A través de la mirada de un asesino

03| Restricciones

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Salgo del baño secándome el cabello con una toalla, ya vestida con el uniforme, el cual consiste en una camisa polo blanca que tiene un logo diminuto de un tiburón sobre el pecho izquierdo, una falda azul rey y calcetas por debajo de las rodillas negras. Al menos las chicas no tenemos que usar la corbata roja como los chicos.

Bajo la vista, repasando una vez más el atuendo. Me siento en una especie de universo paralelo, más específicamente, como si estuviera dentro de un anime.

Termino de recorrer el pasillo y doblo a la izquierda para adentrarme en mi habitación. Me inclino para buscar los zapatos negros debajo de la cama, una vez los encuentro me siento en ésta para ponérmelos.

Camino hacia la ventana. Aprovecho el recorrido para tomar el peine y poder cepillarme el cabello. Ver las aves revoloteando y el extenso bosque me tranquiliza. Nunca me había sentido tan a la deriva como ahora. Me aferré a mi vida en San Francisco, con todo, tanto lo bueno como lo malo de ella, pero nunca me imaginé que terminaríamos mudándonos otra vez, mucho menos a un lugar tan pequeño y perdido en el mapa como lo es Closwell.

Suspiro resignada. Nada es para siempre, y es momento de que lo acepte de una buena vez.

Me acerco a la cama, dejo el peine sobre ésta y tomo el celular para ver la hora. Apenas son las 6:20, pero ya estoy sola en casa. Ni siquiera tuve oportunidad de despedirme de ellos o desearles un buen día, nada. Cuando me desperté, lo único que me encontré fue una triste nota pegada al frigorífico.

Me cuelgo al hombro la mochila prácticamente vacía y salgo del cuarto para ir a la cocina. No tengo hambre, no cuando la nostalgia y soledad me abruman, sentimientos a los que ya debería estar más que acostumbrada, pero no es así; de manera que me limito a comer una manzana.

No sé en qué momento me pierdo en mis pensamientos, pero cuando vuelvo a fijarme en la hora me sobresalto. No estoy cien por ciento segura de dónde queda la escuela y, encima, tengo que ir andando, ya que a la bicicleta se le ponchó una llanta en la mudanza.

—Perfecto, ¿es que el día puede ir...?

Me tapo la boca con ambas manos, buscando no solo acallar mis palabras, sino también mis pensamientos. No, mejor ni lo digo, eso solo hará que suceda.

Salgo de casa con prisa, asegurándome de ponerle el seguro, y me echo a andar calle arriba.

No llevo ni cinco minutos andando cuando el claxon de un auto llama mi atención, seguido de una voz que comienza a serme familiar—. ¡Ey, Leisha, ¿te llevo?!

Puede que solo pretenda ser amable, o no, pero sea como sea, transporte es lo que necesito justo ahora. No obstante, no me siento cómoda a su alrededor, hay algo que no termina de cuadrarme y, aunque no estaríamos solos, dado que los mellizos van con él, prefiero guardar mi distancia al menos por el momento.

Me tomo demasiado tiempo en responder, y Cole parece interpretar mi silencio como un sí, lo que me deja en un aprieto. No quiero ser grosera con él, mas empezar el día con el pie izquierdo me impide pensar en una buena forma de pasar de su oferta.

No he dejado de caminar, pero es claro que no puedo ir más rápido que un coche. Entro en pánico cuando lo veo venir hacia mí, pero ese pánico desaparece al percatarme del lugar en el que estoy parada. He llegado a la casa de los Leclercq, o eso supongo al ver a Jaeger montándose sobre su moto.

No lo pienso ni un segundo. Acelero el paso y me subo a la moto detrás de Jaeger.

—¿Pero qué mierda? ¡Auch! —se queja al sentir el pellizco que le he dado para que se calle y no eche a perder mi plan.

—Gracias Cole, pero Jaeger se ofreció a llevarme —digo en dirección al pelirrojo, quien se bajó de su auto al ver que me acerqué a Jaeger. Éste frunce el ceño, pero afortunadamente Cole no puede ver su expresión.

Ninguno de los tres decimos o hacemos nada por un par de segundos, en los cuales temo que Jaeger me eche de cabeza, aunque con lo frío e indiferente que es, no me sorprendería para nada.

Después de un tiempo, que estoy segura ni siquiera se acercó al minuto pero que para mí ha sido eterno, Cole se despide de nosotros con un: ″Nos vemos en la escuela″, y nos deja solos.

Jaeger sigue sin mover ni un músculo, de hecho, parece bastante tenso, y eso me preocupa, pero no lo suficiente como para que me baje. No me acerqué a él más que con la intención de librarme de Cole, aunque pensándolo bien, sí me gustaría que me llevase. Así no tendría que preocuparme ni por el tiempo ni por no dar con la escuela.

El silencio comienza a tornarse pesado, aun así, sigo esperando a que sea él quien lo rompa, o que ponga la moto en marcha. Para distraerme del molesto silencio balanceo los pies en el aire.

—Bájate.

—¿Qué?

—Ya se fue, bájate.

Su voz no es demandante, en realidad suena más que tranquila e indiferente, pero en mi mente eso solo hace la orden más explícita, no dejando lugar a objeciones. Sin embargo, para bien o para mal, soy una persona demasiado terca, y quiero que me lleve a clases, así que no me bajo.

—¿No me oíste?

—Vamos, no te cuesta nada darme un aventón. Y no estoy segura de dónde queda la escuela. —Hago un puchero, dudando que ese tipo de cosas funcionen con él.

Suelta un suspiro como si estuviera reuniendo paciencia para tratar conmigo, y eso lejos de molestarme me saca una sonrisa. Siendo éste uno de los pocos gestos que le he visto hacer, haciéndolo parecer más humano y menos como un témpano de hielo.

—No voy a lograr que te bajes, ¿no es así?

—Me alegra que nos vayamos entendiendo —digo alegre, con una sonrisa triunfante dibujada en el rostro.

No quiero hacerlo sentir incómodo invadiendo por completo su espacio personal, de modo que cuando arranca me aferro apenas a uno de sus hombros con una mano para no caerme, y con la otra mano me aseguro de mantener la falda en su lugar.



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En el texto hay: misterio, poderes, suspeno

Editado: 21.09.2024

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