La subida hasta Beinn Nibheis fue penosa para Keiran, que trataba de seguir el ritmo acelerado de Lorcan sin protestar y sin que se notase lo mucho que le costaba subir por el empinado camino de tierra. Maldito anillo azul…
Para cuando llegaron a la entrada de la montaña, Keiran tenía el cabello pegado a la frente y su respiración era pesada. El corazón le palpitaba con tanta fuerza en el pecho que estaba seguro de que Lorcan podía oírlo, por eso tenía esa sonrisa de suficiencia adornando su boca, dejando entrever las puntas de su colmillos.
Las luces de los pasillos de la montaña fueron encendiéndose al percibir el poder de Keiran palpitar, por tenue que este fuera en ese momento. La esencia de la brecha los llevó hasta donde se encontraba, aunque a esas alturas ni Keiran ni Lorcan la necesitaban para guiarse en la infinita red de túneles que recorrían la montaña casi hueca.
Cuando llegaron hasta el lugar donde se encontraba, ambos se quedaron un momento parados, mirándola en silencio. El fulgor rojizo que se dejaba entrever en las grietas de la piedra que cubría la brecha parecía devolverles la mirada con malicia.
Poco a poco. La roca de granito estaba cediendo muy poco a poco, igual que el hechizo que la mantenía en su lugar.
Keiran fue el primero en adelantarse y entrar en la estancia de roca y tierra.
─ ¿Lo vas a tocar?
El Hijo Predilecto apenas se giró para mirar al general sidhe por encima del hombro.
─ ¿Prefieres hacerlo tú?
Lorcan cruzó los brazos sobre el pecho.
─No pienso arriesgarme a quedarme sin mano. Si tú lo deseas, Hijo Predilecto…
─Es una suerte que el Hijo Predilecto tenga magia suficiente como para percibir lo que le ocurre ─sonrió Keiran con vanidad.
Se giró antes de ver la mueca de desprecio que Lorcan y se metió las manos en los bolsillos para mostrar un gesto relajado. Un gesto que no reflejaba cómo se sentía por dentro.
Cerró los ojos y dejó que la poca magia que tenía en su interior saliera y tantease lo que había a su alrededor.
Un latido. La brecha latía debajo de la piedra, despacio, débilmente, como un corazón cansado. Su magia ancestral llenaba sus sentidos y lo envolvía como un banco de niebla matutina, liviano y fresco. El principio de algo nuevo o el final de una época.
─ ¿Y bien?
Keiran abrió los ojos y se topó con el tenue resplandor de las grietas de la piedra devolviéndole la mirada, como si la brecha supiera lo que había estado haciendo.
Sin girarse hacia Lorcan, Keiran se limitó a contestar:
─Se sigue abriendo.
─ ¿Es lo único que puedes decir?
El Hijo Predilecto se giró despacio hacia el general sidhe.
─ ¿Para qué sirve la losa que pusieron las sealgair, Lorcan? ¿Qué esperabas, que sintiera la brisa del mundo humano o que escuchase voces al otro lado?
El sidhe le enseñó brevemente los dientes para luego desviar la mirada. El general sabía que no tenía otra opción que fiarse de lo que Keiran le dijese. Los sidhe también tenían magia, igual que los fae, pero comparada con la de los Hijos Predilectos, era básica y elemental, poco más avanzada que la de los feéricos menores. Los bendecidos por los dioses podían sentir la magia como la de la brecha de una manera diferente a la del resto de inmortales. La percibían de una manera más profunda, la escuchaban, la sentían responder y llamar a la suya.
Cuando Lorcan volvió a mirarlo, Keiran vio inquietud en sus ojos verdes.
─ ¿Qué vamos a decirle a la Reina?
El fae se limitó a encogerse de hombros y a llevarse las manos a los bolsillos de nuevo.
─Nada que no sepa ya.
Lorcan hizo un gesto de contrariedad ante su tono despreocupado. Ninguno de los dos temía a la Reina. No a sus ataques de ira ni a sus exigencias, aunque sí de una manera más profunda. Keiran sabía de sobra cómo tendría que pagar si no le llevaba las respuestas que ella deseaba, y no le importaba. El tiempo había hecho que se acostumbrase. Casi por completo.
─ ¿Qué ocurrirá si la brecha vuelve a abrirse? ─preguntó Keiran en voz baja, más para sí que para el sidhe que lo acompañaba. Pero este lo escuchó y con un tono de desdén respondió:
─Que estaremos jodidos, Hijo Predilecto. Nosotros, no vosotros.
Keiran hizo una mueca de fastidio cansado.
─ ¿Por qué sigues esforzándote en mantenerme aparte, Lorcan? ¿No he hecho ya suficiente para ganarme tu confianza?
El sidhe entrecerró los ojos.
─Puede que seas lo suficientemente bueno en la cama y lo bastante despiadado entre los tuyos como para que Awen confíe en ti, pero no te equivoques, Keiran. Eres y siempre serás un fae. Un Hijo Predilecto, además. Te debes a los tuyos y a tu gente.
─Estoy haciendo lo que es mejor para ellos ─respondió Keiran con serenidad.
Todo lo que había hecho en los últimos dos siglos había sido por el bienestar de su gente, aunque estos no se lo creyeran. Aunque lo culpasen de todas y cada una de sus desgracias habidas y por haber. A él no le importaba. Estaba seguro de lo que había. Casi todo el tiempo. La ruptura de la brecha era algo nuevo con lo que no sabía cómo lidiar todavía. Solo sabía que eso ponía a Awen inquieta y que por lo tanto podía jugar en su favor. O en su contra. Solo el tiempo lo diría. Y eso se estaba terminando.