mansión no tenía nada que ver con los palacios de los Hijos Predilectos en el continente. No era tan espaciosa ni fastuosa, sino más bien una casa grande de piedra gris oscurecida por el tiempo, con dos pisos lo suficientemente espaciosos como para que allí pudieran vivir Drake, Kellan y Awen ocasionalmente, junto con una decena más de sidhe que trabajaban allí para mantenerla en condiciones y servir a los que consideraban sus líderes, como las familias reales de los fae. A Awen ese detalle la disgustaba, pero a Kellan parecía agradarlo y para el poco tiempo que pasaba allí, la Reina prefería no discutir con su padre a cerca de esas nimiedades.

En el piso superior se encontraban las habitaciones, austeras pero bien iluminadas, la biblioteca, de grandes proporciones y bien surtida, más oscura que el resto de las estancias, y luego estaba algo similar a un despacho, ocupado en su mayoría por una gran mesa de cedro barnizada y redonda en la que la Reina, su padre y su hermano se sentaron.

A Awen le gustaba marcar su posición como Reina, pero con los presentes era diferente. No sentía la necesidad de crecerse delante de su hermano, no porque no fuera una amenaza sino porque simplemente era Drake, su hermano pequeño. Vulnerable incluso después de tantos años, después del escaso entrenamiento que había recibido como soldado y del que había escapado en cuanto había podido, el que prefería pasarse el día sentado en el alfeizar de una de las ventanas de la biblioteca leyendo e investigando lo que fuera que se le pasase por la cabeza antes que salir de la mansión y tener que enfrentarse al cielo abierto y los sidhe que lo miraban de reojo por su gusto por las ropas bellamente elaboradas y por su aspecto aristocrático demasiado parecido al de un fae de la nobleza. Porque eso era lo que parecía su hermano a simple vista, un rey entre plebeyos, más incluso que su hermana. Un rey alto, de movimientos fluidos y elegantes, vestido con sus mejores ropajes. Si su postura fuera más altanera, Awen casi habría jurado que Drake podría parecerse a Keiran o al primo de este que en ocasiones visitaba el palacio bajo tierra para las fiestas, Gawain. Lo que a Drake le faltaba para parecerse a ellos, era la seguridad y el aplomo que desprendían los primos Maira.

En cuanto a su padre… Kellan era diferente. Buscaba ser algo que no le correspondía. Un líder. Pero un líder no se comportaba como él. Kellan inspiraba miedo, igual que Awen en el continente, pero entre los suyos, entre los sidhe, ella era respetada, mientras que su padre solo era temido por su mal genio y su mano suelta a la hora de aplicar castigos cuando algo no iba como a él gustaba. Una mesa redonda era lo más indicado para reunirse con él, para que no se le subieran los aires de grandeza de los que pecaba y que su hija había heredado. Eso era algo que Awen jamás discutiría, pero ella no era como su padre. Cuando se miraba a un espejo, cuando se analizaba a sí misma, veía una reina astuta y cruel con quienes le habían dejado las marcas de los grilletes en las muñecas y la espalda surcada de cicatrices gruesas y pálidas. Cuando miraba a su padre, solo veía un odio oscuro que pagaba con cualquiera que se pusiera por delante.

Awen, Drake y Kellan tomaron asiento en sus lugares habituales. La mesa delante de Awen tenía una muesca gruesa y profunda por la cantidad de veces que había clavado la daga en un ataque de ira.

─ ¿Y bien? ─preguntó la Reina cuando los tres estuvieron acomodados.

─No han aparecido más neònach en la fisura ─contestó Kellan.

─Eso podía imaginármelo ─replicó Awen con aspereza. La falta de neònach se había empezado a notar en el continente; los grupos rebeldes de feéricos salvajes todavía se atrevían a enfrentarse a ellos cuando tenían la oportunidad, y no pocas veces salían perdiendo; una parte de Awen admiraba aquella ferocidad y aquel empeño por volver a recuperar lo que era suyo. No como los fae, que parecían haberse rendido al hecho de ser esclavos de los sidhe─. Los necesitamos ─continuó diciendo con tono contundente─. No entiendo por qué no sigue mandándonos más.

─Para eso vas a hablar hoy con él ─dijo Kellan, su voz pausada y con un dejo oscuro. Un dejo de envidia.

Awen era la única que podía hablar con él, la única que había adquirido ese don gracias a un insignificante sacrificio que para ella no suponía nada. Solo tener a alguien espiando a través de sus ojos.

─ ¿Algo más que añadir? ─preguntó con tono aburrido mientras pasaba los dedos por las joyas coloridas de la daga─ ¿Por qué no están viniendo más tropas sidhe?

─Los más jóvenes se niegan a entrenar.

Awen levantó la mirada de su arma y la dirigió hacia su padre con la velocidad de una víbora atacando.

─ ¿Perdón?

Kellan se encogió de hombros, pero era evidente que lo que acaba de decir no le era indiferente.

─No quieren formar parte de una guerra que no creen que sea suya.

─Explícate ─exigió Awen inclinándose un poco más hacia la mesa.

La mirada de Kellan se desplazó hacia su hijo más pequeño.

─Eso, Drake. Explícaselo.

Drake se tensó en el sitio. Tenía una pierna cruzada sobre la otra y sus manos entrelazadas en el regazo. Sus hombros se irguieron un instante para luego encogerse, intentando hacerse más pequeño, invisible.

El estómago de Awen se contrajo ante esa visión. En muchos sentidos, su hermano todavía seguía siendo el niño pequeño, inseguro y temeroso que había salido de las entrañas de la tierra cubierto de suciedad.



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En el texto hay: misterio, fae

Editado: 09.11.2022

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